Pues a mí me parece estupendo que Ratzinger disfrute públicamente de esos torsos híper depilados, de esas turgencias pantaloneras in albis. Ya otros, como Julio II, el belicoso y bonvivant Giulliano della Rovere hizo lo propio con las pinturas de Miguel Angel en las bóvedas de la capilla sixtina, para escándalo de unos –como ahora-, zozobra de otros y placer del resto.
¿Que se le notan los ojillos lúbricos ante tanta epidermis efébica? Para eso estamos, para disfrutar, aunque seas papa, inquisidor y bávaro. Lo religioso no quita lo marica, chica.
¡Que disfruten los cristianos lo que se han de comer los gusanos!