Revista Cultura y Ocio
La imagen más nítida que me viene a la memoria cuando pienso en Alberto Soler es la de un muchacho incansable, que subía y bajaba del escenario donde se estaban celebrando los actos del Premio Mandarache, de Cartagena, y que hablaba con unos y otros, dirigía a todo el mundo sin perder nunca la sonrisa, recomendaba educadamente, planificaba con inteligencia y velaba por que todo funcionase con la perfección de un reloj atómico. Ahora, el recién nacido sello editorial Balduque apuesta por otra vertiente de Alberto: su condición de poeta. Y nos coloca en las manos el volumen Los tigres devoran poetas por amor, que se abre con un verso reverencial (“A veces no ves hasta que miras con palabras”) y que se cierra con uno metafísico (“Merece el riesgo correr la pena”). En medio, toda la magia sonora y anímica de una voz auténtica.En estas páginas breves, deliciosas, depuradas con esmero, Alberto Soler (Cartagena, 1980) nos entrega instantes de altísimo interés, como cuando nos ofrece su definición de lo que es un poeta (“Que no es títere del verbo, / ni de su física prisionero, / ni de alientos divinos traductor / sino motor de su propia y ajena / hermosa obsesión”) o, más ampliamente, de lo que entiende por ser humano (“Nada es un hombre / sino la magnífica ruina de lo que quiso ser”). Todo en este libro, o así se me antoja, es transparencia noble, apertura de ventanas íntimas para que los lectores podamos asomarnos con libertad al interior de su alma. Y en ese sentido –dejando a un lado la pura expresión verbal, que es espléndida– yo no dudaría en etiquetar esta obra como egregia e impresionante. Porque, además, Alberto Soler elige para sus versos una dicción pura, limpia, descarnada, vehículo idóneo para mostrarse. Acudamos a la página 41 y se podrán leer allí los nueve venablos que el poeta dedica a los vates infulosos: “No eres especial. Ese poema es una mierda”; “Tu tristeza es muy honda. Vale”; “¡Menos trascendencia y más cerveza!”; “Estás solo. Oh, sí, el drama. Venga”; “Está lloviendo. No, mejor no escribas”; “¡Melancolía para todos!”; “Eres muy sensible pero muy cargante”; “¡No nos importa!”; “La poesía es más un buzón de sugerencias / que una ventilla de quejas”.
Pero basta. No desvelaré más. No es mi intención. Lea este libro quien quiera conocer a una persona. Saldrá, se lo aseguro, encandilado con un poeta.