Si algo estaba claro en la primera mitad de los años 80, es que cuando Bernard Hinault se plantaba en la rampa de salida de una gran vuelta, era victoria segura. Así había sido desde que el francés ganase la Vuelta a España en su primera participación en 1978. Y 1983 no fue una excepción. Le costó arrancar pero a tres días del final se mostró como el gran ciclista que era y se llevó una durísima etapa con final en Ávila, y cuatro puertos entre medias. Ese día se vistió de líder aprovechando el desfallecimiento de Julian Gorospe, primero en la clasificación hasta ese día, y los tres minutos que se dejó Alberto Fernández, que no pudo seguir el ritmo final.
Pese a todo, Alberto, cántabro de nacimiento pero conocido por todos como el «Galleta» al residir en Aguilar de Campoo, tierra famosa por su industria galletera, había cuajado una gran actuación. En la primera etapa de montaña con final en Castellar de Nuch, se había impuesto al grupo de favoritos, primera etapa en una grande para su palmarés. Llegaría incluso a vestir de líder en aquella edición aprovechando que Julian Gorospe quedó cortado en el pelotón camino de Logroño y finalizó tercero en Madrid tras Hinault y Marino Lejarreta. Aquellos resultados no eran fruto de la casualidad. Ya en 1982, enrolado en las filas del equipo Zor, y encadenando un gran momento de forma, logró alzarse con la victoria en la Volta a Catalunya y finalizó décimo en el Tour de Francia. Por eso su podio en la Vuelta del año siguiente se vio como la consolidación definitiva de Alberto que siguió cumpliendo expectativas al realizar un gran Giro de Italia en donde finalizó tercero y se llevó dos etapas. Incluso llegó a finalizar tercero en la Vuelta del 82 pero fue sancionado con diez minutos en la general por dopaje, terminando oficialmente decimoquinto.
La lógica decía entonces que ya estaba listo para optar a la victoria final en una vuelta grande, sobre todo para un ciclista de 29 años en su madurez profesional. Y ese momento era la Vuelta a España de 1984 que, en aquel entonces abría el campeonato de las tres grandes en abril. La nómina de favoritos era amplia a nivel nacional: Marino Lejarreta del Alfa Lum, Eduardo Chozas del Zor, Vicente Belda del Kelme, Julián Gorospe y un joven Perico Delgado, ambos del Reynolds, y el propio Alberto. Francesco Moser destacaba entre la escasa terna de extranjeros (el reciente recordman mundial de la hora). Sean Kelly, una máquina de ganar carreras «declinó» según dicen, acudir a aquella cita. De hecho, el prólogo fue para el propio Moser aunque Alberto dejó buenas sensaciones con un noveno puesto. Tras la primera semana de rigor para rodadores y esprinters llegó la primera prueba de fuego en la séptima etapa con final en Rasos de Peguera. Y aunque no lo sabía aún, Alberto iba a dejarse la carrera aquel día. Cuando quedaban pocos kilómetros a meta, el Zor colocó a Chozas delante y Alberto demarró del grupo de favoritos para enganchar con él delante. Se cumplían así las órdenes dadas por Javier Mínguez, director del equipo. De hecho, para entonces, las circunstancias de carrera resultaban favorables: sólo él mismo respondía, y tampoco había buenas sensaciones del resto de corredores, incluido Moser, lider hasta aquel día, y que también cedía (Se dejaría cinco minutos y medio en meta). Pero con el propio Alberto, aparecieron dos no invitados a la fiesta: el alemán Reimund Dietzen del Teka y, sobre todo, el francés Eric Caritoux, del equipo Skil, improvisado jefe de filas ante la «baja» de Kelly. Pensando que podría con él, en vez de aprovechar la ayuda de Chozas, Alberto siguió atacando, fundió a su compañero, no descolgó a Caritoux, que respondió a todos los demarrajes, y el francés ganó en meta. De hecho, a un kilómetro de la llegada, Alberto explotó y acabó entrando rezagado con Chozas, a un minuto del ganador. Perico Delgado fue segundo y se vistió de amarillo.
Con la carrera en un pañuelo y los favoritos apretados en la general en poco más de un minuto entre ellos, llegaron los Lagos de Covadonga, el gran descubrimiento de la Vuelta del 83. Allí quien se encumbró fue Dietzen con la victoria de etapa y no en menos medida Caritoux que además arrebató el maillot de líder a Perico. Alberto Fernández, mejor armado de piernas, repitió la fotografía de Pasos de Reguera, subiendo con el francés, ambos en solitario. El alemán llegó desde atrás recuperando terreno, atacó con Caritoux y en un extraño sprint con agarrones se llevó la etapa y el francés unos segundos muy valiosos sobre un Alberto al que le faltó un poco de fuelle en los últimos metros.
Perico perdió el maillot de líder, y aunque todo el mundo se repetía una y otra vez que el favorito seguía siendo Alberto al tener dos cronos por delante, lo cierto es que en la cronoescalada al Naranco, Caritoux rascó otros cinco segundos para un total de treinta siete sobre Alberto. Y en la carta final, la crono de Torrejón de Ardoz que la lluvia convirtió en una trampa peligrosa, ganó Gorospe, quizá el más fuerte en la última semana, pero Alberto no pudo quitarle el liderato a Caritoux por apenas… ¡seis segundos! Nunca una gran vuelta se había decidido por un tiempo tan exiguo (Ni ha vuelto a ocurrir). Para colmo, Dietzen arrebató el podio al joven Perico Delgado, que tendría que esperar su oportunidad al año siguiente.
Aquel lluvioso 5 de mayo la gloria se le escapó a Alberto por el mismo periodo de tiempo que tardo en escribir esta frase. Tras veinte días, tres mil quinientos noventa y tres kilómetros y más de noventa horas sobre la bicicleta, sólo seis segundos le separaron de la victoria. A los equipos Reynolds y Teka no les bastó para arañar tiempo y dinamitar la carrera. El Zor hizo lo que pudo para ayudarle pero no bastó y Alberto reconoció muy deportivamente la victoria de Caritoux. Nada mal para calmar los calurosos ánimos que hubo en contra del francés aquellos días en una España decepcionada por no lograr un campeón patrio como sí había ocurrido en el 83 con Marino Lejarreta. Ese minuto que Alberto se dejó en Rasos de Peguera…
Tampoco le sonrió la vida al «Galleta» cuando el 14 de diciembre de 1984, pocos meses después de la Vuelta, falleció junto a su esposa en un accidente de tráfico a la altura de Pardilla, Burgos. Un vehículo invadió su carril y ambos fallecieron en el acto junto con el conductor del otro vehículo. Volvía de Madrid tras recoger el premio al mejor ciclista del año. Dejaba un hijo de tres años que, años más tarde también sería ciclista profesional. Para el recuerdo quedará siempre lo que fue y lo que pudo haber sido, y sobre todo, aquella exigua derrota que dejó con la miel en los labios a todo un país.
Publicado por David Abellán Fernández
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