De Luis Enrique a Laporta, o lo que es lo mismo, de un provocador vocacional a un mentiroso de vodevil, empeñados en jugar al trile con quienes deberían ser sus parroquianos predilectos: los aficionados españoles y los culés. Por eso, y siguiéndoles su juego de feria barata, deberíamos llamarlos trileros o, sencillamente, tramposos.
En aquella inolvidable película de Pedro Lazaga, con tal nombre, en la que un espléndido Tony Leblanc junto a una prometedora Concha Velasco y el inigualable Antonio Ozores brillaron como pocos en nuestro panorama cinematográfico, se reflejaba la clásica picaresca patria, transportada a los tristes decenios de la posguerra. Sesenta años después, para escarnio de algunos, indiferencia de demasiados, cabreo de muchos y pasmo de casi todos, el seleccionador nacional y el presidente blaugrana nos enseñan su bolita junto a tres cubiletes y nos prometen el doble de la apuesta si acertamos dónde la esconden.
Quedan lejos aquellas primeras manifestaciones de Luis Enrique, asegurando que llamaría a los mejores jugadores sin fijarse en edades ni colores, con la premisa de que fueran titulares en sus equipos.Ya en la pasada Eurocopa, se olvidó de tal condición e hizo jugar casi fijos a varios que eran suplentes habituales en sus clubes. Y ahora, se supera seleccionando a otros por ser de su agrado personal, cosa entendible, pero no necesita adornarse, e incluso por ser promesas de futuro. Sin extenderme, ni Eric García está entre los mejores centrales españoles ni Brais Méndezes el mejor del Celta ni Gavi ha hecho méritos suficientes en el rato que lleva jugando en Primera. Y de los que no están, Brahim, Aspas, Mir, Raúl de Tomás, Williams o Nacho, que no son figuras mundiales —tampoco los seleccionados—, les dan sopas con ondas a quienes ocupan puestos que les deberían pertenecer, atendiendo a los criterios de ser de los mejores en sus respectivas demarcaciones y gozar de la titularidad en sus equipos.
El colmo fue que, según él mismo, estuvo a punto de llamar a Ansu Fati, quien solo ha jugado unos minutos tras estar casi un año parado por una lesión complicada en la rodilla. Sería fácil decir que son cosas de Luis Enrique o que tiene querencia culé, aspecto muy humano por incompatible que sea la bufanda de cualquier club en su responsabilidad, pero el asunto se enturbia si tenemos en cuenta que Eric García y Gavi comparten representante: Ivan de la Peña, íntimo del seleccionador. Y no se trata de una opinión retorcida, sino de simple información. Saquen sus conclusiones.
Aparte de lo anterior, ya destacamos el buen papel de nuestra selección en la pasada Eurocopa y se le desea siempre lo mejor, pero también es oportuno decirle a Luis Enrique que se meta sus cubiletes y la bolita donde le quepan. Una cosa es ser aficionados españoles, otra comprarle sus trampas y resulta absolutamente rechazable que nos tome por gilipollas.
Joan Laporta llegó al cargo asegurando que tenía un plan serio y que la continuidad de Messi era su piedra angular. Pues bien, pasado casi un año desde sus promesas, cabe compararlo ahora con aquel que tras equivocarse en una llamada de teléfono y repetir el número que había marcado, a requerimiento de su interlocutor, este le respondió;” oiga, no ha acertado usted ni uno”.
Ni Messi está ni contaba con un buen técnico ni tenía el dinero ni los avales necesarios —tuvo que improvisar y rogar sobre la marcha hasta última hora— ni ningún plan bajo el brazo. Todo, mentira. Eso, por no hablar del potreo que lleva con Koeman, seguramente hasta que encuentre un sustituto de nivel dispuesto a ir al Barça; de su reticencia a traer a Xavi — estaría dispuesto con ciertas condiciones lógicas—; ni del reciente esperpento de proclamar su apoyo al técnico actual, cuando el pasado jueves, tras lo de Lisboa, había proclamado a un grupo de notables que estaba muerto. El miedo a quedarse sin parapeto, si lo echa, también cuenta. Como su falta de criterio.
Aunque la triste realidad es que Laporta manda poco en el Barça. Es un títere, manejado con rienda corta y bocado jerezano por quienes, in extremis, hicieron posible económicamente su presidencia.
Uno por provocador, porque le gusta, y otro por embustero, por impotencia, han devenido en trileros.
Sin embargo, lo importante sería que a la Selección y al Barça les fuera bien. Estos tramposos no actúan en ninguna película divertida. Juegan con los sentimientos y el ánimo de millones de aficionados.