Dos de los mayores multimillonarios del mundo, el estadounidense Warren Buffet y la francesa Liliane Bettencourt, le han pedido a sus gobiernos que les cobren más impuestos, gesto de bondad y grandeza al que este cronista y posiblemente usted difícilmente se adherirán.
Tras ellos ha aparecido un alud de ricos que siguen el ejemplo de Bufett, un inversor en todo tipo de negocios, que ya había donado a la fundación de Bill Gates, el propietario de Microsoft, la mitad de su fortuna.
Y el propio Gates le dejara muy poco a sus hijos, porque la mayor parte de su riqueza y beneficios se destinarán a acciones humanitarias, entre las que destacan la ayuda a África –donde le dejan, porque en Somalia, es imposible—y la lucha contra enfermedades endémicas, como la malaria.
Ante estos ejemplos, ¿quién se atreve a decir que los ricos son malos?
Puede alegarse que, como la inmensa mayoría de los grandes filántropos del mundo, son gente religiosa, cristianos y judíos, pero es que también son generosos por razones distintas a las de su fe y buen corazón.
Y es que sus donaciones deducen de Hacienda. No es que ganen con ello o que abonen menos al fisco, sino que pueden destinar una parte de sus impuestos a las acciones caritativas que deseen, que suelen emprender ellos mismos, siempre que hayan sido consideradas deducibles por su Gobierno.
Y recordemos que cuando compran compulsivamente no un avión o un yate, sino dos o siete, cien coches o veinte casas, enriquecen a los demás: crean decenas de millares de puestos de trabajo para producir y mantener esos bienes.
Mientras, los ricos españoles están calladitos, y sus portavoces lloran por los periódicos diciendo que con la crisis sus jefes sufren mucho y que sus incrementos de beneficios son sólo aparentes..
Como son buenos, tendremos que darles la voluntad.
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SALAS. Ya había observando hace tiempo el futuro.