Revista Cultura y Ocio

Los suicidas perezosos

Publicado el 12 julio 2010 por Jimalegrias
LOS SUICIDAS PEREZOSOS
- ¿Lo tuyo es exógeno o endógeno?
Cuando Alicia se lo preguntó, él estaba encaramado sobre el pasamanos de la barandilla, listo para saltar y estrellarse contra las rocas y así, quizás y con algo de suerte, acabar hundiéndose ya fiambre en las profundidades del océano. Siempre había soñado con, por lo menos, alimentar a los peces y a los cangrejos con sus despojos, ya que no había servido para mucho más estando vivo y entero.
Un The End de lo más cinematográfico. A lo Bergman. Un final muy sueco.
Alicia tenía las hojas de afeitar preparadas. Lucía un pequeño corte púrpura en la muñeca, ya que se las había comenzado a abrir justo en el momento en que lo vio a él subido a la baranda.
Era martes, octubre y estaba atardeciendo. Hacía algo de frío. Ambos se habían puesto ya las chaquetas de invierno.
- Endógeno, creo... mi médico siempre ha dicho que mi tendencia al suicidio tiene que ver con factores mentales intrínsecos. Una especie de melancolía y tristeza intrusiva generada por factores genéticos y biológicos contra los que poco se puede hacer... algo de la descompensación de sustancias en el cerebro. Lo veo todo gris: la existencia, mi vida, a las personas... me puede la desesperanza, no me ilusiono por nada, la vida me parece una mierda sin sentido... es la tercera vez que lo intento...
- Te entiendo perfectamente, aunque lo mío es más bien por razones personales, por circunstancias de la vida y eso... pero soy novata en esto. Es mi primera vez , aunque esto parece más difícil de lo que pensaba... tenía que haber una asignatura sobre "Cómo matarse bien y a la primera" en el colegio.
- Sí, es verdad- replicó él descendiendo del pasamanos-, y es que la vida está más sobrevalorada que la cocina francesa...
Se rieron. Alicia le contó brevemente lo de su padre cuando era pequeña, lo que le había sucedido después con su primer marido y la actitud de profunda incomprensión que siempre había mostrado con ella su familia. Y además se sentía tan sola desde hacía tanto tiempo, sin amigos, que le daba igual todo. Tenía la sensación de que no le importaba lo más mínimo a nadie, sentía una desconfianza total hacia los demás y había llegado a la conclusión de que el único camino posible para ella era quitarse de en medio lo más rápido y de la forma más limpia posible.
Luchar era de idiotas. Una pérdida de tiempo más para volver siempre al principio. La única solución era soltar amarras y dejarse llevar.
Estuvieron charlando un buen rato hasta que Jaime dijo:
- Oye, y si te invito a un café y dejamos esto para después...
- Pues vale, acepto. Tampoco nos vamos a morir por aplazarlo un poco más... y, además, está comenzando a llover y podemos pillar una pulmonía...
Y se rieron de nuevo.
Y Alicia tomó un capuchino y Jaime pidió un poleo menta. Y él le contó un chiste de un americano, un francés y un español que iban en un avión y que era muy bueno. Y ella le dijo que cocinaba muy bien tortellinis gratinados con pasta. Y Jaime le relató la ocasión en la que estaba cenando en un chino con una chica y se encontró en medio de la ensalada china un imperdible muy oxidado que casi se traga.
Y salieron de la cafetería y seguía lloviendo. A él le gustaba leer libros de terror y a ella ir al Cine los sábados por la tarde y salir a bailar salsa y merengue de vez en cuando.
Dejaron lo otro, lo de sus autohomicidios, para el día siguiente y él la acompañó a la parada del bus.
El miércoles tampoco se mataron. Él se volvió a encaramar con las rocas a sus pies mientras le comentaba porqué le aburrían las películas de acción americanas y le gustaban las tormentas en verano mientras ella lo escuchaba jugando a hacerse cosquillas en el antebrazo con una de las hojas de afeitar.
- ¡Eh, para, que te vas a cortar!- le dijo él en un momento que la vio un poco despistada.
El jueves hacía un poco de viento y ella no lo dejó subirse a la balaustrada del paseo. Por si acaso, le dijo.
El viernes fueron juntos al Cine a ver la última de W. Allen y el sábado la invitó a cenar a un vegetariano y ella lo llamó anticuado por querer pagar todo él y no ir a medias.
El domingo hicieron el amor juntos, por primera vez, toda la tarde. Cinco preservativos sabor a tutti-frutti que le habían regalado a Alicia en una farmacia.
Después de eso, Jaime se apuntó en una academia de bailes de salón para aprender a bailar salsa, merengue y bachata, mientras Alicia comenzaba a leer novelas de terror por las noches en la cama- tipo Clive Barker y Ambrose Bierce- y a disfrutarlas sin sentir miedo ni aprensión de ningún tipo.
Pasó el tiempo. Ambos se fueron olvidando poco a poco de las razones por las que habían anhelado sus respectivas aniquilaciones y así llegó un día en el que ni ellos ni sus hijos ni sus nietos volvieron a subirse a ninguna barandilla ni a llevar hojas de afeitar en el bolso en las tardes lluviosas de octubre.
Los peces del océano continuaron tan felices en el agua con su dieta de algas y fitoplancton mientras Alicia y Jaime bordaban sobre la tierra de tal manera el "enchufa doble", el "sesenta y paséala" y el "sombrero" que hasta se pensaron lo de presentarse al certamen amateur ,para más de 40 años, de bailes de salón de su pequeña ciudad de provincias.
A veces la muerte juega con las negras y pierde.
Moraleja: Las circunstancias personales adversas, la melancolía vital y la tristeza inclusiva con música, buen cine, los libros adecuados y muchos preservativos de tutti-frutti son mucho más llevaderas.
Eso sí, a Bergman ni tocármelo.
Saludos de Jim, gente divergente.

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