El agua es el elemento más importante para cualquier ser humano. La proporción de agua en el cuerpo de una persona, de hecho, suele superar el 90% de su peso total. De ahí la importancia de asegurar un suministro de agua permanente y en cantidades suficientes, dado que la escasez de agua en el organismo puede llevar a la deshidratación. Un caso de deshidratación indica que el cuerpo no posee agua suficiente para llevar a cabo sus funciones.
Las causas detrás de un caso de deshidratación pueden estar en la sudoración excesiva, la diarrea, el consumo escaso de agua o líquidos, o una combinación de varios de los elementos mencionados anteriormente. Los más susceptibles de sufrir las consecuencias de una deshidratación severa son los bebés y los ancianos, dado que tienen un metabolismo del agua diferente al de los jóvenes y adultos. Según el nivel de deshidratación alcanzado el caso podrá ser catalogado como leve, medio o grave.
Los primeros indicadores de deshidratación son las sequedad bucal, la presencia de orina escasa (y con una fuerte coloración amarilla), la baja producción de lágrimas, y la aparición de ojos hundidos. Para confirmar un caso de deshidratación pueden necesitarse algunos exámenes adicionales. Los más comunes son los de sangre (para comprobar los niveles de electrolitos), los estudios de orina, de urea en sangre (BUN), de creatinina y un conteo de sangre general.
El tratamiento para la deshidratación leve es la ingesta de líquidos. En casos graves, sin embargo, pueden ser necesarios tratamientos de tipo intravenoso para reparar las carencias en un menor tiempo. Una deshidratación no tratada de la forma conveniente puede llevar a una persona a sufrir daño cerebral de tipo permanente y hasta convulsiones. Los pronósticos de los casos de deshidratación debidamente gestionados, en cambio, son positivos.