La instantánea que ilustra la entrada del día señala, uno a uno, los puntos o localizaciones en las que la Sra. Clinton, Dª Hilaria, ha llevado a cabo retoques encaminados a alcanzar la presidencia d elos Estados Unidos de América. Desde el tono del pelo, hasta los colofres de la ropa, Armani, sencilla, pasando por el alisado de la frente o el relleno de los pómuilos, todo ello no con la finalidad de resultar más atractiva, lo que sería perfectamente comprensible en una dama a punto de cumplir setenta años, sino para parecer más próxima al ciudadano.
En nuestro país, ninguna imagen mejor vendida que la de nuestro ampliamente comentado Pablo Iglesias, desde la coleta hasta los complementos en forma de curiosas pulseras, pasando por las camisas y el empecinamiento en no llevar nunca traje. Busca la cercanía de un sector de la población identificado con su indumentaria y su lenguaje directo que cuenta lo que queremos oir en calidad de ciudadanos cabreados por la corrupción, el paro y la crisis económica.
Recuerdo los años en los que directores de pequeñas sucursales bancarias disponían de poderes para conceder créditos hasta cierta cantidad, tomaban decisiones y gobernaban, en definitiva, su pequeño reino de taifas. Las entidades financieras cambiaron el modelo anterior por comerciales, personajes que venden en vez de dirigir u organizar, siendo tomadas las decisiones por un equipo técnico, habitualmente tan alejado de la calle como físicamente de la ciudad donde se dirimen las cuestiones financieras. Para triunfar en banca a día de hoy no es necesario tener buen olfato para los negocios, sino ser guapo, delgado y vestir de Hugo Boss.
Y es lo mismo que sucede en la política. Ni Dª Hilaria ni D. Pablo parecen grandes pensadores, más allá de ser el vehículo idóneo para transmitir la ideología de su formación o para defender sus intereses, rodeados de asesores técnicos y de imagen. Patra triunfar, en política en este caso, no basta tener ideas o saber defenderlas, hay que ser guapo y vestir de Armani, además de contar con un extraordinario asesor de imagen, que es quien suele ganar las elecciones aunque no lo sepamos.
Suerte a los dos.