Comencé hace unos días la serie de “los sesgos irracionales y la política”. Hoy trataré un ejemplo muy extremo de como en política hay una serie de activistas y militantes que se vuelven radicales defensores de una causa política y como precisamente los más extremistas de esa defensa no son precisamente los que más seguridad tienen en las ideas que defienden.
El radicalismo tiene su base en la ética de principios enfrente la ética de responsabilidad.
Definamos primero bajo que tipo de ética política se mueven los personajes más radicales. Tanto Spinoza como Weber definían una diferencia en la ética política, una basada en la ética de los principios y otra en la ética de la responsabilidad. No soy filósofo y ciertas matizaciones las dejo a un lado, pero la primera viene a decir que las decisiones públicas vendrán siempre regidas por una serie de valores morales y principios: una decisión será buena si coincide con los principios morales del que la toma. Mientras la segunda cada decisión política de lo público debe considerar más bien en base a las consecuencias que puede tener y los efectos a corto y largo plazo y como afectan a los diversos sujetos políticos.
En general, las personas que hacen praxi política terminan derivando a la ética de la responsabilidad mientras que las personas con menos experiencia política se anclan en la ética de los principios. La segunda obliga a tener un constante chequeo sobre las propias decisiones (de ello hablaré en otro artículo sobre la saturación cognitiva del decision-maker), aunque tiene ciertas desventajas sobre decidir basándote en una serie de pilares y principios, tiene la ventaja que las personas que optan por esa ética terminan cuestionando más sus propios principios y las propias decisiones que toman ellos y los que comparten marco ideológico.
Los que optan en general por la ética de los principios tienden a tener menos capacidad crítica de sus propias decisiones políticas o de los de su cuerda, son jueces más estrictos con los disidentes y tienden a aferrarse a los principios si en algún momento una decisión política parece ser errónea.
Los sesgos cognitivos nos llevan al partisanismo
Sabemos que las personas tenemos sesgos cognitivos serios a la hora de valorar la información que recibimos. El más palpable es el sesgo de confirmación. Desestimamos la información que nos hace entrar en contradicción con lo que pensamos o creemos y damos más valor a aquella información que refuerza nuestras creencias.
Otro sesgo cognitivo es el partisanismo. Una vez optamos por una opción política queremos ahorrarnos carga cognitiva. Ante una situación neutra, aquello que defiende un dirigente o un proyecto político en el que previamente hemos puesto la confianza, lo defenderemos. Es tan potente ese sesgo cognitivo que se puede engañar a activistas políticos para que opinen de forma contraria a lo que lo harían si le hacemos creer que esa idea proviene de un líder u organización en la que confían.
Por último las redes están introduciendo una dinámica todavía más sectaria y partisana. No existe tanto diálogo (como existiría en una interacción social presencial) sino que es un cruce de acciones de agitación y propaganda de un grupo partisano a otro. Twitter en especial tiende a crear burbujas partisanas que además generan un ruido altamente negativo entre ellas.
Con estos mimbres cognitivos, los activistas sabemos que tendrán tendencia a cierto partisanismo, a hacer oídos sordos a argumentos que les pongan en contradicción. Especialmente el clickactivismo de las redes llevará a un mayor sectarismo y una radicalización de las posturas.
Sesgo del conocimiento limitado
Entramos ahora en otros sesgos, en este caso emocionales. Hay una tendencia psicológica en el ser humano que hace creer que cuando se sabe un poco sobre una materia se cree saber mucho sobre ella. La política está llena de centenares de elementos de alta complejidad, lo que creemos en muchas ocasiones un tema sencillo, como la conveniencia o no de unir los tranvías en Barcelona, a medida que se profundiza en este tema, las soluciones son menos obvias. Los que tienen cierta “expertise” en materias de debate política suelen tener opiniones menos duras que los que saben realmente muy poco. La mayor parte de personas que se aproximan a la política apenas sabemos de todos los temas de los que se debaten, y utilizamos atajos que nos permiten optar por posiciones y tomar decisiones. Como no conocemos realmente los mecanismos cognitivos que nos hacen tener una opinión de un tema que no conocemos realmente, mantenemos una posición y una opinión bastante más dura que los que sí lo conocen, atendemos menos a la información contradictoria porqué nos pone en el brete de aceptar que no sabemos tanto como creemos para tener esa opinión y eso tiene costes emocionales y cognitivos que intentamos ahorrarnos.
Sesgos de la seguridad en las propias convicciones
La política tiene elementos de alta complejidad. A medida que una persona se adentra en el activismo y en el debate político e ideológico se va adquiriendo la percepción que lo que creíamos al principio seguramente ha ido cambiando y se han ido aceptando nuevas ideas y entendiendo posiciones rivales. No hace falta llegar al relativismo moral y cognitivo para asumir que las posiciones políticas propias están en duda, tienen elementos cuestionables y que solo desde la observación continua y el aprendizaje se pueden ir afinando y consiguiendo unas elecciones políticas que contemplen la complejidad y la dificultad real.
Pero dar ese paso requiere un ejercicio de seguridad en uno mismo. Cambiar de opinión tiene costes emocionales, pero también puede dañar la autoimagen, las creencias de uno mismo y los propios valores. Cambiar de opinión en el fondo es un acto de valentía emocional. Las personas más inseguras, con perfiles más débiles son las que menos proclives serán que quieran pagar ese coste emocional y más radicalizarán su postura para evitar confrontar esa posibilidad.
¿Quienes son los cruzados de la política?
La pregunta ahora es fácil de responder, podemos saber quien es más probable que sea un cruzados por una causa, quien asume posiciones morales de cierta superioridad por el hecho de defender siempre lo mismo sin cambiar de opinión. Quienes son los que asumen que su visión del mundo es unívoca e incuestionable. Los que persiguen al disidente de la causa o que trinchan las matizaciones de opinión entre los de sus propias filas.
Estas personas tendrán más probabilidad de tener una ética de principios y no de responsabilidad, los que desconocen que su propia adquisición de información está limitada por varios sesgos cognitivos que le llevan a reforzar sus propias posturas y desechar aquello que le puede poner en contradicciones, aquellos que tienen menor conocimiento de los elementos de debate político y aquellos cuyas convicciones internas son más débiles e inseguras.
Al contrario de lo que puede parecer, el más beligerante de los cruzados no es precisamente el mejor defensor de su propia causa, ni la persona que mejor conoce lo que defiende ni se conoce a si mismo.