Revista Cine
Ayer estuve viendo una película basada en el libro de Emmanuel Carrère El adversario. En La vida de nadie, José Coronado interpreta a Emilio, un feliz padre de familia que es alto funcionario del Banco de España. Es admirado por todos y todos confían en él para invertir sus ahorrillos en negro, ya que cuenta con información privilegiada debido a su posición. Lo malo es que todo es mentira. La vida de Emilio Barrero está construida por una montaña de embustes sostenidos por un precario equilibrio que cada vez le es más difícil mantener. Hasta que todo estalla: Emilio no es quien decía ser. En realidad ni él mismo sabe quien es; una simulación, nadie.
A escasos diez minutos caminando del Banco de España los españoles estamos asistiendo estupefactos a un desemascaramiento infinitamente más insólito que el que cuenta la película. Nosotros creíamos que en el edificio de calle Génova habitaban políticos, gente que nos podían gustar más o menos, pero que tienen por oficio ocuparse de los problemas de los ciudadanos. Lo malo es que todo es mentira. Allí habita una especie de mafia que durante décadas se ha ocupado de favorecer sus negocios y los de sus amigos. La burbuja inmobiliaria fue creada por ellos porque era el modo más rápido de obtener jugosas comisiones. La trama Gürtel era solo la punta del iceberg de los manejos del Partido Popular. Y me temo que los papeles de Bárcenas son la punta del iceberg de negocios mucho más turbios que nunca saldrán a la luz.
Pues aquí estamos, gobernados por simuladores que difícilmente querrán dejar un poder que tantas alegrías les ha dado. Las explicaciones ofrecidas hasta el momento son dignas de un alumno de primaria y nuestro presidente ni siquiera ha querido asomarse. Mañana dice que dará un solemne discurso. Nada cabe esperar de eso. No hay político que, pillado con las manos en la masa, niegue la evidencia. Ya lo decía Groucho Marx: "¿A quien va a creer usted, a mí o a lo que ven sus propios ojos?" A Rajoy le falta afeitarse la barba y dejarse un mostacho para parecerse a él, pues el puro ya lo maneja con soltura. Lo que ocurre es que sería un Groucho con muy poca gracia.