Nadie se salva del terror infundido por la dictadura, que persigue las iniciativas independientes mientras subvenciona millones de plazas laborales para poder chantajear a quienes trabajan para el Estado
LA HABANA, Cuba.- Hace un par de días un médico holguinero, asquerosamente comunista, subió un post a Facebook en el cual criticaba, muy someramente, la desproporción entre el costo de la vida y un salario de poco más de 1500 pesos. En los últimos tiempos he visto a muchos socialistas cubanos empecinados replantearse el futuro de la nación, pero aun así la denuncia del médico me sorprendió. Digamos que este doctor se encuentra, ideológicamente hablando, en las antípodas de su colega Manuel Guerra, miembro de la plataforma Archipiélago, quien perdió su trabajo por apoyar la Marcha Cívica por el Cambio, prevista para el próximo 15 de noviembre.
Antes de ese día en que colgó el primer post crítico de su vida, el médico comunista solo subía fotos de Fidel Castro y promovía las "conquistas de la Revolución" en redes sociales. Viniendo de él, cuya cobardía ha rebasado todos los cotos hasta convertirlo en un sujeto pusilánime, aquella simple denuncia fue un acto de valor, si bien duró muy poco. Menos de media hora después había quitado el post, porque eso es lo que hacen quienes han vivido de este sistema disfrutando de lo que consideran privilegios envidiables, pero que en realidad son nimias concesiones que el régimen prodiga a sus peones, y que en un país normal conformarían lo básico indispensable para vivir.
El médico pertenece a esa casta selecta que ha cumplido misiones internacionalistas, y aunque el post de marras denunciaba un problema social real sin chocar directamente con cuestiones políticas, su miedo fue más fuerte que su sentido de la justicia. La autocensura es una actitud cotidiana entre quienes se sienten obligados a apoyar al castrismo, pues temen perder su trabajo y el sustento de su familia.
La precariedad material que sufren los cubanos es utilizada también por el régimen para aleccionar de modo velado a los pocos "fieles" que les quedan. El proyecto socialista ha fracasado tan estrepitosamente que hoy solo lo apoyan quienes se han comprometido hasta el tuétano -desde el punto de vista financiero-, o los que están adoctrinados más allá de la salvación.
Estos últimos no abundan, pero los que asisten a marchas de reafirmación revolucionaria, e incluso se prestan a participar en actos de repudio porque les conviene, son todavía numerosos. Hay mucho en juego: desde pasaportes visados, teléfonos móviles con saldo gratis y vehículos con tarjeta de gasolina asignada, hasta módulos de aseo y alimentos, acceso a baratijas que para el cubano promedio son verdaderos lujos, e incluso la garantía de poder revolcarse en la ilegalidad sin ser molestado por la policía.
El oportunismo condiciona buena parte del apoyo que aún le queda a la dictadura; pero existe también una fuerte presión sobre trabajadores del sector estatal, que temen negarse a colaborar porque podrían ser sancionados a ocupar una plaza peor remunerada, o despedidos y con ello poner en riesgo su jubilación.
Por simbólicos que sean los salarios y pensiones en Cuba, a las personas les asusta la posibilidad de llegar a la vejez sin un asidero económico propio; de ahí que no solo soporten las pésimas condiciones laborales, la paga miserable y las exigencias de sumarse al trabajo político-ideológico, sino que deban acudir a los vergonzosos mítines de repudio contra ciudadanos que ni siquiera conocen.
Una reflexión rápida desde la decencia argumentaría que nadie está obligado a prestarse a ese show, pero el problema se torna más complicado cuando se tienen hijos en edad escolar o ancianos que mantener. El castrismo sabe cuán vulnerable es la familia cubana y no duda en abusar de su poder como dueño absoluto de todas las oportunidades laborales.
Los tentáculos de la intimidación se extienden hasta el sector privado, con la policía política obligando a los dueños de casas de renta a vigilar a sus inquilinos por si traen "intenciones desestabilizadoras", y haciéndoles saber que pueden perder su licencia si abandonan la neutralidad para posicionarse abiertamente contra el gobierno. En tales condiciones lo normal es disentir en voz baja, y reunir la mayor cantidad posible de capital para que los miembros más jóvenes de la familia logren emigrar.
Nadie se salva del terror infundido por la dictadura, que persigue las iniciativas independientes mientras subvenciona millones de plazas laborales para poder chantajear a quienes trabajan para el Estado, y controla las leyes para mantener a raya el impulso de los emprendedores.
No es de extrañar que sectores como la Salud, la Educación y la Ciencia se coloquen "voluntariamente" a la vanguardia para defender el sistema. Son los que más se benefician con los intercambios académicos y la prestación de servicios profesionales, actividad esta última que ha sido catalogada como " forma de esclavitud moderna ", pero para los salubristas cubanos se traduce en acceso a divisas y pacotilla.
Pese a la inevitable degradación ética y moral que ello supone, la mayoría de los profesionales cubanos que hacen su pantomima en defensa del sistema en realidad están tratando de preservar la dicha de no hacer colas, de importar ropa y zapatos para sus hijos, de reparar su casa sin desvelarse por los precios del cemento, cenar de vez en cuando en un buen restaurant y pagarse un "todo incluido" en algún hotel cuatro estrellas donde les cobran en moneda fuerte pero les ofrecen el servicio mediocre que de ordinario reservan a los cubanos.
Los que solo tienen acceso a moneda nacional se cuestionan si vale la pena servir de marioneta a un gobierno tan mezquino y abusador. Aguantan para no perderlo todo en una de esas sublevaciones del espíritu que se hacen cada vez más frecuentes, y en silencio anhelan libertad; porque solo la libertad demostrará cuán poco valen las consignas y cuánta mentira se esconde detrás de ese pueblo aguerrido que toma las calles para defender logros que no se ven por ninguna parte.
Origen: Cubanet