Todos lo hemos dicho o, al menos, escuchado alguna vez: “Mamá/papá se pone triste si te portas mal/no te comes la comida/pegas a tu hermano…” Estas frases indican que la emoción que el padre o la madre experimentan depende de lo que el niño haga.
Cuando decimos este tipo de frases, estamos transmitiendo al niño que nuestras emociones dependen de sus actos. Estamos implicando una relación causal directa entre la acción del niño y nuestro estado emocional.
De este modo, estamos transmitiendo al niño que él es responsable de nuestras emociones, que las emociones que nosotros experimentamos están provocadas por él, que él tiene que hacerse cargo de ellas.
Así, el niño interioriza que lo que él hace, dice o no hace o no dice provoca emociones en sus padres de una manera directa, por lo tanto, que él es responsable de los estados emocionales de sus padres, él los provoca y los transforma en función de sus actos.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad. En condiciones normales, cada persona es responsable únicamente de sus propias emociones y, por tanto, de la gestión de las mismas. Nadie es responsable de las emociones de los demás.
Por ejemplo, si yo me pongo muy triste porque mi hija no se come la comida que le he preparado, no es mi hija la que está provocando esa emoción. Mis experiencias anteriores, mis ideas sobre la alimentación, la gestión de mis padres de los asuntos relacionados con la comida, mis miedos, mis costumbres, etc… hacen que yo experimenta tristezacuando mi hija no se come la comida.
Así pues, el acto de mi hija reactiva una serie de recuerdos, miedos, esquemas mentales… que forman parte de mi bagaje personal que derivan en tristeza. Por tanto, todo eso, que forma parte de mí, interviene en el surgimiento de esa emoción, soy yo la responsable de ella y soy yo quien tiene que gestionarla.
Por tanto, queda claro que otra persona jamás es responsable de nuestras emociones (salvo en situaciones de abuso, violencia o manipulación emocional), que nuestras emociones son sólo nuestras y sólo nosotros mismos las podemos gestionar.
Cuando atribuimos la responsabilidad de nuestra emoción a otro, le estamos otorgando el poder absoluto a ese otro de gestionar nuestro estado emocional. Además, estamos perdiendo el control de nuestras emociones, la capacidad de hacernos cargo de ellas en busca de nuestro propio bienestar.
De este modo, cuando transmitimos a nuestros hijos que son ellos quienes provocan nuestras emociones y que éstas dependen de su comportamiento, nuestros hijos están realizando un peligroso aprendizaje: que las emociones propias son provocadas y gestionadas por otro. “Si yo soy responsable de las emociones de mis padres, otros serán responsables de las mías”.
Así, el niño está aprendiendo a trasladar la responsabilidad de sus emociones a otras personas, perdiendo, así, la capacidad de gestión de las mismas y, a su vez, aprende a hacerse cargo de las emociones de otras personas.
Cuando una persona se hace cargo de las emociones de otra (“mamá se siente triste porque yo no me he comido la comida que me ha preparado”), se sitúa en una posición que le hace vulnerable a ser manipulado por otros.
Si tú te haces cargo de mis emociones, yo puedo hacerte responsable de mi estado emocional e instarte a actuar de una u otra manera para que seas tú quien gestione mis emociones.
Si yo me hago cargo de tus emociones, tú puedes hacerme responsable de tu estado emocional e instarme a actuar de una u otra manera para gestionar o transformar yo tu emoción.
De este modo, cuando nos hacemos cargo de las emociones de otros y/o responsabilizamos a otros de las nuestras, entramos en una peligrosa dinámica de incapacidad de gestión emocional. Quedamos desprovistos de capacidad de gestionar nuestras propias emociones y no podemos gestionar las de los demás porque eso es imposible.
Por eso es fundamental enseñar a los niños a hacerse cargo solamente de sus propias emociones, a no sentirse responsable de las nuestras, a diferenciar la responsabilidad emocional de cada uno.
Así, cuando hablemos a los niños de nuestros estados emocionales, es importante hacerlo en términos de propia responsabilidad.
Por lo tanto, en vez de decir “si no te comes la comida me pongo triste” deberíamos decir, si el niño nos pregunta, (“estoy triste porque he hecho demasiada cantidad de comida y ha sobrado mucha”, por ejemplo, o, también, podemos hacernos cargo de nuestra emoción sin comunicársela a nuestro hijo.
Esto no significa que no debamos hablar en términos emocionales con nuestros. Significa que debemos expresar las emociones desde la perspectiva de la propia responsabilidad.
Mónica Serrano Muñoz
Psicóloga especializada en Maternidad y Crianza Respetuosa
Col. Núm. M26931
Consulta presencial (en Madrid) y online.
Petición de cita en: [email protected]
Recomiendo: Curso Intensivo Online: Mi hijo no sabe defenderse, ¿cómo le ayudo?