Llevo unas semanas en que propios y extraños me llaman, escriben o asaltan en la calle para que les explique este asunto de los títulos falsos y de los programa anti-plagio. Sin ir más lejos, el otro día mi padre me pidió una clase particular de porcentajes de plagios, de qué significaba que el resultado del análisis de uno de esos trabajos fuera que contenía un 13%, por ejemplo, de plagio.
Antes de que existieran los programas anti-plagio (el ordenador reconoce frases y páginas escritas con anterioridad por otra persona y da un informe preciso con lo que ha detectado) existían los profesores detectores de mentiras, los que, conociendo su especialidad y teniendo en mente lo publicado hasta entonces, eran capaces de localizar, en medio de un trabajo, una frase copiada.
Yo era uno de ellos, así que cada dos por tres, estaba en el despacho del Jefe de Departamento preguntando: «¿Qué hacemos con esto?». Esto era un trabajo plagiado. Por desgracia (y lo digo en serio) no se me escapaba una. Y por desgracia recordaba la fuente exacta, así que podía demostrarlo. Fueron unos años en que revistas, instituciones y colegas me pedían que reseñara sus publicaciones, porque, según decían, era como pasar por un detector de metales en el aeropuerto.
Este fue uno de mis problemas en la docencia, porque, en teoría, una tía que reconoce a vista el plagio es un valor seguro en un departamento. Me llamaban como quien llama a Sherlock Holmes. La molestia era cuando yo descubría que el «asesino» era el protegido del que me había llamado, por ejemplo, o que era un «asesino en serie» y que había plagiado en 5 asignaturas donde mis colegas le habían calificado con notable y sobresaliente. Mi vida se llenó de James Moriarty, pero, como a Sherlock y como a mi abuelo (un serio y eminente catedrático de Paleografía), a mí solo me importaba el enigma, con una mezcla de ingenuidad y de pasión ilimitada por mi disciplina. Además, con no llamarme o con no aceptar se resolvía todo. Rechacé muchos tribunales de máster o tesis porque, cuando te invita un colega a estos solemnes momentos académicos, no suele gustar que digas que el brillante trabajo de su alumno es, en efecto, brillante, pero que no es suyo sino de alguien anterior.
En parte se pusieron de moda los programas anti-plagio porque los Sherlocks nos cansamos de que nos culpabilizaran o señalaran por la falsedad o descuidos de los demás. Las universidades y centros superiores se enfrentaron a dos nuevos problemas: el primero, que estos programas no son tan exactos como un erudito. Hay un margen de error, no muy grande, pero lo hay, no porque el programa detecte un plagio que no hay, sino porque no siempre capta el contexto. El segundo problema, es que hay un porcentaje alto de alumnos que no entienden qué hay de malo en que SU trabajo no sea un copia-pega de un texto anterior. Y ahí, cada profesor, departamento e institución deciden sus límites: unos te aceptarán el trabajo con un porcentaje de 20% de plagio y otros te lo devuelven para rehacer con un porcentaje de 1%.
Pero quiero dejarlo muy claro: sí, es posible hacer un trabajo con un índice de plagio 0%. Es posible redactar algo inédito de cabo a rabo, y que las citas de documentos anteriores en los que te apoyas no resulten ambiguas ni para un cerebro humano ni para uno artificial. Además es posible, cuando uno escribe, aclarar al lector (o jurado) cuáles son tus fuentes de inspiración más profundas, las que van a mezclarse de tanto estudiarlas y amarlas con tu humilde ADN intelectual o artístico. Así que si yo digo que no hay día en que no lea a Marcel Proust nadie se extrañará de que esté obsesionada con buscar en la música ese olor a magdalena de la infancia, la reminiscencia pasada, ya sean los modos gregorianos en Fauré o incluso ( ¡oh inmenso sacrilegio!) de Wagner en Debussy.
El asunto del plagio en los trabajos universitarios lleva directamente al asunto de los títulos falsos y que puede resumirse con una palabra: corrupción. Corrupción del sistema educativo. Supongo que nadie es tan ingenuo como para pensar que el título falso de tal político y el plagio del contrario son excepciones. Desde hace unos años, los Sherlock sabemos que lo excepcional es el trabajo académico o científico honesto; que se otorgue la calificación «Sobresaliente cum laude» a una tesis que realmente lo merezca.
Y esa, y no otra, es la respuesta a por qué profesores, científicos y artistas de alto nivel se han salido del circuito. Porque para alguien que ama el estudio, que ha entregado su vida al estudio y que cree que el estudio (el verdadero, no este trapicheo) puede transformar a un ser humano, ver a diario la corrupción educativa rompe el corazón, en sentido metafórico (te quita las ganas de practicar tu especialidad) y en sentido físico (daña tu salud).
El único máster que ha hecho un gran parte de los titulados superiores de los últimos 20 años es el único en el que España va a la cabeza del ranking académico: el de Picaresca Española, y no precisamente la del Lazarillo de Tormes.