El blog está repleto de buenos comentaristas (deben serlo porque siempre los abro con respeto, sé que pueden sacudirme tanto como animarme). Son realmente buenos, reflexiones que han logrado que cambiara posiciones, palabras de aprobación, de reprobación, reclamos y empujones para mayor coherencia, puntos de vista que ni se me habían ocurrido. Cada uno un descubrimiento. Éste es uno de los muchos. No he pedido permiso para transformarlo en entrada y ni falta que hace. Creo. Cuando era pequeña decíamos que lo que hay en el "cole" es de todos.
Zazen es una práctica colectiva, advirtieron los budas y patriarcas. Y me lo he creído. Y me gusta poner los pies sobre sus huellas. Es mi elección. Me gusta ser sangha que abarca sin exclusión. Me gusta que todo deje de ser mío en el mismo momento que sale de mis manos. Me gusta recoger lo que cualquiera suelta.
Aparte de todo: ¡Seguid votando para poder suprimir el sonidito "democráticamente"!
La campanita anónima dijo...
Uno siempre es en parte anónimo cuando se pronuncia. Siempre hay una parte de lo que dice que no es del todo cierta, una parte quizá adornada para aparentar quien no es. Es irremediable, inevitable.
Su anonimato siempre permanece, unas veces en mayor y otras en menor medida, pero no se conoce a nadie nunca del todo, jamás toda su identidad se revela a nadie. Nadie lo permite, siempre se desconoce más de lo que se conoce.
Así es porque esa identidad cambia, nunca es fija. Tardamos tanto en mirar que cuando lo hacemos ya no está ahí. Entonces sólo nos queda colocar la nuestra en su lugar. Pero la nuestra también cambia. Vamos tras ella pero nunca es quien buscamos, siempre queremos otra diferente de la que tomamos. Por eso cambia, por eso cambiamos.
Quien firma como anónimo no es tal completamente. Sólo hay que leer sus palabras para identificar a quien está detrás de esa firma. Un comentario a un texto puede identificar mucho más a una persona que todo su álbum familiar. Cada uno puede ver su propio prejuicio cuando alguien critica algo esencial de él mismo. Esa es la señal que te envía tu maestro. Él, por supuesto, también cambia continuamente... o iba a ser tan sencillo como encontrar una representación fija? Alguien maduro y experimentado que te guíe, por ejemplo? No no no... no es tan sencillo. Y tan sencillo es, pues basta con observar a tu alrededor para encontrar al maestro. Y fija es su representación, pues siempre representa lo mismo: a ti.
Por eso siempre me quedo con la reflexión. Esto es, lo que se refleja de todo ello. Pues esa identificación que hacemos del anónimo o de quien firma con su DNI y su huella dactilar, no es ni más ni menos que la vuestra propia, que la nuestra propia, que la mía propia... porque soy sólo yo quien está pretendiendo que seais vosotros quienes pretendéis que sea yo, sólo yo doy validez a lo que veo, a lo que creo, sólo doy validez a lo que vale.
Qué importa mi nombre, qué mis antecedentes, qué mis aventuras amorosas, qué si mi culo tiene cien o ciento un pelos?
Son en cambio las vuestras, vuestras miserias, las que os esperan mientras escuchais a los otros.
Nada más lejos que tú de mi. Nada más lejos del anonimato que alguien que declara ser anónimo.
Un nombre, ya sea propio o común, no significa más que una palabra cualquiera, es algo completamente anónimo si puedes verlo.
Y un anónimo puede significar todas las palabras que te identifican a ti ahora, a todo tu mundo, a todo el universo en un instante. Si se presta atención, un anónimo puede ser sinónimo de uno mismo.