Tengo los regalos escondidos. Los del día de Reyes, me refiero, los escogidos por mí atendiendo a las peticiones -no demasiadas ni tampoco crecientes- de los diversos miembros de mi familia. Y tal vez este sea el mejor momento, el de saber que están todos, prácticamente preparados o a punto de ser envueltos en brillante papel, guardados, custodiados bajo llave o entre los jerséis de la cómoda.