En el sur de Italia, en los territorios que formaban parte del antiguo Reino de Nápoles, se encuentran en algunos pueblos unas extrañas casas llamadas trullos. Estos edificios, de forma generalmente redonda, son el símbolo de la pequeña ciudad de Alberobello, en la región de Apulia.
Esto, que puede parecer ilógico a esas alturas de la historia, tiene un “buen” motivo: el Reino de Nápoles grababa con un impuesto la fundación de un nuevo núcleo urbano, por lo que si llegaba la noticia de que se aproximaba un inspector real, la gente demolía las casas y hacía como si allí no hubiese nada para ahorrarse pagar el impuesto. Las casas sin mortero eran, simplemente, más fáciles de derruir.
A pesar de su simplicidad, a los habitantes de los trullos también les gustaba presumir de casa y decoraban su interior con pinturas y pináculos decorativos (con motivos simbólicos y religiosos) que señalaban el estatus del propietario. En Alberobello, cuyos trullos han sido declarados Patrimonio de la Humanidad, destacan tres edificios: el “Trullo Soberano”, el más grande de la ciudad, que es hoy un museo; el “Trullo Siamés”, llamado así por su forma alargada; y la Iglesia de Sant’Antonio, construida también con forma de trullo.