Revista Cultura y Ocio

Los señores del lapis specularis

Por Mneudecker77 @mneudecker

Los señores del lapis specularisLa ciudad romana de Segóbriga era una de las más ricas del imperio. Sus construcciones monumentales, su teatro, su anfiteatro, sus termas y su impresionante foro porticado nos revelan un pasado muy próspero. La raíz de esa riqueza eran las minas que rodeaban la ciudad. Pero no eran de oro o plata. La riqueza que los habitantes de Segóbriga sacaban de las entrañas de la tierra era el lapis specularis. Sus minas eran casi las únicas en todo el imperio y, sobre todo, las mejores.    

En la época del imperio romano no existía el cristal que usamos hoy para cerrar las ventanas. Sin embargo, sí existía un material que servía para proteger a los inquilinos de las viviendas del frío y el viento: el lapis specularis. También conocido como “espejuelo”, “espejillo”, “piedra del lobo”, “espejillo de asno”, “piedra de la luna”, “piedra de luz”, “sapienza”, “reluz”, etc. (Ver la web http://www.lapisspecularis.org/ para una información detallada)   El lapis specularis es un yeso selenítico que tiene la ventaja de que puede cortar a mano con una sierra con mucha facilidad y, sobre todo, en capas muy finas, lo que le permite ser utilizado para cubrir los huecos de las ventanas y a la vez dejar pasar la luz. En un imperio de casi 100 millones de habitantes que iba desde la Península Ibérica hasta Siria y Mesopotamia, pasando por Britania, Galia, Italia, Egipto, los Balcanes y el norte de África, había muchas ventanas que cubrir, por lo que la demanda de este material debía ser inmensa.

Los señores del lapis specularis

El problema de este material era su escasez. Había minas en Sicilia, Italia, la Capadocia o en Chipre, pero ninguna de ellas tenía la calidad del lapis specularis de Hispania. Por ello la riqueza de Segóbriga era aún mayor, porque tenía prácticamente el monopolio de las mejores minas de todo el Imperio Romano. 


Los señores del lapis specularis

Lapis specularis

Estas minas eran pozos profundos que se excavaban en la tierra. Centenares de pequeños agujeros daban entrada a los millares de mineros que cada día bajaban en busca del preciado material que se encontraba entre las piedras del subsuelo. Como hormigas entraban y salían por esos agujeros mientras debajo de la tierra sus picos la horadaban cada vez más y más creando enormes cuevas artificiales, pequeñas ciudades subterráneas creadas para satisfacer una demanda cada vez más creciente.

Los señores del lapis specularis
Segóbriga era el centro de esta actividad. Allí era donde vivían los dueños de estas minas y donde los mineros –aquellos que no eran esclavos- gastaban el jornal que recibían por su esfuerzo. Pero también había otros vecinos, como por ejemplo los funcionarios imperiales que vigilaban que una parte de las riquezas de la ciudad fueran enviadas al emperador. Uno de estos funcionarios era Caio Iulius Silvano, un personaje sin duda muy influyente y muy rico de finales del S. II d.C. No en vano construyó su enorme mansión muy cerca del foro, en pleno centro de Segóbriga. Su presencia, junto a las estatuas y el tempo dedicado al culto al emperador, debía recordar a los vecinos que no se olvidaran de compartir religiosamente su bienestar con el César de turno.
Los señores del lapis specularis
La importancia de Segóbriga en el Imperio Romano era notable y el control de sus riquezas no se dejaba a cualquiera. De hecho, Caio Iulius Silvano no era natural de Segóbriga. Ni siquiera era hispano. Su origen era griego, y su cargo de procurator provinciae Hispaniae citerioris, demuestra que el emperador Septimio Severo se tomaba muy en serio las minas de Segóbriga, tanto como para enviar en el año 198 d. C. a un hombre de confianza desde el otro lado del imperio. Pero toda riqueza tiene un fin. La decadencia de Segóbriga comenzó poco después de la marcha de Caio Iulius Silvano, hacia el año 211 d.C. El siglo III fue muy duro para el Imperio Romano, una época de guerras civiles, crisis económica y de primeras incursiones bárbaras que a punto estuvo de hundirlo. El imperio se salvó, pero el impacto de las crisis en las ciudades fue tremendo, y muchas no lograron sobrevivir. Segóbriga lo consiguió, pero ya no sería lo mismo. Un lenta decadencia afectaría a la ciudad hasta que, lentamente, cayó en el olvido junto a sus minas de lapis specularis.     

Si quieres conocer más detalles sobre Segóbriga, pincha aquí para entrar en la web del parque arqueológico.

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