Revista Cultura y Ocio

Los sabios analfabetos

Publicado el 04 agosto 2013 por Hugo Rep @HugoRep

Los sabios analfabetos.Alejado de las grandes ciudades, el destacado escritor eligió llevar una vida tranquila en la localidad jujeña de Yala, lugar al que regresa luego de sus jornadas como juez de la Corte Suprema de Jujuy. Habla del exilio, los paraísos perdidos y la relación entre literatura y derecho 
Conoció buena parte de las grandes ciudades del mundo y vivió un tiempo en varias de ellas, en una ocasión por un exilio forzado y en otras a partir de presentaciones de sus libros, sus viajes como diplomático o dando conferencias en universidades extranjeras, pero Héctor Tizón siempre regresa al refugio, en su Yala natal. 

El escritor jujeño no sólo guarda en el recuerdo cada tarde de sus primeros años de vida y su juventud en ese paraje puneño, sino que está de vuelta siempre para darle cuerpo a sus libros, encontrar los personajes que enriquecen sus novelas y disfrutar del tiempo, como suele decir merced a que no vive dentro del ritmo frenético de las grandes ciudades. 
Y, es esta conjunción de memoria y lugar geográfico de "tierra adentro" lo que le permite al escritor, que también es juez de la Corte Suprema de Jujuy, escribir novelas y relatos de la población que lo rodea en ese pequeño mundo interior, de lo que percibe como herencia de su tierra. Campesinos, hombres que aún responden y se mueven de acuerdo a lo que le dictan sus sentidos. Son los que Tizón denomina los "sabios analfabetos"; quienes fueron sus primeros maestros. 
Yala está ubicado a apenas 13 kilómetros de San Salvador de Jujuy. Posee importantes lagunas donde se pueden pescar pejerreyes y frondosos bosques. En invierno, las grandes copas arboladas muestran los restos de la nieve que cae pintando de blanco el paisaje. Tizón dice que antes la gente nacía y moría en ese pequeño pueblo. 
En su memoria guarda el recuerdo de un lugar alejado de la ciudad, una suerte de "paraíso". En la actualidad, una ruta en muy buen estado permite a los pobladores de la pequeña localidad llegar a San Salvador en cuestión de minutos. Esto ha hecho que muchos emigren del pueblo y busquen en la gran ciudad trabajo, aunque no siempre lo consiguen. 
Tizón habita en Yala una casa amplia con paredes colmadas de libros. Allí, dice, suele escribir los fines de semana. Para el narrador se trata de una cuestión casi biológica, que tiene un ritmo y un tiempo que no deben apurarse. 
De sus años de exilio, durante la década del 70, guarda recuerdos duros que supo plasmar en su libro "El viejo soldado". Alguna vez dijo el novelista que "ya no moriría por esa situación de destierro pero no es algo que se termine de superar del todo. Lo peligroso es que el exilio se entremezcla con el rencor". Por aquellos años escribió en Madrid pequeñas novelas que firmaban otros, para sobrevivir. Sin embargo, tras ese peregrinar por el mundo, ya de regreso, Tizón alcanzó el reconocimiento merecido. Con novelas traducidas en varios idiomas y premios internacionales, el jujeño es destacado como uno de los grandes novelistas de habla hispana de la actualidad.

Los sabios analfabetos.
- Teniendo la posibilidad de vivir en ciudades europeas o en la misma Buenos Aires ¿Por qué decidió quedarse a vivir en Yala? ¿Qué es lo que encuentra allí que no encuentra en otro lugar?
- He vivido en Buenos Aires y he vivido en ciudades europeas, y de América. Pero eso no me ha cambiado, ni beneficiado ni empobrecido. No hay lugares, por más prestigiosos que se pretendan, que conviertan en prestigiosos a los seres que la habitan. En Nueva York, como antes en Babilonia, seguramente, abundaron, y no en proporción despreciable, los tontos.
- ¿Cómo describiría los paisajes de Yala y a su gente...?
- Yala es un pueblo muy pequeño, cercado por dos ríos y por montañas boscosas, en donde hay lagunas y en donde no hay tragedias ni hipocresía, ni nadie se preocupa por su sepultura. Tampoco es el paraíso, por la sencilla razón de que los verdaderos paraísos son los perdidos.
- En un reportaje publicado tiempo atrás al referirse a su tierra, sus orígenes, el silencio y el desierto hace mención a los sabios analfabetos. ¿Podría contarnos un poco más sobre este concepto?
- Mis primeros maestros, los que me enseñaron lo esencial de la vida y del mundo, fueron analfabetos, pero sus enseñanzas fueron inolvidables para mí y cuando después las contrasté con la sabiduría que el mundo de la lógica y de la enciclopedia había acumulado, no las hallé menoscabas ni primitivas, ni ingenuas. Los campesinos, pobladores de estas tierras, no han aprendido de los libros, ni tienen otra información que aquella procurada por sus sentidos y su memoria y el genio, incluso, es una rama todavía no descubierta de la memoria. Ahora en cambio solo aprendemos con la vista y la paupérrima neolengua de la TV, y esto nos empobrece a todos. Nadie está más solo que un hombre mirando la TV.
- ¿Qué le aporta su experiencia y labor como juez a la hora de escribir? ¿Y qué le aporta la escritura a su trabajo como magistrado?
- Un escritor es siempre omnívoro, escribe a partir de la experiencia propia o apropiada y la memoria. El trabajo de un juez, cuando dicta sentencia es similar al del narrador. La literatura y el derecho no son discursos encontrados o enfrentados.
¿Cómo nació su relación con la escritura?
-No recuerdo, de ese nacimiento tengo solo conjeturas, quizá porque fui un niño solitario criado en lugares remotos, y siempre prefería escribir a hablar.
Para Tizón, el hecho de escribir es una posibilidad de relacionarse, y de mostrar que aún se puede creer en la palabra. "Debo declarar que escribo por el mismo motivo que un niño pequeño llora, es decir, por los demás y para ellos. Todos lo hacemos. He aquí el misterio -siempre repetido- de un autor, de un artista. Escribimos para ser oídos y queridos; escribimos para socializarnos, porque como dijo no recuerdo quien: si el arte no tiene una proyección social, acaba siendo sexo sin amor. A medida que envejezco creo más en el don de la palabra, en las palabras que narran, puesto que si las palabras no sirven para narrar se prostituyen sin haber conocido el amor y mueren, como mueren los ecos sórdidos y gratuitos, que nunca tendrán la riqueza ambigua del discurso de los locos, de los brujos, de los borrachos y de los niños".
- Uno de sus libros, el viejo soldado, lo dedica al pintor Antonio Seguí. Si tuviera que pintar un cuadro sobre su tierra natal, ¿qué elementos esenciales no dejaría de incorporar y cuáles serían los colores predominantes?
- No puedo imaginar esa hipótesis, no puedo dibujar ni siquiera la luna. En cuanto al color, por supuesto que el que jamás estará ausente mientras viva es el verde, en su extensa gama del amarillo al negro.
- ¿Se puede pensar en una relación entre la escritura y la pintura?
- Si, por supuesto: Mi admirado John Berger (1) es una síntesis de ambas formas de expresión.
- Usted vivió el exilio obligado y hoy aún cientos de argentinos buscan irse del país ¿Este exilio constante es el que nos impide definir una identidad propia como país o cree que la identidad existe? Si es así ¿Cómo se manifiesta?
-Yo me fui al exilio, obligado, sin remedio. Jamás elegiría vivir fuera de mi lugar por otro motivo que no fuera el de vida o muerte. Por supuesto que nuestra penuria en cuanto a la identidad como pueblo estriba en que no pocos creen, y no sólo ahora, que la vida está en otra parte. Y eso es tan sólo huir para adelante.
- La tradición del cuento oral parece ser una costumbre más afincada en el interior ¿Recuerda cuentos propios de su tierra que le contaron de chico, fábulas o enseñanzas y si es así podría narrar alguna breve?
- No creo eso. La oralidad como forma narrativa no es patrimonio único del campo, o del "interior", como acostumbran curiosamente a decir los habitantes de Buenos Aires. La oralidad está en los cuentos de sufies y derviches en los cuentos judíos, y los de Sherezade, en la populosa Bagdad.
El narrador sabe de la importancia de la oralidad y de cómo es la fuente de aprendizaje de los primeros años de vida: "Los primeros conocimientos se propagan por transmisión oral y las iniciadoras siempre son las mujeres, dado que los hombres, salvo los ancianos, no hablan. En mi infancia las mujeres que me rodeaban -mi madre y tías, niñeras y demás comedidas- contaban historias que tenían que ver con nuestras vidas; nunca decían "en España o Italia o en Francia", puesto que todas las mujeres que rodearon mi infancia fueron criollas o indias analfabetas o no lectoras. Y lo primero que me llamó la atención fue que jamás una historia fuera contada exactamente igual y varias veces sino que la historia era el historiador, la narración era (sobre todo) el narrador".
- Usted suele decir que un escritor escribe por sobre todas las cosas con su memoria ¿Cuál es el recuerdo que guarda más vívido de su tierra natal?
- El arte de narrar hablando nace con Homero, haya sido éste uno o varios; el arte de narrar escribiendo nace o alcanza perfección con Herodoto. La experiencia que se transmite de boca en boca es la fuente de los narradores. Yo no tengo un particular recuerdo de algo concreto, tengo sí, una visión del mundo como lo ví por primera vez y esa visión no me ha abandonado jamás.

Sergio Limiroski

(1) N de la R. John Berger es un escritor inglés nacido en 1926 en Londres, que comenzó su carrera como pintor y profesor de dibujo. Su ensayo "Modos de Ver" fue libro de referencia para toda una generación de historiadores del arte. Actualmente es un destacado novelista de reconocimiento internacional.
El gran desierto lunar
Los sabios analfabetos.
La Puna, el gran desierto lunar cálido y frío, más que un lugar geográfico es una experiencia. Quien no conoce la vastedad de su silencio y de su soledad nunca podrá conmoverse. Los manuales de geografía la describen más o menos así: "Corresponde a una gran zona ubicada generalmente por encima de los 3 mil metros. Espacio de gran amplitud térmica. 

Durante el día tiene lugar una fuerte insolación y se registran temperaturas de hasta 30 grados, pero de noche debido a la gran irradiación terrestre las temperaturas son muy bajas". Y todo esto, siendo casi exacto, nada significa. 
Cabalonga, Orosmayo, Rachaite, Rinconada y Cochinoca, Macoraite, Muñayoc, Tusaquillas, Casabindo, Canchalante, Vilama, Huancar, Pumahuasi, son sus nombres eufónicos. Albas claras, frías y transparentes, hacia el mediodía comienza a desaletargarse el viento, cálido y caprichoso como un dios menor, que sopla y se apacigua en los atardeceres, para morir antes de la noche deslumbrante.
Sólo este puñado de gente -menos de uno por kilómetro cuadrado- que disminuye año a año, puede vivir en estos altos desiertos indigentes e ingratos. Ellos nada le piden, y esta dura intemperie es indiferente a sus obstinados pobladores. 
Este desierto, ultrajado cuando sopla el viento, hecho de estelas geológicas y de sal, eternamente silencioso, fue sin embargo, en tórridos días y en las altas noches el escenario de paso de séquitos imperiales, de zaparrastrosas tropas guerreras, de conquistadores extraviados y locos detrás de equívocas quimeras.

Hoy el inmenso páramo sigue igual, únicamente el hombre disminuye, desguarneciendo esta frontera que jamás acató.

Extracto del libro "Tierras de frontera" de Héctor Tizón, gentileza editorial
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