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Los Tártaros de Crimea

Por Manu Perez @revistadehisto

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Los Tártaros de Crimea

Tiempo de lectura: 5 minutos

A lo largo del tiempo han pasado por Crimea muchos pueblos: cimerios, escitas, táuridas, jázaros, armenios, griegos, venecianos, genoveses… Sin embargo, quienes han vivido han vivido en esta península del mar Negro durante más siglos y además en gran número han sido los tártaros.

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Actualmente los que aún permanecen en Crimea son muy pocos en comparación con los cientos de miles que vivieron allí en otros tiempos.

Los Tártaros de Crimea

Los tártaros son los descendientes de los mongoles que en el siglo XIII invadieron las estepas rusas y que más tarde abrazaron la fe islámica. Unas décadas antes que el padre y el tío de Marco Polo partieran hacia la capital del imperio mongol en China para visitar a Kublai Khan, un nieto de éste había llegada hasta las costas del Mar Negro con un ejército de tártaros de habla turca. Y allí, en la parte más occidental del vasto Imperio mongol, el conquistador creó un kanato conocido en occidente como Horda de Oro.

Este kanato prosperó gracias a los tributos que percibía de la población rusa bajo su dominio. Pero el kanato de Crimea no tardó en quedar atrapado entre dos potencias emergentes. Al norte, el Imperio ruso; al sur, el turco. Por los lazos lingüísticos y religiosos, era lógico que las miradas de los tártaros se dirigieran más hacia Estambul que hacia Moscú.  Muchos de los esclavos que había en el Imperio otomano habían sido capturados por los tártaros en sus incursiones por tierras rusas y polacas.

En los siglos XVI y XVII los otomanos conquistaron gran parte de las tierras ribereñas del mar Negro, y entonces los tártaros de Crimea pasaron a ser vasallos de la Sublime Puerta. Gracias a la protección de la Sublime Puerta, el kanato de Crimea sobrevivió mientras que los de Asia central fueron anexionados por Rusia. Como musulmanes, gozaron de una situación privilegiada dentro del imperio otomano.

Sin embargo, a finales del siglo XVIII, cuando el Imperio otomano ya hacía aguas, las tierras pobladas por los tártaros pasaron a manos de los zares. El proceso fue muy rápido. En 1772 Crimea se convirtió en un protectorado ruso y un año después en parte integrante del Imperio. La activa política de rusificación llevada a cabo por Catalina la Grande empujó a decenas de miles de tártaros a abandonar sus hogares y partir hacia Turquía. Muchas poblaciones tártaras quedaron vacías o medio vacías. Los tártaros que permanecieron en Crimea fueron absorbidos por los rusos y otros colonos. Con todo, a mediados del siglo XIX los tártaros representaban aún el sesenta por ciento de la población total del territorio.

En esta época tuvo lugar la guerra de Crimea, en la que se vieron implicadas las principales potencias militares de Europa. Durante esta contienda fueron muy pocos los tártaros que apoyaron a franceses e ingleses, aliados de los otomanos. A pesar de esto, al terminar el conflicto el zar, que veía en ellos una amenaza interna, los animó a emigrar, y unos 200 000 lo hicieron. Todos se instalaron en Turquía.

A pesar de todo, a finales del siglo XIX Crimea parecía aún un país extranjero para los rusos que llegaban allí. Esta fue la sensación que tuvo Anton Chéjov cuando llegó a Yalta en 1898. El gran narrador y dramaturgo observó cómo los rusos trataban con cierto desprecio a los tártaros, a quienes a menudo llamaban turcos por la similitud del idioma. En las ciudades, donde eran una clara minoría, los tártaros vivían en barrios separados. El resto vivía en la estepa o bien en las montañas. La última oleada emigratoria tuvo lugar a principios del siglo XX, cuando cientos de tártaros emigraban cada día a Turquía.

Durante la I Guerra Mundial los alemanes ofrecieron la independencia de Crimea a los tártaros a cambio de ayuda militar en su lucha contra la Rusia zarista. Se llegó a organizar un ejército tártaro para luchar junto las divisiones alemanas. Durante este conflicto bélico estalló la Revolución Rusa, que la mayoría de los tártaros acogió con alegría. Estaban hartos de tanto despotismo por parte de los zares. Sin embargo, pronto se desilusionaron.

El final de la guerra civil en 1921 dio inicio a una época negra para los tártaros. Sus dirigentes nacionalistas fueron ejecutados, y la carestía de 1920-1922 afectó especialmente a Crimea. La mitad de la población de la capital tártara, Bakhchiserai, murió de hambre. En 1923 los tártaros solo representaban la cuarta parte de la población de la península. Después, a partir de 1937, llegaron las purgas de Stalin. No solo iban dirigidas a los campesinos ricos, los kulaks, sino también a los líderes.

En junio de 1941 las tropas alemanas invadieron la Unión Soviética. El ejército del sur penetró en Crimea en septiembre de aquel año; tan solo Sebastopol resistió hasta julio de 1942. A causa de su resentimiento contra los comunistas, durante la ocupación alemana muchos tártaros colaboraron con los nazis; por otra parte, la gente mayor tenía un buen recuerdo del trato que les dispensaron las tropas del káiser cuando éstas alcanzaron Crimea durante la I Guerra Mundial.

Durante la segunda conflagración los tártaros organizaron batallones para combatir a los grupos guerrilleros que el Ejército Rojo había dejado atrás en su retirada. En cuanto a los ocupantes, permitieron que se volvieran a abrir las escuelas tártaras cerradas por los bolcheviques, que se publicaran periódicos tártaros, que se organizara un teatro tártaro… Pero todo ello obedecía solo a razones políticas. En el fondo, los nazis veían a los tártaros como a una raza inferior, y si en un principio no se actuó contra ellos fue para no indisponerse con Turquía, un país no beligerante pero no neutral. Hacia el final de la ocupación alemana las brutalidades cometidas por los SS empujaron a muchos tártaros a unirse a los partisanos o a formar unidades propias de resistencia.

Los tártaros de Crimea que colaboraron con los nazis fueron una minoría. Fueron muchos más los que lucharon al lado del Ejército Rojo. A pesar de esto, tras la Gran Guerra Patriótica Stalin ordenó deportarlos a todos a Asia Central. De hecho, antes de la deportación ya se habían eliminado del mapa a poblaciones enteras de tártaros.

Pocas semanas después del restablecimiento del poder soviético en Crimea unos 200.000 tártaros fueron trasladados a Asia Central. Los trasladaron amontonados en viejos y lentos vagones de tren y los abandonaron al este del mar Caspio, a más de mil kilómetros de su tierra. Los que sobrevivieron se instalaron sobretodo en Uzbekistán. Once años después, cuando Jrushov denunció de los crímenes cometidos por Stalin, los tártaros empezaron a pedir que se les permitiera regresar a sus hogares en Crimea. Pero no fue hasta muchos años después, en la época de la perestroika, que los tártaros de Asia central hicieron realidad su deseo.

Al descomponerse la Unión Soviética se abrió una nueva etapa histórica para esta minoría. Crimea pasó a formar parte de Ucrania, y el gobierno de Kiev concedió a los tártaros autonomía cultural. Pero por poco tiempo. Cuando volvieron ser ciudadanos rusos, en 2014, una vez más los tártaros temieron perder su identidad cultural.

Autor: Josep Torroella Prats para revistadehistoria.es

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Bibliografía:

Ascherson, Neal: El mar Negro. Cuna de la civilización y la barbarie. Tusquests, 2001.

Kermani, David: Por las trincheras. Un viaje por la Europa del Este hasta Isfahan. Península, 2019.

Glyn Williams. Brian: The Crimean Tatars. The Diaspore Experience and the Forging of a Nation. Brill, 2001.

Imber, Colin: El imperio otomano, 1300-1650. Vergara, 2004.

Bartlett, Rosamund: Chéjov. Escenas de una vida. Siglo XXI, 2007.

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