Sostiene Corbin, ya mediado el libro, que los románticos no descubrieron el mar, porque mucho antes de finales del XVIII, las riberas del océano se habían convertido en lugares de gozo y contemplación. De hecho, a finales de la década de 1750 eran multitudes las que iban a Brighton a disfrutar de los placeres del baño. No obstante, son los románticos los primeros en desarrollar un discurso coherente sobre el mar, los que enriquecen las formas de gozo de la playa y los que agudizan el deseo inspirado por está indecisa frontera. Podría decirse, en cierto sentido, que los románticos amplían el alcance de prácticas ya sólidamente establecidas
Su gran aportación quizá es que los románticos hacen de la ribera un lugar privilegiado del descubrimiento de Yo. Señala Corbin que "el individuo no viene ya ahí para admirar los límites, impuestos por Dios, al poder del océano; va en busca de sí mismo, espera, descubrirse en él, más aún, reencontrarse."