Los operarios de las industrias robotizadas en muchos casos apenas interaccionan con los robots, por motivos entre otras cosas de seguridad física, y cuando lo hacen es para labores, por ejemplo, de programación o mantenimiento.
Incluso en el caso de los modernos robots colaborativos o cobots, robots pensados para colaborar con personas en entornos normalmente industriales, no hay apenas una interacción más que la realización colaborativa y coordinada de tareas productivas u operativas. Es decir, seguimos en un terreno muy neutral.
Incluso, cuando en nuestros hogares utilizamos los robots aspiradora, en general hacemos poco más que pulsar el botón de arranque, ocuparnos de su batería y vaciar el depósito de polvo.
Se trata de unas relaciones en que nos importan poco conceptos que veremos a continuación como la simetría, igualdad o reciprocidad. Y no nos preocupan, precisamente, porque hablamos de una interacción meramente operativa y práctica.
Relaciones afectivas con robots
Sin embargo, cuando hablamos de robots sociales, e incluso de voicebots o altavoces inteligentes más o menos avanzados, la cosa cambia. Y la cosa cambia porque en ese caso, la interacción con el robot es una interacción social, casi humana, en donde comienzan a entrar en juego expectativas, emociones y vinculación afectiva entre humano y robot.
¿Entre humano y robot?
No. Seamos más exactos: del humano con el robot. Los robots, al menos aquellos de los que disponemos hoy en día y de los que cabe prever dispongamos en los próximos años (puede que durante muchos años, puede que siempre) no tienen sentimientos aunque sí tienen capacidad para captarlos y simularlos.
No tienen sentimientos pero son capaces de captarlos y simularlos. Es decir, externamente sí parecen seres, no solo inteligentes, sino también emocionales. Y si a eso le añadimos la tendencia de las personas a antropomorfizar es decir, a atribuir características humanas aquello con lo que se relacionan, en este caso robots; y si a eso le añadimos un poco de fantasía y herencia cultural que tienen a personificar a los robots, tenemos el caldo de cultivo perfecto para plantearnos la posibilidad de una relación no sólo operativa sino también afectiva entre humanos y robots y preguntarnos si es posible, y si es deseable, la amistad e incluso el amor.
Reciprocidad y simetría
Respecto al tema de la amistad, ya vimos hace unas semanas una argumentación filosófica a favor (discurso de John Danaher) y una en contra (discurso de Sven Nyholm) de la posibilidad de esa amistad entre robots y personas. En esa suerte de debate, una de las características que se atribuía a la amistad eran la mutualidad (los amigos tienen valores e intereses compartidos y admiración y buenos deseos recíprocos) y la igualdad (las dos partes son iguales sin relaciones de dominación o superioridad).
En un apartado de su último libro 'The new breed', la roboticista Kate Darling analiza, aunque no en profundidad, la verdad, el tema de la reciprocidad en las relaciones humano-robot. Conviene saber que el argumento principal de Darling en este libro, es que, de alguna forma, debemos de cambiar nuestra mirada hacia los robots, a los cuales tendemos a igualarlos a humanos y, mejor, pensar en ellos como algo más cercano a animales, ya que su naturaleza y nuestra relación con ellos se parece más a este último caso. Y ya con respecto a la reciprocidad nos dice:
Not every aspect of our human, animal, and other relationships require reciprocity, but it should also be said that not everyone agrees that relationships with robots are one-sided.
Un poco la idea es que, en efecto, las relaciones entre humano-robot no tienen una verdadera reciprocidad, son asimétricas, al menos en lo que a aspectos emocionales se refiere. Es la persona la que tiene los sentimientos, no los robots.
Sin embargo, y aunque sin aportar unas conclusiones claras, lo que parece latir en el pensamiento de Darling es que, reconociendo que no hay reciprocidad y que se trata de relaciones asimétricas, eso no necesariamente impide que puedan ser una relaciones significativas. De hecho, las relaciones de las personas con sus mascotas (perros, gatos, etc) son importantes para sus dueños y, sin embargo, en palabras de Darling:
human-pet relationships are inherently un-equal.
No solo eso, unas líneas más abajo afirma:
Our ability to care for someone or something that doesn't necesasarily depend on their ability to care back. And there also doesn't seem to be anything inherently wrong with one-sided relationships.
Según esto parece entenderse, como decíamos que, reconociendo que las relaciones con robots son y previsiblemente serán asimétricas, eso no impide que puedan ser significativas, significativas para el ser humano que participa en la relación, se entiende.
Reflexiones finales
Quizá podamos enfocar esta capacidad del ser humano de volcar afecto en animales o cosas incapaces de devolverle ese afecto, como un factor de grandeza, como algo de lo que podemos estar orgullosos como humanos.
Sin embargo, creo que también complica desde un punto de vista ético las decisiones sobre el estatus a otorgar a los robots (y no tanto a los actuales como a unos eventuales robots futuros más sofisticados) y también hace más delicado, más sensible, el asunto de la relación robots-personas y parece reclamar, como decía en el artículo anterior, una mayor tacto y prudencia.