Entre aquellos que prefirieron abandonar su patria los hay que eligieron Portugal –que no tardaría en expulsarles también, y de donde saltarían a Brasil–, el norte de África, y la Italia no controlada por la Corona de Aragón. Pronto se dirigirían también al Imperio Otomano, la única potencia de la época en ofrecerles cobijo abiertamente: allí se establecerían en las grandes metrópolis del imperio, como Estambul, Salónica, Esmirna o Sarajevo, y se extenderían por Europa central; y también Holanda, benefactora de los judíos, desde donde pronto también partirían al Nuevo Mundo.
Dada la magnitud de las cifras de afectados y de la larga y rica relación de los judíos de Sefarad con la tierra que habitaban, no puede compararse esta expulsión con ninguna de las que se dieron en Europa en la misma época, y semejante tragedia sólo es superada en el ideario del pueblo judío por la Diáspora histórica y el Holocausto. Los sefardíes llevarían su carga de nostalgia por todo el mundo y la fusionarían con su cultura, identificable en aspectos como la música y sobre todo una lengua, el ladino –o judeoespañol, reliquia lingüística que conserva las formas del castellano antiguo–, seña de identidad de su pasado español.
Con el tiempo Sefarad se convertirá en la mente de los sefardíes en un lugar mitológico más que en un territorio geográfico real; incorporarán esta temática a su cultura, heredada de la española pero ricamente transformada por el contacto con muchas otras y, en definitiva, irán siendo cada vez menos conscientes de la España real para mantenerla sólo en un estado intangible y cargado de legendaria melancolía en sus corazones.…es para amaneser
Redescubrimiento
Al mismo tiempo en España cunde la desmemoria y a través de los siglos sólo un puñado de ilustradas voces mostrarán interés por la cuestión sefardí. Es únicamente en el siglo XIX que, bajo la influencia de la Ilustración y de la Revolución Francesa, empezarán a llegar al país ideas liberales que defienden, entre otras cosas, la libertad de culto- y nacionalistas –que reivindican el patrimonio histórico de la nación–, ideas que pondrían los cimientos para el redescubrimiento del universo sefardí en España.
Este redescubrimiento tiene, en cualquier caso, algo de anecdótico: son los soldados españoles en la Guerra de Marruecos quienes, al tomar plazas como Tetuán, escuchan sorprendidos cómo los habitantes judíos de estas ciudades les reciben con vítores hablando una versión del castellano que a los militares les suena arcaica y extraña: es el ladino, idioma de los judíos sefardíes. Posteriores expediciones de viajeros como la del doctor Pulido documentarán las extensas poblaciones de sefardíes en el Imperio Otomano.
Filosefardismo y antijudaísmo
Así, mientras en Europa se dan constantes y sangrientas persecuciones de judíos, en España se vive una suerte de filosefardismo motivado por el nacionalismo de la época; no había judíos en España, pero aquellos que fueron expulsados han mantenido la cultura española, lo que llena de orgullo a las clases dirigentes del país. Además, el acercamiento a los judíos en la diáspora se ve como una gran oportunidad para fortalecer la economía española a través del comercio.
Este filosefardismo convive extrañamente con el antijudaísmo tradicional de las clases bajas, más conectado con la religión y la costumbre que con un odio al judío real: la población española de la época, iletrada, seguía viendo al judío como ese ser medio demoniaco de las crónicas medievales, herramienta que usaría la Iglesia Católica para presionar a los gobiernos en defensa del culto católico. Es así como se explica que la conservadora dictadura del general Primo de Rivera hiciera gestos de acercamiento a los sefardíes, y que durante la Segunda Guerra Mundial, la dictadura franquista, a pesar de ser aliada de la Alemania Nazi, protegiera a muchos judíos en sus consulados de Centroeuropa. Es precisamente Franco quien, en 1969, deroga definitivamente el Edicto de Granada –recordemos que prohibía la vuelta de los judíos a España por siempre–.
Reencuentro y reparación
Ya con la venida de la democracia y de la libertad de culto, los pasos no son sólo hacia un acercamiento, sino que se dan abiertamente hacia el reencuentro y la reparación. Cuando, en 1986, se establecieron relaciones diplomáticas entre España e Israel, el entonces primer ministro israelí Shimon Peres saludó a Felipe González con rotundidad exclamando: “Nos volvemos a encontrar después de quinientos años”.
Desde ese momento en adelante las relaciones se acentúan: en 1990 se concede a las comunidades sefardíes el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, y en 1992 se organiza el importante evento Sefarad92, que conmemoró el quinto centenario de la expulsión y reivindicó el legado sefardí. Asimismo empieza en esta época la emisión por parte de Radio Nacional de España de programas en ladino.Simon Peres y Felipe González se reúnen en 1986
Volver a Sefarad
El pasado día 30 de noviembre de 2015, el rey don Felipe, presidiendo un acto solemne en el Palacio Real de Madrid, afirmaba que por fin, los sefardíes se encontraban en su propia casa de nuevo. Se trataba de un acto motivado por la aprobación de la Ley 12/2015 de concesión de nacionalidad española a los sefardíes originarios de España, y constituía el final de esta reparación descrita.
Y es que, como ha escrito Jon Juaristi “si la expulsión de los judíos fue una tragedia, la odisea de su retorno constituyó un prolongado drama”, terminado pues por esta ley que abre ahora un escenario nuevo en el que miles de sefardíes se preparan para acceder, como es su derecho histórico, a la nacionalidad española. La legislación aprobada contempla que cualquier persona que pueda probar ser sefardí, descendiente de aquellos que abandonaron España, podrá recibir el pasaporte español sin necesidad de residir en España ni renunciar a su otra nacionalidad, después de pasar el sencillo examen CCSE (sobre Conocimientos Constitucionales y Socioculturales de España).
No debe pensarse, en todo caso, que todos los sefardíes que deseen acceder a la ciudadanía española cambiarán también su residencia, y es de hecho una minoría quien planea hacerlo: teniendo su vida hecha en los países en los que residen, están más interesados en concluir este trámite por las ventajas que les ofrece el pasaporte español. En términos inmediatos, la novedad se está haciendo notar sobre todo en los consulados, a donde llegan sefardíes pidiendo información sobre los trámites a seguir; y en las academias de español y sedes del Instituto Cervantes en aquellos países donde mayor presencia sefardí hay, ya que muchos no tienen un conocimiento del idioma suficiente para realizar el examen CCSE.
Por otro lado, tampoco debe entenderse el que el Gobierno español haya aprobado esta ley inocentemente: no sólo se buscaba esta aludida reparación histórica, sino también compensar al Estado de Israel tras haber votado a favor de reconocer a Palestina como miembro observador de la Asamblea General de Naciones Unidas en el pasado noviembre de 2012.
El ladino: la llave de España
Después de siglos de permanecer apartados de la que es su tierra, los sefardíes rememoran las viejas historias de sus ancestros y de cómo huyeron de Sefarad llevando con ellos las llaves de sus casas, las llaves de España. Esas llaves permanecen hoy en un halo de leyenda, perdidas, o quizá nunca conservadas por ellos. Pero el pueblo sefardí, a lo largo y ancho del mundo, ha conservado una llave mucho más importante: la llave del idioma, que les ha mantenido conectados durante siglos con España, ya sea consciente o inconscientemente, y que hoy les permite reivindicar y enorgullecerse de su pasado y de su herencia sefardí.
Este idioma ha sufrido de la asimilación de las poblaciones sefardíes a las poblaciones locales con las que habitaban; por razones políticas o culturales ha ido perdiendo peso en países como Turquía, la antigua Yugoslavia, o los países centroeuropeos. Nacionalismos, prejuicio y persecución o la alargada mano genocida de los nazis han dificultado la supervivencia del judeoespañol. Incluso hoy esta lengua se ve amenazada por su contacto con el español moderno, que resulta, por razones obvias, mucho más práctico para los hablantes del ladino que el propio ladino.
Sin embargo, los sefardíes continúan conservando como un tesoro el legado de sus ancestros, su salvoconducto de vuelta a casa: la verdadera y única llave de España que es el idioma, el ladino o judeoespañol, que a pesar de estar en grave riesgo de desaparición, mantiene viva la esperanza, hoy mucho más realizable, de alguna vez volver a Sefarad.
30 marzo, 2016 http://elordenmundial.com/2016/03/30/los-sefardies-y-las-llaves-de-espana/&version;
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