Creo que he dado un paso adelante en cuanto a fobias. Correr cientos de veces delante de yonquis de barrio a la vuelta del colegio o intentar que a la vuelta de la esquina una jeringuilla con mala pinta no acabara clavada en mi barriga si no soltaba todo lo que tenía, supongo que le dieron a mi cerebro las dosis suficientes para repudiar todo lo relacionado con las jeringuillas, los palos, el jaco y todo ese mundillo de bajos fondos.
Ni películas icónicas como Perros callejeros, ni novelas donde alguien se pinchara, ni canciones alegóricas a la droga reina. Nada. Me sobra todo ese mundo, me trae demasiados malos recuerdos de soledad, persecuciones, escondites y un miedo terrorífico a que alguien me pinchara con una aguja.
Incluso el pobre Bunker lleva esperando en casa más de dos años a ser leído. Y todo porque a las pocas páginas de Perro come perro alguien se pincha jaco con todo lujo de detalles. Me cago en mi triste infancia.
Y solo se me ocurre a mí ponerme a leer una novela que se llama Los reyes del jaco.
Es como una puñetera broma ¿Verdad?
En mi defensa diré que, si algo tiene Vern E. Smith es clase. Smith es ese tipo de autores que te hacen olvidar la sordidez de lo que estás leyendo, porque lo narra con una mezcla de claridad y distancia, de buen oficio, que hacen que el lector pueda leerlo sin que el frío lo invada, sin que se le tuerza el gesto y aparte la mirada.
Y que Smith sea periodista le da un enfoque a la novela muy ensayista, muy medido, distante sin ser superfluo. Se nota la pulcritud del texto, el ritmo perfectamente medido de la narración, la redondez de la trama. Por no hablar del perfecto conocimiento de un Detroit a principios de los setenta y del hampa de la droga que campaba a sus anchas en aquellos años.
Y todo eso ayuda mucho a poder leerlo. Porque en este país se tiende a escribir sobre los bajos fondos con mucha sordidez, cuanta más mejor, y bueno, yo soy muy de lo sórdido, que os voy a decir a estas alturas, pero no todo vale. Y os digo una cosa, Smith no es una hermanita de la caridad, que En los reyes del jaco hay ejecuciones para parar un puto tren, que estamos hablando de tipos que se disputan el negocio de vender droga. Hasta sale un tío con un hacha que quiere hacer hablar a otro. Y no está para ostias.
Pero Smith sabe escribir. Y eso se nota en lo que transmite al lector. Nada de estridencias, nada de pérdidas de control. Lo que sorprende de Los reyes del jaco es que, pese a la dureza de muchas de sus páginas y de las imágenes explicitas que Smith nos describe, la novela fluye con una tranquilidad increíble, es homogénea, no sé cómo explicarlo, la novela destila autocontrol. Si eso es posible.
Todos tenemos en la cabeza decenas de películas y series de televisión que tienen a las mafias de la droga como leitmotiv, no nos faltan ejemplos de series ambientadas en la época actual. Y Los reyes del jaco es como una serie de las buenas, una serie actual ambientada en los setenta. Actual porque la narración y el estilo de Smith no ha envejecido un ápice, actual porque ahora más que nunca las mafias de la droga campan a sus anchas, de nuevo, en muchas ciudades, actual porque la decadencia y el submundo que retrata Smith sigue ahí, cuarenta años después.
1972, abrigos de chinchilla, botines de cuero, anillos insultantemente ostentosos, peinados afro, los últimos modelos de Cadillac. Los reyes de la droga gustan de ser reconocidos, les gusta la opulencia y lo extremado, tienen que hacer saber quién manda, quien gana dinero. Pero solo hay un rey de reyes, un capo a quien todos admiran y odian por igual, la figura a derrocar por los más ambiciosos. Y en el mundo de la droga, hasta el camello más patético rezuma ambición.
Y cuando a un rey le quitas lo que le da su razón de ser, se enfada de cojones, y si ese rey es un negro armado, con muchos negros armados y cabreados a su servicio, no se avecina nada bueno. Rumores, favores, confesiones sacadas a golpes, ejecuciones. Tirar de un hilo para ver a donde va, para ver quien fue el que se fue de la lengua, para recuperar lo que es tuyo, más que eso, para recupere quien eres.
Los reyes del jaco se podría haber quedado en una novela de drogadictos, bajos fondos y un montón de negros con pistolas, pero Smith ha construido una novela sobre la droga, sobre la ambición y la venganza, sobre la violencia por encima de todo. Una novela donde el ser humano vale menos que la verdad que pueda decir, un mapa del territorio donde la droga a caído como una plaga, como una lacra, llevándose por delante el alma de sus habitantes, su dinero y su futuro.
Y hay que felicitar, un vez más, a Sajalín, porque esta novela no tendría esa uniformidad, esa concordancia, esa clase y esa redondez, sin el magnífico trabajo de traducción de Güido Sender, chapó hermano.
Los reyes del jaco
Sajalín editores, colección al margen 2015
267 páginas.