Los testigos de Satanás.
ADVERTENCIA: Esta historia contiene situaciones violentas y que se pueden considerar ofensivas para personas de ciertas religiones. Si usted es sensible, impresionable o de mente cerrada, por favor no la lea. Se trata de un relato ficticio y no representa la opinión personal del escritor.
Guadalupe era una hermosa joven rubia de 23 años que había vivido toda su corta vida en el mismo pueblo pequeño y tranquilo, ubicado en una zona montañosa de gran belleza. Había pocos habitantes y, por lo general, se trataba de personas sencillas, humildes y amigables. Ella era una mujer muy popular por su carisma, belleza y personalidad. Todos la llamaban Lupe.
Todo comenzó una tarde tranquila y rutinaria, Lupe había llegado temprano del trabajo, sus padres no estaban en casa. El timbre sonó y la chica procedió – con la confianza de la gente que vive en zonas seguras – a abrir la puerta con una sonrisa. Los rostros que estaban afuera, para su sorpresa, no eran conocidos.
Se trataba de una pareja joven. El hombre era alto, tenía cabello oscuro y abundante y usaba un elegante traje completamente negro; su compañera era una mujer delgada, con piel blanca y delicada y también vestía enteramente del mismo color…
Buenas tardes… – inició el caballero, con voz firme y clara – somos nuevos en esta zona y queremos saber si tienes unos minutos para hablar de Satanás…
Lupe cambió su bella sonrisa de su rostro y abrió los ojos con expresión de sorpresa. Realmente no supo qué contestar, pero estaba horrorizada. Sin embargo, sus modales no le permitían cerrar la puerta…
Entiendo que, para algunas personas, no es habitual escuchar ese nombre y suelen evitarlo a toda costa. – Prosiguió el hombre, mientras se acercaba más a la puerta, sosteniendo un libro negro en las manos – ¿Qué dirías si te digo que has sido engañada? ¿Qué todo lo que has oído sobre Satanás es una vil mentira?
Aun sin saber qué decir, Guadalupe prefirió evitar cualquier confrontación ideológica, a pesar de que ella era una chica cien por ciento cristiana y lo que estaba escuchando era una blasfemia. Se limitó a decir que en este momento estaba ocupada y que no tenía tiempo para atenderlos. Justo cuando intentaba cerrar la puerta, la mujer la detuvo, dando un paso hacia delante y entregándole lo que parecía ser una especie de folleto. Según le explicó, era bueno que lo leyera con calma y así podría darse cuenta de la verdad. Ambos se despidieron gentilmente y se marcharon.
Lupe estaba algo alterada. Miró el tríptico de reojo, pero no se atrevió a leerlo completo. Lo poco que pudo ver hablaba de que, quien ella conocía como el demonio, había sido expulsado del cielo injustamente por Dios y los ángeles; simplemente por pensar diferente.
La chica arrojó el folleto a la basura y decidió continuar con sus labores. Al día siguiente, al llegar del trabajo, encontró a su padre sentado en el sofá como de costumbre, solo que esta vez, en lugar de estar viendo televisión estaba leyendo el arrugado folleto.
Lupe se horrorizó y le reclamó a su padre, pero el hombre solo respondió calmadamente que lo que estaba leyendo le parecía muy lógico, que la conspiración tenía un gran sentido y que él, secretamente, siempre sospechó de la iglesia y la religión como medio para controlar a la gente.
La mujer corrió a la cocina a buscar apoyo en su madre, sin embargo, para su sorpresa, la señora estaba de acuerdo con su marido. Guadalupe estaba tan molesta que se encerró en su habitación sin cenar. Esperaba que con el tiempo todo el asunto se olvidara y sus padres desistieran de esas tontas ideas, así que pensó que era mejor no darle demasiada importancia.
Al cabo de aproximadamente dos semanas, las cosas habían cambiado de sobremanera. El pueblo ya no era el mismo. Tal como las palabras de un líder político populista, las doctrinas satánicas habían logrado reclutar a un grupo alarmante de seguidores. Si se observaba su número no parecían ser demasiados, pero al considerar el porcentaje del pueblo que representaban, se podía pensar que era más de la mitad de los lugareños.
Lupe comenzó a sentirse muy asustada. Cada vez que llegaba a casa, sus padres solo hablaban de las lecciones que les daba el “Maestro Paul” en la nueva iglesia satánica que habían fundado. Cada vez que la joven les indicaba que estaban haciendo algo terriblemente peligroso, las respuestas de sus padres eran: “Las cosas no son como tú piensas”; “¿Cómo sabes que es malo si no has querido acompañarnos?”; o la que más miedo le daba: “Satanás no promueve la maldad, sino la liberación”
Para colmo de males, casi todas sus compañeras de trabajo estaban en esa onda y, las que no, parecían estar demasiado asustadas al respecto, así que evitaban cualquier intento que hacía Lupe de confrontar lo que estaba pasando.
Un domingo en la mañana, al terminar la misa de la iglesia a la que siempre iba y, contemplando como la mitad de los asientos estaban vacíos, decidió que era tiempo de hacer algo. Habló con el padre Ignacio acerca de lo que sucedía y el hombre le indicó que ya había reportado el culto emergente a sus superiores en la iglesia y que pronto tendría una reunión con varios representantes importantes de la organización cristiana para darles los detalles y recibir instrucciones al respecto.
Cuando iba camino a la salida, vio un automóvil estacionado afuera de la iglesia. En la ventana estaba la mujer que había ido a visitarla a su casa, sostenía unos binoculares y, al parecer, estaba observándola con detenimiento; su rostro expresaba rabia y maldad. Lupe se sintió aterrada y no quiso abandonar la iglesia. Al ver que la chica se mantenía dentro del recinto, el auto arrancó suavemente y la mujer le regaló una sonrisa macabra mientras se alejaba.
Durante la semana siguiente, el número de predicadores ambulantes vestidos de negro se había multiplicado de forma dramática. A donde quiera que la chica se moviera encontraba un grupo de adeptos a Satanás y, por alguna razón que no comprendía, todos parecían mirarla de forma extraña y atenta, como si ya la conocieran y la estuviesen vigilando. Siempre le sonreían amablemente, pero cuando se alejaba comenzaban a susurrar y a veces reían a sus espaldas. La mujer estaba teniendo una crisis de nervios.
El siguiente domingo llegó a la iglesia como de costumbre y se sorprendió al ver a un hombre joven y regordete preparándose para dar el sermón. Le preguntó a una señora que estaba a su lado sobre el por qué de la novedad y la anciana le respondió que el padre Ignacio había fallecido en un extraño accidente. Según el reporte policial, el hombre se había quedado accidentado de camino a casa y, al salir de su auto, había sido atacado por un enorme oso que lo devoró mientras aun estaba vivo, o al menos ese era el informe que había dado el forense.
Un horripilante presentimiento se apoderó de la jovencita, quién escuchó pacientemente la misa para poder hablar con el nuevo padre respecto a sus preocupaciones. El nuevo sacerdote parecía ser un poco más “alivianado” y tenía gran carisma para dar el sermón. Toda la congregación estaba encantada. Su porte inspiraba confianza y tranquilidad, así que Lupe no dudó en acercarse a él apenas terminó la ceremonia.
Sin darle demasiadas vueltas al asunto, comenzó a contarle lo que estaba viviendo y todo lo que había observado. El hombre la tranquilizó y le indicó que, probablemente, estaba siendo demasiado paranoica y que no debía darle mayor importancia al asunto porque al final las fuerzas de Dios terminarían triunfando como siempre lo habían hecho.
La manera de hablar del clérigo era fluida y convincente, como un bálsamo que aliviaba el alma atormentada de la chica. De inmediato se sintió mejor, así que decidió ir a la cafetería donde trabajaba a ver si le permitían hacer algunas horas extras. De cualquier forma, necesitaba el dinero, pues su desconcentración de los días anteriores le había hecho bajar mucho su producción de propinas.
Guadalupe llegó a casa después de una larga jornada de trabajo y encontró a sus padres sentados en la sala con rostros serios. Su vestimenta era de color negro, junto a ellos había dos personas, un hombre guapo, alto y con cabello largo y el nuevo padre regordete de la iglesia, cuyo nombre no era capaz de recordar por más que se esforzaba.
El hombre alto se levantó y, sonriendo, se acercó hacia ella con la mano extendida para luego presentarse como “El Maestro Paul”. La chica sintió como cada poro de su piel se contraía y como su presión arterial se disparaba.
Mientras el oscuro líder le explicaba los principios de su doctrina y por qué debía unirse a su culto, su padre se había levantado en silencio y había caminado hacia el sótano; su madre, mientras tanto, se disponía a cerrar todas las cortinas y a trabar las puertas con llave. Ninguno de sus padres tenía una mirada que a ella le fuese familiar, ambos parecían completos extraños, desde su forma de hablarle como de moverse. Guadalupe se esforzaba para ocultar su conmoción ante los dos hombres que la observaban fijamente.
El mundo se ha encargado de ver a Satanás como “el malo de la película”. – Explicó Paul, con gran elocuencia, mientras caminaba de un lado al otro con las manos en la espalda – Sin embargo, no hay nada más alejado de la realidad. Tus padres quieren que te unas a nuestra causa, no por deseos personales, sino por generosidad. Quieren que experimentes la verdadera libertad de ser humana. Desean que sepas lo que es hacer lo que te plazca, lo que fuiste creada para hacer, sin esperar una absurda represalia de un Dios a quien ni siquiera le importas.
Luego del pequeño discurso, el hombre la tomó de las manos con suavidad y le preguntó si deseaba ver la verdad, si quería unirse a ellos, pero la chica se armó de valor y respondió con un rotundo “no”. Luego se zafó de las manos del predicador y corrió hacia la puerta de la casa, pero en efecto, estaba cerrada.
Mientras que ambos sacerdotes se mantenían tranquilos y a la espera, su madre y su padre corrieron hacia ella y la tomaron de los brazos con fuerza asombrosa, luego la arrastraron hacia el sótano, ignorando los gritos desgarradores de su amada hija.
Haciendo caso omiso a las súplicas de Guadalupe, sus padres la ataron de manos y pies y le desprendieron la camisa y el sostén. Luego, su padre se acercó a ella con un enorme látigo ante la mirada complacida del Sacerdote y el Maestro Paul…
Hubiese preferido no tener que llegar a esto… – Explicó el padre de Lupe, mientras se preparaba para impartir el castigo – pero no me dejas otra opción y, el hecho de que no me obedezcas me causa furia. Por años mantuve mi rabia reprimida, pero el señor oscuro me ha liberado y ahora puedo ser quien realmente soy…
Luego de pronunciar aquellas desgarradoras palabras, el hombre dejó salir su ira contra su hija, a quien nunca antes había golpeado. Cada azote le despegaba la piel de la carne y la sangre salpicaba por la habitación, ante el silencio de los tres espectadores que habitaban la oscuridad del sótano. El séptimo azote hizo que la chica se desmayara del dolor y perdiera el conocimiento.
Despertó después de un tiempo que no pudo estimar. Ya no estaba atada y le habían puesto la ropa de nuevo. Tan pronto se levantó del suelo, Paul se acercó nuevamente a ella y le preguntó si deseaba unirse a su culto. En medio de lágrimas que le nublaban la visión, la chica preguntó por qué la querían a ella, por qué no podían dejarla en paz y seguir adelante con su culto. El maestro le respondió con preguntas: ¿Por qué es justo que los que siguen a Dios recluten gente y nosotros no? ¿Por qué es justo que los cristianos maten por sus creencias y nosotros no?
Yo deseo que me sigas… – prosiguió Paul – pero no pienso obligarte. Tus padres sí, pero es porque eso es lo que son. Si por mi fuera te liberaría, pero tú estás decidida a hacernos la guerra y Satanás me dijo claramente que si no te unes a nosotros, terminaras por hacernos muy difícil nuestra misión, así que, te lo pregunto por última vez: ¿Estás con nosotros o en nuestra contra?
– ¡En su contra! – Gritó la chica – ¡Nunca estaré con Satanás!
– ¿Eso crees? – Preguntó Paul, con una sonrisa irónica – Entonces que así sea… De cualquier forma, el oso que se comió al padre Ignacio necesita volver a comer…
El hombre se alejó de ella y el sacerdote regordete comenzó a quitarse la ropa. Luego, ante la mirada incrédula de Guadalupe, comenzó a transformarse en una especie de demonio de escamas negras, garras afiladas y colmillos enormes.
El pánico se apoderó de la jovencita y, al verse a merced de aquella bestia, supo que le esperaba una horrenda muerte. Corrió súbitamente hacia las escaleras y logró esquivar las fauces del monstruo, quien de inmediato corrió detrás de ella, seguido por el resto de los presentes. Luego de tropezar con varios muebles, logró llegar a la cocina y tomó un afilado cuchillo.
La bestia llegó al lugar pocos segundos después y la miró a los ojos con un hambre feroz. Guadalupe supo que estaba perdida. No había manera de enfrentar a aquella criatura, sus padres la habían abandonado, no había nada por qué luchar, así que para evitar su inminente mutilación, decidió cortarse el cuello. Poco tiempo después estaba tirada en el suelo, en medio del charco que su propia sangre formaba y fue sintiendo como, poco a poco, la vida escapaba de su cuerpo.
Despertó en un lugar caliente y repleto de oscuridad. Rugidos aterradores se escuchaban a lo lejos y la niebla cubría todo el espacio. Se tocó el cuello y no parecía haber ninguna herida, incluso llegó a pensar que aun estaba vida, pero pocos segundos después, una bestia alta y cornuda apareció de entre las tinieblas y simplemente le dijo:
Al final de todo terminaste por elegirme. Una mujer cristiana y religiosa como tú debió saber que el suicidio es un pecado imperdonable. Debiste saber que el camino que tu Dios te ofrecía podía tener sufrimiento, pero te llevaría a la gloria eterna. Bueno, es cierto, ustedes solo recuerdan a Dios cuando y como les conviene, así que… ¡Bienvenida al infierno!