Plantación algodonera en Alabama, donde regresamos
«Una amiga, excompañera de curro, consiguió hace nada un trabajo, doctora. Para ella han sido largos, larguísimos meses, los que ha pasado en el dique seco, sin nada que llevarse a la boca, a punto de tener que volver a vivir con sus padres a la edad que tiene, que es casi la edad que tengo yo, esa edad en la que, sin trabajo, sientes que el abismo se abre ante tus pies y que te ves abocado a una nada casi que absoluta. Como tanta gente que está penando en estos años de crisis despiadada. El otro día me telefoneó con la buena noticia de que acababa de conseguir un curro, y mi primera reacción, tras felicitarla como se merece, fue preguntarle: ¿y te hacen contrato? Le hice la pregunta de manera automática, y me sentí tan mal ipso facto, que ipso facto también me disculpé por temor a haberla violentado. Ella le quitó importancia a la pregunta y me dijo que sí, que tenía contrato y todo. Pasados los días pensé en lo mal que me sentí por hacerle esa pregunta, que para mí era casi tanto como haberle preguntado: ¿Y te pagan?, ¿y no te azotan?, ¿y tienes derecho a descanso entre semana? Pero es tal el retroceso en derechos laborales y las precarias condiciones que están ofreciendo a trabajadores valiosos que, eso, la pregunta estúpida, impensable hace unos años, me brotó de manera automática. Ahora pienso, doctora, que no me debí sentir mal. Que quienes deberían sentirse mal son la cantidad de sinvergüenzas sin escrúpulos que están contratando gente por cuatro duros, sin derechos, en precariedad absoluta, y que, sin embargo, nunca jamás pedirán perdón por las condiciones lamentables de los puestos de trabajo que ofrecen aprovechando la desesperación de la gente, cuando ofrecen algo.»