Revista Opinión

Los tártaros: un nombre para varios pueblos

Publicado el 25 julio 2019 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

Tar-tar. Tres letras que se repiten en dos sílabas, un sonido onomatopéyico que parece no ser más que una reproducción de una lengua que se desconoce. Esta es una de las teorías sobre la etimología de la palabra tártaro. Otros la vinculan con el infierno griego de igual nombre. No obstante, la primera “r” de la palabra es un agregado del latín: en la lengua tártara, así como en los países eslavos y anglosajones, el pueblo se conoce con el lexema tatar. Otras teorías encuentran la explicación etimológica en la mezcla del túrquico tat, montaña, y el persa ar, hombre: los hombres de las montañas. Ninguna de las etimologías ha sido confirmada.

Tampoco existen cifras precisas, aunque se estima que hay más de seis millones de tártaros en el mundo. Cinco millones viven en Rusia, donde constituyen un 3,87% de la población —sin contar a los tártaros de Crimea—. De ellos, la mitad reside en la república por y para ellos creada, Tartaristán. Los tártaros no son una comunidad homogénea, sino que se dividen en varios grupos y subgrupos, que no comparten ni el origen genético ni el destino. Mientras que los tártaros de la zona central de Rusia lograron conformar una región autónoma, en Crimea la persecución es una constante

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Los principales grupos tártaros y su distribución. Fuente: elaboración propia de la autora

La razón principal por la que resulta imposible determinar el número preciso de los tártaros en el mundo no es la falta de censos, sino la subjetividad del concepto de identidad, ya que Rusia es un Estado plurinacional en el que la ciudadanía se adscribe a diferentes nacionalidades sin por ello perder sus prerrogativas como ciudadanos. Además, la proximidad entre las numerosas etnias dio lugar a un mestizaje inevitable. El dicho “si se rasca en un ruso, se encuentra a un tártaro” recuerda la entrelazada historia de estos pueblos. 

Para ampliar: “Rusia, el último gran Estado plurinacional europeo”, Abel Gil en El Orden Mundial, 2016

El origen incierto y la creación de la nación 

A veces, la historia se convierte en esclava de la ideología. Este ha sido el caso de los tártaros. Los historiadores discuten acerca de su procedencia y los vinculan con pueblos diferentes. Las principales teorías acerca del origen de los tártaros son tres: la bulgarista, la tártaro-túrquica y la tártaro-mongola. Comparten posturas comunes, pero se diferencian en el papel que otorgan a los actores externos en la conformación de la identidad tártara. 

En el caso de la teoría bulgarista, hay que tener en cuenta que la Bulgaria del Volga del siglo VIII tenía poco que ver con el Estado búlgaro actual. Geográficamente, se encontraba al este de los Urales, en la orilla del río que le dio su nombre. Según la teoría bulgarista, los habitantes de este territorio, en el que hoy se encuentra Tartaristán, crearon una cultura propia que no sufrió grandes cambios desde el siglo VIII. Los pueblos colindantes dieron a la población de la Bulgaria del Volga el nombre de tártaros, y siglos después estos lo aceptaron como suyo. Esta versión permite afirmar que los tártaros son los habitantes autóctonos de Tartaristán, y que su cultura se ha formado sin grandes interferencias por parte de otras culturas o de la Horda de Oro —Estado mongol que abarcó los territorios de Rusia, Ucrania y Kazajistán tras la disolución del Imperio mongol en el siglo XIII—. La teoría da lugar a una postura reivindicativa en cuanto al territorio y a la autonomía, puesto que considera a los tártaros como una población indígena. Aunque en la Unión Soviética el bulgarismo era la versión oficial de la historia, en la actualidad la teoría está desfasada.

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Mapa de Tartaristán actual, superpuesto al territorio de Bulgaria del Volga. Fuente: elaboración propia de la autora

Por su parte, la teoría túrquica sitúa la creación del pueblo tártaro en el siglo VI y tiene fuertes raíces panturquistas. Otorga un papel fundamental a las etnias túrquicas cercanas y a la Horda de Oro en la consolidación de la población autóctona de la Bulgaria del Volga, que se vio obligada a sustituir la escritura de runas por el alifato árabe y convertirse al islam en 922. Tras la desaparición de la Horda de Oro, el territorio se fracturó en varios kanatos tártaros y originó el éxodo de varios grupos, uno de los cuales habría llegado a Crimea. Debido al origen común, todos los tártaros compartirían la misma lengua y unas tradiciones muy similares. 

La tercera teoría se diferencia de las dos anteriores porque sitúa el nacimiento del pueblo tártaro lejos del Volga. Los tártaros y los mongoles se retratan como tribus nómadas de Asia Central ya conformadas en el momento de su irrupción en Europa. Bajo su dominio, la población autóctona de la región actual de Tartaristán habría sido sometida lingüística y culturalmente, e incluso sustituida por los invasores que abandonaron el estilo de vida nómada. Los tártaro-mongoles, inicialmente paganos, habrían adoptado el islam y terminado por conformarse como una etnia a través de la creación de simbología propia. La imagen de los tártaros como invasores extranjeros fue utilizada por los misioneros ortodoxos del siglo XIX, puesto que les legitimaba para rechazar el islam por ser una fe foránea. Sin embargo, esta teoría es la que menos concuerda con las pruebas genéticas realizadas en los últimos años y es generalmente rechazada por los tártaros, que la consideran difamatoria. 

Los tártaros de hoy no solo viven en Rusia —donde constituyen el segundo grupo étnico más numeroso tras los rusos—; Kazajistán y Uzbekistán albergan, entre los dos, a más de 400.000 tártaros. En Ucrania, Donetsk era la provincia en la que más tártaros vivían en 2001, si bien se trataba de un grupo diferente al que vivía en Crimea. Más allá del entorno postsoviético, los países destino de los tártaros fueron, principalmente, Turquía, Estados Unidos y China, pero los tártaros fueron y continúan siendo una minoría en todos ellos. 

Tartaristán, donde la minoría es mayoritaria 

En la orilla del río Volga se encuentra una ciudad que fue tártara antes que rusa: Kazán. En 2005, esta celebró de manera simbólica su milésimo aniversario, aunque no se sabe a ciencia cierta cuándo fue fundada. Una de las leyendas acerca de su origen mezcla la historia con la magia pues narra que un pueblo sin tierra acudió a un brujo para que les aconsejara dónde buscar un hogar. El hechicero les ordenó que buscaran un lugar donde, al enterrar un cazo con agua, no hiciera falta fuego para que hirviera. Ese lugar sería la ciudad de Kazán, cuyo nombre significa “cazo”.

Kazán es hoy la capital de la república de Tartaristán —uno de los 85 sujetos federales de la Federación Rusa— y continúa siendo un hogar para los tártaros. El Imperio ruso incorporó el kanato en 1552 y la toma de Kazán por Iván “el Terrible” se convirtió en uno de los principales hitos de la reconquista rusa sobre la Horda de Oro —la famosa catedral de San Basilio en Moscú fue construida para conmemorarlo—. En los primeros años tras la anexión, la suerte de los tártaros parecía estar echada: el deseo de venganza y la aparente imposibilidad de integrar a la población musulmana en un país ortodoxo apuntaban a la desaparición de las características únicas del pueblo. Sin embargo, no sucedió así: la emperatriz Catalina “la Grande” dio un giro en la política de erradicación del islam llevada a cabo por sus predecesores, que destruían las mezquitas, deportaban a las minorías no cristianas y los bautizaban contra su voluntad. Catalina II viajó a Kazán en mayo de 1767 y, tras reunirse con los tártaros, les permitió mantener la fe del Corán. Desde entonces, la ciudad acogió ambas religiones, y a la emperatriz se la recuerda allí con el apodo de Ebi-patsha: la buena abuela. La Gobernación de Kazán —la futura Tartaristán— careció de autonomía hasta 1920, cuando por un decreto de Lenin se constituyó como la República Socialista Soviética Autónoma Tártara. Entre las etnias que reunía, más del 90% de la población se repartía equitativamente entre tártaros y rusos. 

Para ampliar: “¿Cómo se compone Rusia administrativa y políticamente?”, El Orden Mundial, 2019

A partir de los años 90, la Unión Soviética y Tartaristán fueron en direcciones opuestas. A medida que la primera se desestabilizaba hasta llegar a descomponerse, la república iba ganando autonomía. Esta situación contó con tres protagonistas políticos: dos hombres enfrentados por el poder y otro que supo aprovechar la situación. Boris Yeltsin —el presidente del Sóviet Supremo de Rusia, y futuro presidente de la Federación Rusa tras la caída de la URSS— se opuso abiertamente a la máxima figura política, Mijaíl Gorbachov —el entonces presidente de la Unión Soviética—. Entre las numerosas medidas que Yeltsin adoptó para ganarse el afecto de la población, algunas buscaban enmascarar la incapacidad, ya patente, de la URSS de mantener el control sobre las repúblicas. En 1990, Yelstin había dicho en Kazán “tomad cuanta soberanía os podáis tragar” y el líder del Partido Comunista de Tartaristán, Mintimer Shaimíev, lo hizo. 

En verano del mismo año, con la declaración de soberanía, se creó la República Socialista Soviética Tártara, reivindicando la titularidad de sus recursos, principalmente el petróleo. En 1992 —y a pesar de los intentos de Yeltsin de apaciguar a los independentistas— Shaimíev llevó a cabo un referéndum preguntando a la población de Tartaristán si la República debería o no ser independiente: el 61,4% de la población respondió que sí. Paulatinamente, y temiendo un derrame de sangre semejante al de Chechenia, Yeltsin y Shaimíev llegaron a un acuerdo de autonomía para mantener a Tartaristán dentro de la Federación Rusa, si bien la negociación de esta cuestión no concluyó hasta 2002.

Tartaristán es la única república de la Federación Rusa cuyo dirigente ostenta el cargo de presidente. Uno de los requisitos que deben cumplir los aspirantes a este puesto supone dominar los dos idiomas oficiales de la región: el ruso y el tártaro. Desde 1991 y hasta hoy, tan solo dos dirigentes han estado al mando de la república, ambos tártaros y musulmanes. La conservación del equilibrio étnico, religioso y lingüístico en Tartaristán precisa de una acción política constante. El balance étnico se mantiene con pocas alteraciones desde 1920: según el censo de 2010, el 53% de la población se declara tártara —constituyendo la única región del mundo donde son una mayoría—, frente al 40% de los rusos. Además, más de 170 nacionalidades conviven en el Tartaristán moderno.

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Mapa étnico de Tartaristán. Fuente: Wikimedia Commons

Los tártaros de Crimea 

Los estudios que confirmaron la ausencia de vínculos genéticos entre los tártaros del Volga y los de Crimea, antes mencionados, no tomaron a todos por sorpresa. Algunos historiadores apuntaban ya con anterioridad a que ambos grupos provenían de lugares y etnias diferentes. Los tártaros de Crimea recibieron de la península homónima tanto un hogar como el nombre, y se consideran un grupo separado de otros, incluso de sus vecinos más cercanos de Donetsk. Su primer Estado, el Kanato de Crimea, fue fundado tras la disolución de la Horda de Oro en el siglo XV. En 1790, el Imperio ruso incorporó Crimea a su territorio, causando el primer éxodo masivo de los tártaros: más de 300.000 se exiliaron al Imperio Otomano, hoy Turquía. La historia se volvió a repetir en 1850 cuando, tras la Guerra de Crimea, 200.000 tártaros tuvieron que abandonar su tierra de origen.

El episodio más negro tiene, incluso, un nombre propio: Sürgün. Así se denominó a la deportación masiva de los tártaros de Crimea ordenada por Stalin en mayo de 1944. En las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, los tártaros fueron acusados colectivamente de haber colaborado con el ejército invasor alemán. Por ello, fueron deportados en masa a Asia Central, principalmente a los desiertos de Uzbekistán y Kazajistán. Otras minorías fueron trasladadas a campos de trabajo, como los chechenos, los ingusetios y los alemanes del Volga, entre otros. En total, en tres días de mayo, 191.000 tártaros de Crimea fueron deportados por orden de Stalin y 44.000 fallecieron en menos de doce meses a raíz de las condiciones del traslado, del trabajo forzado y de la vida allí.

Para ampliar: “Kazajistán, la democracia de un solo hombre”, Katia Ovchinikova en El Orden Mundial, 2019

Los tártaros: un nombre para varios pueblos
Deportación de los tártaros de Crimea en 1944. Fuente: Centro de Información de los Tártaros de Crimea

El regreso a Crimea de los deportados y de sus descendientes fue lento y continúa hasta hoy con más de 1.500 retornados al año. La política de desestalinización de Jrushchov dio a los pueblos deportados una amnistía general, y más de 500 familias tártaras pudieron volver a Crimea en los primeros años de la desestalinización desde 1957. Pero sus barrios y sus casas estaban ya ocupados. Las manifestaciones contrarias al regreso de los tártaros forzaron la segregación étnica. No fue hasta 1991 cuando recibieron, además de la nacionalidad ucraniana, cierta autonomía, y fundaron un parlamento regional propio, Qurultay, así como una organización de la sociedad civil, Mejlis, o Congreso del Pueblo Tártaro de Crimea. El primer Gobierno de la Ucrania independiente formuló varias medidas encaminadas a apoyar el regreso y el asentamiento de esta minoría, creando para ello la Comisión Especial para los problemas de los tártaros de Crimea

La primera década del nuevo siglo transcurrió en relativa calma. Los tártaros de Crimea gozaron de plenitud de derechos gracias a las medidas de integración y el amparo de organizaciones internacionales como el Consejo de Europa. Su lengua y sus tradiciones entraron en las aulas y la convivencia interétnica en la península se normalizó. El año 2013 marcó un punto de inflexión. Las protestas en Ucrania a raíz de la decisión del Gobierno de Yanukóvich de acercar a su país a Rusia y abandonar la firma del Acuerdo de Asociación entre Ucrania y la Unión Europea mostraron que Crimea era una región discordante: su población mayoritariamente rusa fue la que menos apoyó las protestas del Euromaidán. Ahora bien, dentro de Crimea, el segmento discordante fueron los tártaros. En el contexto hostil de los siguientes meses, los tártaros de Crimea reforzaron su postura proeuropea y se posicionaron en contra de la anexión de la península por Rusia. Tras la convocatoria del referéndum sobre el estatus de Crimea de 2014, el Mejlís instó a los tártaros de la península a abstenerse de votar por considerar el plebiscito ilegal.

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Mapa de las protestas del Euromaidán en Ucrania en 2013, de menor afluencia en Crimea. Fuente: Wikimedia Commons

Desde entonces, la persecución se volvió constante. Múltiples informes de defensores de los derechos humanos y del Consejo de Europa evidencian la discriminación que los tártaros de Crimea sufren en la península anexionada. Entre otros, se denuncian intimidación, amenazas, agresiones físicas, desapariciones forzadas, detenciones arbitrarias y la vulneración de la libertad de expresión y de asociación. Los detenidos, principalmente hombres, se enfrentan a cargos por terrorismo, extremismo y separatismo. En 2016, el Tribunal Supremo de Rusia disolvió y prohibió como extremista el Mejlís. Sus entonces 2.500 miembros serían encarcelados de no abandonar la acción política.

La mediación del presidente turco Recep Tayyip Erdoğan, quien se reunió en varias ocasiones con Vladimir Putin, permitió excarcelar a algunos de los dirigentes tártaros con la condición de que abandonarían la península. Además, el miedo a la persecución, las constantes redadas y las detenciones arbitrarias hacen que los tártaros de Crimea vuelvan a tener que marcharse. Un informe de la organización Human Rights House Foundation presentado en 2016 ante la Asamblea General de la ONU en colaboración con tres organizaciones de defensa de los derechos humanos ucranianas expone que, frente a las deportaciones forzosas de la época de Stalin, las autoridades rusas actuales optaron por incrementar el discurso de odio hacia los tártaros para obligarlos a abandonar la península, como si se tratase de un nuevo Sürgün.

La frágil identidad

A pesar de la evidencia genética, el pantartarismo —la idea de que los diferentes grupos tártaros conforman una única etnia— sigue con fuerza a día de hoy. Esta postura es la base del Congreso Mundial de los Tártaros que se celebra periódicamente desde 1992. Sin embargo, la identidad tártara no puede ser definida por la religión —no todos los tártaros de hoy profesan el islam—, por el idioma —el ruso ha ido desplazando el tártaro en algunas comunidades—, la historia —no la comparten—, o el nombre —que les fue impuesto—. Entonces, ¿cómo y por qué se sostiene el concepto monolítico de la identidad tártara? Quizás porque solo bajo esta premisa los tártaros de diferentes grupos y países se ven capaces a enfrentarse al hecho de ser una minoría.

La Constitución rusa convierte la nacionalidad en un objeto de libre elección y más de cinco millones de sus habitantes decidieron identificarse como tártaros. En los últimos años, sus tradiciones han ido cobrando fuerza. El Gobierno de Tartaristán está promoviendo la Estrategia para el Desarrollo del Pueblo Tártaro, que se basa en la endogamia, en promover el uso de nombres y la lengua tártaros. La celebración del Sabantuyla principal festividad tártara— se ha convertido en el emblema de Tartaristán, de gran atractivo turístico y en vías de convertirse en patrimonio de la humanidad. Y está cobrando valor proverbial la frase promovida desde el Gobierno de Tartaristán “no es tártaro aquel cuyos antepasados lo fueron, sino aquel cuyos nietos lo serán”.

Los tártaros: un nombre para varios pueblos fue publicado en El Orden Mundial - EOM.


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