Acaba de publicarse una nueva Encíclica del Papa Francisco, titulada Dilexit Nos (Nos amó) sobre “el amor divino y humano del corazón de Jesucristo”. El texto comienza analizando el sentido que tiene el símbolo del «corazón» en los escritores clásicos y en la Sagrada Escritura. El corazón es aquel núcleo personal, interior, lugar de la conciencia, del pensamiento, de la toma de decisiones, el lugar de la sinceridad, donde no se puede engañar ni disimular. En definitiva: «Nada que valga la pena se construye sin el corazón» (n. 6). Por eso, el Papa invita a volver al corazón: «En este mundo líquido es necesario hablar nuevamente del corazón, apuntar hacia allí donde cada persona, de toda clase y condición, hace su síntesis; allí donde los seres concretos tienen la fuente y la raíz de todas sus demás potencias, convicciones, pasiones, elecciones» (n. 9).
Se ha planteado, desde distintos ámbitos, que esta devoción al Corazón de Jesús puede distraer o desviar de la relación auténtica con Jesucristo. El Papa contesta que de ningún modo: «Ese Cristo con el corazón traspasado y ardiente, es el mismo que nació en Belén por amor, es el que caminaba por Galilea sanando, acariciando, derramando misericordia, es el que nos amó hasta el fin abriendo sus brazos en la cruz. En definitiva, es el mismo que ha resucitado y vive glorioso en medio de nosotros». Y apunta: «La devoción del consuelo no es ahistórica o abstracta, se hace carne y sangre en el camino de la Iglesia» (n. 157).
En esta Encíclica figuran testimonios de muchos santos. Entre ellos, encontrados los de dos santos del Carmelo: san Juan de la Cruz y santa Teresa del Niño Jesús.
A S. Juan de la Cruz se le dedica el número 69, que reproducimos aquí:
San Juan de la Cruz ha querido expresar que en la experiencia mística el amor inconmensurable de Cristo resucitado no se siente como ajeno a nuestra vida. El Infinito de algún modo se abaja para que a través del Corazón abierto de Cristo podamos vivir un encuentro de amor verdaderamente mutuo: «cosa creíble es que el ave de bajo vuelo prenda al águila real muy subida, si ella se viene a lo bajo, queriendo ser presa». Y explica que «viendo a la esposa herida de su amor, él también al gemido de ella viene herido del amor de ella; porque en los enamorados la herida de uno es de entrambos y un mismo sentimiento tienen los dos». Este místico entiende la figura del costado herido de Cristo como un llamado a la unión plena con el Señor. Él es el ciervo vulnerado, herido cuando todavía no nos hemos dejado alcanzar por su amor, que baja a las corrientes de aguas para saciar su propia sed y encuentra consuelo cada vez que nos volvemos a él:
«Vuélvete, paloma,
que el ciervo vulnerado
por el otero asoma
al aire de tu vuelo, y fresco toma».
Santa Teresa del Niño Jesús tiene un mayor espacio en esta encíclica. Se la menciona, de entrada, en el número 90, a propósito de la confianza (en conexión con la jaculatoria Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío). Más adelante, desde el número 133 hasta el 142, se presentan diversos textos de ella y se destaca especialmente una carta que escribió, tres meses antes de morir, a su hermano espiritual, Maurice Bellière: «Cuando veo a Magdalena adelantarse, en presencia de los numerosos invitados, y regar con sus lágrimas los pies de su Maestro adorado, a quien toca por primera vez, siento que su corazón ha comprendido los abismos de amor y de misericordia del corazón de Jesús y que, por más pecadora que sea, ese corazón de amor está dispuesto, no solo a perdonarla, sino incluso a prodigarle los favores de su intimidad divina y a elevarla hasta las cumbres más altas de la contemplación. Querido hermanito, desde que se me ha concedido a mí también comprender el amor del corazón de Jesús, le confieso que él ha desterrado todo temor de mi corazón. El recuerdo de mis faltas me humilla y me lleva a no apoyarme nunca en mi propia fuerza, que no es más que debilidad; pero sobre todo, ese recuerdo me habla de misericordia y de amor».
Os invitamos a leer el texto completo de la Encíclica en este enlace