Los aires de cambio que, partiendo de los barrios negros, las ciudades del sur y los campus universitarios, están en la calle, son sentidos o presentidos por una legión de modernos juglares, que los difunden. Los tiempos están cambiando es una canción de Bob Dylan del año 1964, La respuesta está en el viento, otra balada, es del año anterior, Satisfaction, de los Rolling Stones, también es de 1964; We shall over come, convertida en himno a favor de los derechos civiles, de Joan Baez y otras composiciones de cantantes veteranos (Seeger -Where have all the flowers gone?- y Guthrie -This land is your land) y noveles, muestran similar inquietud. Fue una época, indica Roszak, en la que más gente aprendió su política del rock y de profetas beat que de cualquier manifiesto.
La protesta de quienes por unos u otros motivos se sienten insatisfechos en una sociedad que tiene como meta la inmediata obtención de satisfacciones, invade las calles, sacude barrios y universidades, promueve sentadas y multitudinarias marchas y ocupa primeras planas en la prensa y programas de radio y televisión.
Estudiantes, mujeres, intelectuales, artistas y gentes de la cultura, minorías raciales, sociales, sanitarias (locos, minusválidos) y sexuales señalan de forma airada problemas económicos, políticos, laborales, asistenciales, urbanísticos y ambientales sin resolver y demandan cambios en la manera de gobernar, de trabajar, de educar, de curar y de vivir. Pero son sobre todo los jóvenes quienes reaccionan, como señala Roszak, en El nacimiento de una contracultura, frente a la pasividad casi patológica de la generación adulta. Con la impaciencia propia de la juventud, la necesidad de expresarse y afirmar su presencia y la urgencia de los excluidos del estilo de vida americano, o de sus críticos, se reclaman cambios inmediatos o se ponen en práctica sin esperar autorización.
Indica este autor: Para bien o para mal, la mayor parte de todo lo que hoy aparece como nuevo, provocativo o sugestivo en política, educación, artes, relaciones sociales (amor, galanteo, familia, comunidad) es creación de jóvenes profundamente e incluso fanáticamente, alienados de la generación paterna, o lo es de quienes hablan sobre todo para los jóvenes.
Una ruidosa y festiva explosión de vitalidad, en la que todo se pregunta, se discute, se plantea y se exigen soluciones inmediatas para problemas sociales, laborales, raciales o sexuales, viene acompañada por una actitud que incita a la exploración y por una heterogénea propuesta cultural, que, por medio de una experimentación sin límites, desafía a la cultura y costumbres vigentes, incluso en un terreno tan intrascendente como el de la vestimenta, pero tan importante para los jóvenes por su función simbólica (prendas informales, el color blanco, la moda pasada de moda y recargada para los hippies, el barroquismo y los abalorios, el gastado pantalón vaquero, la minifalda o el chaquetón militar llamado vietnamita) para identificarse con un grupo o una idea. Es la afirmación a través de los signos de los rasgos personales, de un aparente descuido en la indumentaria y de un aire libertario en la conducta (pelo alborotado, cabellos largos, barbas, bigotes, cintas, flores, senos sueltos, torsos desnudos y pies descalzos).
En el terreno del arte, el pop (Rauschenberg, Warhol, Liechtenstein, Ramos, Jones), el arte óptico (Op Art), la explosión de la cultura de masas, el ascenso de la música pop, de la ópera rock (Hair, Jesucristo Superstar), la iconoclasta cultura underground, fenómeno antiburgués pero pequeño-burgués que quiere crear un oasis de humanidad dentro de una sociedad trágica (Maffi: Underground), el teatro espontáneo y la experimentación con drogas para liberarse (aún a costa de someterse a otras dependencias) y alcanzar alucinadas visiones que, a través de la distorsión sensorial del tiempo y del espacio, sirvan de inspiración para crear piezas musicales, pictóricas o literarias. Psicodelia -o manifestación del alma- será una palabra fetiche en comunas, happenings, sentadas, movidas, marchas o acampadas en concurridos conciertos de rock (Monterrey, Newport, Woodstock, Altamont), para quienes pretendan descubrir, en un viaje astral, ignoradas potencialidades de su personalidad.
Junto al viaje interior, otro modo de intentar hallar la verdadera personalidad, dar sentido a la vida o paliar la angustia ante la entrada en la sociedad adulta que se rechaza, es recorrer un camino que descubra a la vez el mundo, empezando por el propio país -On the road, de Jack Kerouac y Easy Rider, de Dennis Hopper, responden a esta intención- y terminando por algún lugar de Oriente, donde las técnicas aprendidas de algún renombrado y bien remunerado gurú o del chamán de cualquier credo exótico ofrezcan paz interior en medio de tanto bullicio.
Todo lo dicho configura una propuesta cultural, una contracultura, que, según Roszak, reemplaza la fría y cerebral visión del mundo ofrecida por la ciencia y administrada por la tecnocracia, por otra donde las facultades no intelectuales de la personalidad nutridas por experiencias comunitarias, sensaciones y visiones se conviertan en patrones de la verdad, de la bondad y de la belleza.
José M. Roca