Ocho son las campanas que se pueden ver en la torre. Seis de ellas acaban de ser rehabilitadas en el taller de la familia Quintana de Saldaña, y lucen nuevos bajados, aunque hay dos pendientes de ser restauradas. Todas producen un sonido divino, y tienen su nombre: San Miguel, Sagrado Corazón, De ánimas (2), San Juan, Nuestra Señora del Rosario, La Prima y María. De bronce y aleación de plata, nacieron en 1900 en Santa Cruz del Tozo. Para su restauración se contaron con 18.000 euros, que fueron aportados por los vecinos, la Diputación y la Parroquia.
Toques
Macario y Manuel Diego suelen subir a la torre a diario, para los entierros, donde se realiza el toque de clamores, en el que se utilizan las dos campanas grandes y dos campanillos con cuerda.
Otra de las ocasiones en las que se pueden oír esas joyas de plata y bronce son los días de fiesta: San Isidro, Sábado de Pascua, San Juan, San Pedro, Navidad, etc., que es cuando se voltean. Una acción que exige un gran esfuerzo ya que las dos grandes pesan 850 y 750 kilos. «Para dar la primera vuelta se necesitan tres personas, y siempre alguien nos ayuda, luego ya sólo se da media vuelta», concretan los hermanos Diego.
Existen otros toques que ya no son habituales como el de arrebato, que se realiza cuando hay fuego o alguna catástrofe; el de nublo, que se hacía en verano para que no lloviese y evitar que se estropeasen las cosechas; el del Angelus, que lo utilizan actualmente las Hermanas Clarisas en su convento de Aguilar de Campoo; y el de entierro de niños, que hace más de veinte años que no se realiza. El toque de la misa diaria se suele hacer desde abajo, ya que va de forma automática, igual que el reloj de la torre que da los cuartos y la hora. «Antes los toques de entierro se cobraban, y uno sabía si se había muerto una persona con mucho dinero, porque se tañían cada hora», afirman.
Muchas anécdotas han vivido ambos durante los 60 años que llevan de campaneros. «En 1959, el día del Espíritu Santo, se saltó y acabó en el suelo una de las campanas, había tres vecinos abajo hablando, yo bajaba las escaleras de cinco en cinco y cuando llegué, ni se habían inmutado», recuerda Macario.
Manuel cuenta que hace unos años, en la fiesta de la Virgen de Llano, el día previo a la Romería cuando se sube la imagen a la ermita, se encontraba tocando las campanas y «de repente bajé y me di cuenta que me habían cerrado la puerta, cuatro veces recorrí las escaleras de caracol: del campanario a la puerta y vuelta. Después de dos horas, una vecina me escuchó y avisó, durante todo ese tiempo seguían sonando las campanas y la gente no sabía cuál era la razón».
Una tradición que se está apagando. «Nos gustaría que la gente joven se animase, que para algo las han arreglado y es una cosa bonita». Hasta los turistas se quedan asombrados cuándo ven el espectáculo del repicar: «En Navidad un visitante de Cataluña subió y me estuvo ayudando con un campanillo y marchó encantado», explica Macario, que junto a su hermano Manuel asisten a los que quizá sean los últimos días de un legado, que si nadie lo remedia dejará de sonar para siempre o se convertirá en una acción mecánica.
De la sección de la autora en "Curiosón": "Una mirada al pasado" @MRedondo2015