Obama recomienda a Mubarak que introduzca reformas democráticas, ignorando peligrosamente que los rebeldes de todo el mundo, incluidos los musulmanes de Túnez y Egipto, no exigen democracia sino justicia. La actual democracia es tan frustrante y está tan desprestigiada que a la gente lo que le importa no es que los gobiernos sean democráticos, sino que sean justos y limpios.
Lo hemos dicho decenas de veces desde esta tribuna de Voto en Blanco: el siglo XXI será el siglo de los ciudadanos, que se alzarán contra sus gobiernos reclamando el fin de la corrupción, de las desigualdades, del mal gobierno y de los privilegios de las castas gobernantes. A los rebeldes cada vez les importa menos que la solución sea democrática o no porque están cansados de comprobar que la democracia no soluciona los problemas reales y que lo que hace es disfrazarlos de unos falsos ropajes que proyectan hacia el ciudadano el espejismo de que son ellos los que mandan, cuando en realidad padecen una sucia dictadura de partidos políticos.
El pueblo quiere elegir a sus gobernantes, pero quiere hacerlo sin trucos, sin que sean los partidos políticos los que realmente elijan y elaboren unas listas cerradas ante las que el ciudadano sólo puede decir "sí" o "no", sin posibilidad alguna de escoger a los más capaces y virtuosos. Pero lo que el pueblo quiere realmente es que la justicia funcione y que los corruptos, aunque sean poderosos, vayan a la cárcel, que la ley sea igual para todos y que se acaben los privilegios y fueros de las castas, indefendibles e impresentables en una sociedad moderna, vicios estos que se dan por igual en las democracias, en las dictaduras, en las teocracias, en las derechas y en las izquierdas. Todas esas reivindicaciones básicas quedan resumidas en la palabra mágica "Libertad" (Freedom)
Barak Obama, desde su trono de emperador situado en la Casa Blanca de Washington, cree que él y su sistema están inmunizados, pero los rebeldes, tarde o temprano, también se manifestarán en las calles de Washington, exigiendo una igualdad que se predica pero que no existe, una limpieza y una ética que han desaparecido de las estancias del poder y la desaparición de unos privilegios para los poderosos que en los Estados Unidos son insultantes.
Los rebeldes de Túnez, Egipto, Jordania, Argelia y Marruecos saben que los Estados Unidos y las llamadas "democracias" de Europa son las que sostienen a sus dirigentes momificados, a sus impresentables y corruptos caciques, a los que quieren derrocar para sustituirlos por un régimen, democrático o no, donde se garantice la justicia, la ética y la equidad.
No es una rebelión contra los dictadores, sino contra los canallas. La lucha del pueblo en este siglo no será sólo contra los gobiernos, casi todos minados por la injusticia y la indecencia, sino especialmente contra el cáncer de los políticos profesionales y de sus partidos políticos, convertidos en fábricas mafiosas de cretinos, abusadores y mediocres, donde se encuentra el corazón del drama.
La gente, que quiere decencia y sentirse parte de un proyecto común, ya no soporta las trifulcas entre miembros de un partido y de otro, el fanatismo de los hooligans de un partido y de otro, el amiguismo, el nepotismo, el clientelismo y la utilización del dinero público para financiar partidos políticos, abusos y desmanes. La gente quiere ética a raudales y cárcel para los miserables, ya gobiernen en Egipto, en Túnez, en Rusia, en China, en Cuba, en Gracia, Italia o España. Los ciudadanos quieren ser tratados como lo que la propaganda y los políticos mentirosos dicen que son: los soberanos del sistema, los verdaderos dueños del poder. Y quieren también que los políticos, a los que pagan los sueldos con sus impuestos, sean realmente lo que deben ser: sus empleados. Los ciudadanos quieren que les gobiernen los más capaces y virtuosos, no los amigos del líder, ni los que se sometan al dictado de las élites de los partidos. Y, cada día más desesperados por la pobreza y la injusticia, ya empiezan a estar dispuestos incluso a morir para cambiar el reino de lo indecente por uno de justicia y paz.
Todo lo demás son mentiras, engaños y más injusticias, abusos y canalladas, sean de derechas, de izquierdas o de centro, socialistas, capitalistas, occidentales o islámicas.
Quien no entienda eso, está taponando la historia y contribuyendo a que la presión crezca de manera peligrosa... hasta que un día estalle la caldera y la metralla se lleve por delante a los estados encanallados y a sus impresentables custodios. La gente, cada día más desesperada por la pobreza, el desempleo, la desconfianza y la falta de horizonte, ya tiene poco que perder y no le importa poner algunos cientos de muertos en las calles con tal de cambiar la pocilga actual y construir en su lugar una sociedad decente.
Revista Opinión
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