Sin duda la Barceloneta, ese barrio olvidado durante años por aquello que moran por encima de la Gran Vía, es ahora uno de las zonas de moda de Barcelona. Van los turistas, van los locales, estudiantes, parados, amantes de la buena cocina, tanoréxicos, festeros y hasta algún despistado (entiéndase por despistados a los pacientes surferos).
La Barceloneta arranca de muy buena mañana, soleada y sin perezas. Se ven salir a faenar los escasos barcos que quedan en la cofradía, que luchan día a día para que los yates, de banderas exóticas y misteriosas, no se coman ese pedacito de puerto que les queda. Vuelven a mediodía y llevan el botín a la lonja, aunque se dice y se cuenta que algún restaurante bueno de la zona se lleva una cajita para la cena, como en los viejos tiempos. Merece la pena escuchar sus historias, aquellas que empiezan con “cómo ha cambiado el barrio” y que terminan como siempre han terminado, cervezas, risas y el feeling de que, con ciertos matices, todo sigue igual.
Los clásicos autóctonos, que no necesitaron de movimientos olímpicos para ver las virtudes del barrio, llegan a la playa cuando arranca el día, saludos, crema y a ver pasar el día. No tardan en llegar las hordas de turistas, algunos testigos de los excesos de la noche, otros deportistas de postín y los últimos a cogerse un buen moreno, que por Europa ganan bien pero viven en la sombra. Después de la sesión de costa llega la hora del vermut, y hay que desandar dos calles para encontrar los mejores templos, empezando siempre por el Electricitat y terminando por La Bombeta. Es momento de socializar, ayudar a pedir a algún japonés despistado entre tanta guía y tecnología, y de preparar el cuerpo para la ansiada comida. Gastronómicamente la Barceloneta es un verdadero paraíso; está el Kaiku para probar un buen arrocito con terraceo, La Torre d´Alta Mar para los de más poder adquisitivo y el Santa Marta para los más informales. Nuestro consejo personal apunta al Vaso de Oro y a la Cova Fumada, dos maravillas culinarias que se han hecho un hueco entre los grandes de la ciudad (y por desgracia en todas las guías turísticas). Son comidas largas y maceradas, bien regadas y conversadas, y requieren de la posterior terraza soleada, como la del Zahara
Y con la brisa marina se va cerrando el día, suave y relajado paseando por la playa, sintiendo la arena entre los dedos de los pies. Así se despide La Barceloneta. O quizás, no. Siempre se puede anochecer en la playa en una noche despejada en la que observar las estrellas y despertar de la misma manera: Un buen plan para la "Nit de Sant Joan".
Víctor Belane.