Siendo niño, algunos familiares me hablaban de la etapa que estaba terminando, del tiempo en que casi todo estaba prohibido para el ciudadano. Los padres y los abuelos y los tíos nos contaban, con el escalofrío aún en el cuerpo de quien ha vivido tiempos oscuros, historias sociales de prohibición, historias de grises que le vigilaban a uno, historias de multas y denuncias. Por fortuna muchos sólo vivimos la agonía de ese régimen, sólo asistimos a los últimos coletazos. Quienes vivieron la etapa completa todavía la recuerdan con miedo. El miedo es el instrumento con el que los gobiernos convierten a los ciudadanos en seres de un rebaño y mediante el que tratan de manipularnos. Con eso y con las cortinas de humo.
Llevo meses diciendo que estamos regresando al pasado, que volvemos a vivir los tiempos de la censura y la prohibición (muchos lo advierten, lo avisan: y el que avisa no es traidor). Se trata de una regresión en toda regla. La diferencia es que antes las imponían los gobiernos totalitarios (a la fuerza) y hoy nos las imponen los gobiernos democráticos con actitudes totalitarias pero mucho maquillaje, para que no parezca que nos imponen y nos prohíben, sino que tratan de convencernos de las ventajas derivadas de esas censuras, esas prohibiciones y esos comportamientos políticamente correctos. Lo políticamente correcto a mí me parece un cáncer porque corrompe y desgasta la sociedad, y nos obliga a estar cortados por el mismo patrón. Los gobiernos quieren una sociedad igualitaria, da lo mismo si son de derechas o de izquierdas, si son totalitarios o democráticos, porque todos empiezan inoculándonos el miedo y luego nos atan mediante ese miedo y esas prohibiciones.
Es raro el día en que no me encuentro en los periódicos o en los informativos de televisión las palabras “se prohíbe”, “prohibido” o “se censura”, creo que ya lo dije en un artículo anterior. Estamos viviendo un momento en el que, o bien los gobiernos tratan de convencer al ciudadano de los perjuicios para su salud de ciertos hábitos, vicios y alimentos, o bien nos lo prohíben todo. En una noticia de un diario nacional, en el que informaban de que estará prohibido pasear desnudo o en bañador por Barcelona, un lector apostillaba en el espacio reservado a los comentarios: “En tiempos de crisis, lo que se hace es prohibir, prohibir, y prohibir”. Es así. Es verdad. Los miedos y las prohibiciones son cortinas de humo muy eficaces para distraer al ciudadano. Y así siempre parece que son los votantes los malos de la película, mientras los gobernantes simulan que quieren lo mejor para nosotros. Hoy día todo está prohibido o se aconseja prohibirlo en el futuro. Leo las nuevas ordenanzas de limpieza y residuos urbanos de mi ciudad natal, Zamora, y tras leer el repertorio tengo escalofríos. Parece un catálogo de reglas de un régimen dictatorial. Todo está prohibido. Todo es susceptible de recibir una sanción. Nada escapa a los censores y a los vigilantes. Pero, como rezaban las pintadas de `Watchmen´: “¿Quién vigila a los vigilantes?”. Algunas de esas normas son lógicas, son de sentido común. Pero otras no hay por dónde cogerlas. Tenga cuidado cuando camine por la calle o saque la nariz fuera de casa, incluso aunque sólo esté asomado a la ventana: estará prohibido alimentar a los perros, a los gatos y a las palomas, tender la ropa hacia la vía pública, arreglar su vehículo o lavarlo en la calle, poner publicidad en el parabrisas de un coche… Mejor no sigo. Es el miedo. Es la cortina de humo. Y también es otra manera para conseguir recaudar en tiempos de crisis.
El Adelanto de Zamora / El Norte de Castilla