Sunday Classics es la nueva sección de un blog que pedía a gritos pinceladas de cine clásico. A partir de ahora, grandes y no tan grandes clásicos tendrán un pequeño hueco en nosoyuncrítico. Un apartado de críticas que se une a los últimos estrenos y a en el fondo del cajón. Para dar el pistoletazo de salida y que el blog se vista de blanco y negro comenzamos con Fresas Salvajes de Bergman.
Seguramente si hubiera llegado a esta película con cincuenta años más pasaría días recomponiendo los pedazos en que estaría mi alma. Recopilaría sus frases filosóficas y hasta haría un ejercicio de introspección con el fin de exorcizar mis temores. Porque determinadas cintas requieren un bagaje para que lleguen a su destino y esta cinta de Bergmam es una de ellas.
Fresas salvajes es la historia de un encuentro. El de Isak Borg con su vida. Aún no se ha despedido de ella pero como si lo hubiera hecho. Ya no queda nada a lo que agarrarse. La vacuidad de sus días es la sentencia a su egoísmo. Pero, curiosamente, cuando va a recibir un reconocimiento por su obra, comienza un viaje interior que redime su tormento.
Todo comienza con un sueño de marcado acento expresionista, magistralmente orquestado desde un prisma técnico. En él contemplamos el miedo a la muerte en su estado más ferviente. Pero como en los sueños nada tiene sentido (¿o sí?), enseguida Bergmam nos da una palmadita en la espalda para aclarar que sólo era una visión onírica. Aunque podemos vaticinar por dónde irán los tiros. En esta road-movie, porque en el fondo no deja de ser un viaje entre realidad e imaginación, su director emplea, de forma un tanto confusa, una estructura narrativa libre pero imperfecta, reiterativa a base de flashbacks que conducen al equívoco. En ellos contemplamos con esfuerzo los diversos peajes que ha tenido que ir pagando Isak hasta lograr la paz consigo mismo.
Bergmam propone un ejercicio de autocrítica para encontrar la razón de ser. Para lograr el bienestar propio en nuestra recta final. Hurga en la mochila pero sin hacer ruido pues obliga al espectador a meterse en el barro. De ahí que su complicado acceso constituya el primer eslabón para adentrarse en su mundo. Un lugar donde los sueños abofetean a la conciencia y los recuerdos curan heridas. Un espacio para reflexionar sobre el existencialismo. Pero aunque la terminología pueda asustar, no es éste un filme al que no se le pueda mostrar la patita. Acceder a él, como decía, no es tarea sencilla pero tampoco imposible. Afortunadamente, Bergmam se apoya en unos intérpretes solventes, puramente acertados, que viven y hacen vivir cada palabra. Perfectamente dirigidos.
La película, en su densidad, aboga por la resignación. Una mirada que desnuda el pasado para vestir el breve presente. De lenta digestión y con un regusto ácido, estas fresas de renombre necesitan madurar en el paladar del aquí presente.
Para lectores de sus propias miserias.
Lo mejor: el surrealismo del prólogo. Lo peor: demasiada metáfora metida con calzador.
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