Editorial Random House. 111 páginas. 1ª edición de 2016.
Hasta ahora sólo había leído un cuento de Elvira Navarro, el que aparecía en la antología Siglo XXI. Los nuevos cuentos del relato
español actual, editada por Gemma
Pellicer y Fernando Valls para Menoscuarto. Lo cierto es que cuando
apareció su novela La trabajadora en 2014 me quedé con ganas de leerla. El tema
laboral me parece poco tratado en la literatura y me interesa. Al final la dejé
pasar. Hay momentos en los que siento que estoy demasiado pendiente de las
novedades literarias y decido frenar para dedicar mi tiempo a textos más
clásicos. Por otro lado, ya comenté la semana pasada que, durante meses, había
tenido en casa sin leer la primera edición de El silencio de las sirenas
de Adelaida García Morales, que
había comprado por tres euros en la librería de segunda mano Ábaco, por la
buena impresión que me había dejado una década antes (más o menos) el libro El
sur seguido de Bene. Debería apuntar, también, que en mi habitación
tengo más de cien libros comprados y sin leer. Cuando vi en las redes sociales
que Elvira Navarro (Huelva, 1978)
iba a publicar en Random House una
novela titulada Los últimos días de Adelaida García Morales, me pareció una
buena idea solicitarla a la editorial para leerla después de acercarme a El
silencio de las sirenas y poder comentar las dos seguidas. La verdad es
que me interesó el tema: una novela, la de Navarro, que yo entendía como un
homenaje a una autora de fulgurante fama en los años 80 y que fue siendo
olvidada hasta su muerte en 2014, sin mucho revuelo ni excesivos obituarios (al
menos que yo recuerde). Desde luego, cuando solicité el libro a la editorial,
no podía ni imaginar el revuelo (en cualquier caso un revuelo muy limitado a
las cuatro personas que nos interesan estas cosas; los profesores del
departamento de Lengua y Literatura del colegio en el que trabajo, por ejemplo,
no habían oído nada de esta polémica hasta que yo les hablé de ella, y estamos
hablando de profesores de Lengua y Literatura) que se iba a armar con la carta
a doble página que publicó el cineasta Víctor
Erice en el periódico El País,
cuestionando el derecho o no de Elvira Navarro a escribir su libro.
Cumplí mi plan: leí El silencio
de las sirenas y a continuación Los
últimos días de Adelaida García Morales. No he podido, sin embargo, leer
esta última sin sustraerme al debate generado en torno a ella.
Rosario Izquierdo Chaparro escribe a Elvira Navarro para contarle una
anécdota sobre Adelaida García Morales que ocurrió unos pocos días antes de su
muerte: la escritora, de sesenta y nueve años, acudió a la Concejalía de
Cultura de Dos Hermanas, el pueblo en el que residía, y pidió cincuenta euros
para visitar a su hijo en Madrid. La concejala desvió el requerimiento de la
mujer que tenía delante a Asuntos Sociales. A partir de esta anécdota (de la
que el propio libro da una segunda versión), Navarro escribe su libro que, como
ella misma apunta en las notas finales de la novela, «es una obra de ficción.
Todo lo que se narra es falso, y en ningún caso debe leerse como una crónica de
los últimos días de Adelaida García Morales» (pág. 103).
El cuerpo central del libro, que apenas supera las 70 páginas, y que
por tanto deberíamos llamar más bien nouvelle,
está dividido en dos historias: en capítulos alternos se nos presenta a la
concejala de Cultura que le negó los cincuenta euros a García Morales, y a una
directora que está grabando un documental sobre la muerte de García Morales.
Ambas historias están narradas en tercera persona, pero, mediante el recurso
del estilo indirecto libre, leemos las narraciones desde el punto de vista de
la concejala de Cultura y de la directora de documentales.
Para la concejala de Cultura, quien hace ya años que apenas lee, la
presencia de Adelaida García Morales en su municipio no es más que un incordio,
y más cuando se muere y no sabe aún si debería haberle entregado aquellos cincuenta
euros que le pedía, o hacerle un homenaje. No tiene muy claro cuál es el nivel
de relevancia que en algún momento ha llegado a tener la escritora en la vida
cultural del país.
Después de que Víctor Erice publicara el artículo que comentaba más
arriba, se han levantado algunas voces airadas, pidiendo, incluso, que se retirara
de las librerías el libro de Elvira Navarro. Voces que entresacaban comentarios
que en la novela se hacen de García Morales, desde el punto de vista de la
concejala (connotada negativamente en el libro), para mostrar hasta qué punto
la autora de esta novela denigraba la memoria de García Morales. Así, he podido
leer en internet que Navarro había escrito sobre García Morales frases como las
siguientes: «Tenía, se dice la concejala, el aspecto de pasarse un estropajo
por la cara. Al mismo tiempo, y debido a la gordura, a que no sonreía nunca y a
que las facciones se le habían vuelto duras exhalaba algo feroz, como si ese
ser que en su juventud y madurez parecía tan espiritual se hubiera tornado en
algo salvajemente grotesco. En las fotos de sus últimos años da la impresión de
acabar de meterle un puñetazo a alguien, pero también de estar enajenada y
mustia» (pág. 34). Lógicamente, éste no es el punto de vista de la autora sobre
el personaje. El punto de vista de Navarro sobre lo narrado se asemejaría más
al de la realizadora de cine, quien para su reportaje sobre García Morales ha
convocado en un polígono de Sevilla a tres personas ‒lejos del círculo íntimo
de familiares y amigos‒, que conocían de forma tangencial a la escritora (una
compañera del colegio, una vecina y un psiquiatra). Los tres se sientan en un
sillón y la cineasta los deja hablar. Su idea es no hacer preguntas, no intervenir
en el reportaje. Uno de estos testigos contará que Adelaida, en los últimos
tiempos, había perdido la cabeza y creía recibir las visitas de un sátiro. Algo
que el psiquiatra pone en entredicho.
El caso es que las dos historias de esta novela dan una imagen
especulativa de Adelaida García Morales, que se basa en alguna información real;
una narración, más o menos libre, que Elvira Navarro le dedica a uno de sus
mitos personales (o al menos así lo he sentido yo). En realidad, más que retratar
a Adelaida García Morales, lo que se desprende del texto (al menos para mí), su
motivo para escribirlo, es dar salida a algunos de sus fantasmas personales: el
miedo a haberse equivocado en su vocación literaria (por ejemplo, y ahora soy
yo el que está especulando), el miedo a las estrecheces económicas del futuro, a
la soledad… y todo esto se encarna (y se proyecta) en la figura de Adelaida
García Morales, muerta hace dos años.
Erice especulaba sobre la apropiación del nombre de su exmujer con
intenciones comerciales o publicitarias. En este sentido, creo que Erice se
equivoca, que por desgracia el nombre de Adelaida García Morales está bastante
olvidado y, por eso, la primera vez que vi el título de la novela de Navarro no
pude pensar más que en la posibilidad de un homenaje. En el mercado literario español
se vende muy poco, y evocar en un título el nombre de una autora injustamente
olvidada no parece, a nivel comercial, lo más sensato, sino que apunta, más
bien, hacia una declaración de intenciones a favor de la resistencia.
En cierto modo, creo que Los
últimos días de Adelaida García Morales no era el libro que esperaba leer
cuando lo solicité a la editorial. Ahora que está tan en boga la literatura de
no ficción, imaginaba que Elvira Navarro habría investigado más a fondo el tema
para escribir un libro testimonial (imaginaba algo al estilo de los últimos
libros de Emmanuel Carrère). Sin
embargo, con esto no quiere decir que no me interese su propuesta: a través de
la figura de la escritora que admira, Navarro indaga sobre sus propios miedos,
lanzando más de un dardo envenenado contra la institucionalización de la
cultura.
Me he quedado también con la sensación de que a las dos historias les
faltaba algo de desarrollo. El género de la nouvelle
me parece complicado y aquí se muestran algunas escenas con los puntos de vista
de dos personajes que no parecen evolucionar hacia ningún sitio en el corto
espacio narrativo que se les dedica. La verdad es que me habría gustado saber
más sobre los personajes (concejala y cineasta), y sobre la persona en la que
ponen su mirada, Adelaida García Morales.
El estilo directo de Elvira Navarro, con frases matizadas y en
ocasiones punzantes, me ha gustado. Ahora se han renovado mis deseos de
acercarme, al fin, a La trabajadora.
Entre El silencio de las sirenas
de Adelaida García Morales y Los
últimos días de Adelaida García Morales de Elvira Navarro, recomendaría
antes el primero. Pero también creo que el libro de Navarro no deja de ser una
invitación a leer (de nuevo) a García Morales.
Comprendiendo el punto de vista de Víctor Erice, creo que se equivoca
al achacar un afán comercial a la propuesta reivindicativa de la memoria
literaria del país de Navarro, puesto que una persona, Adelaida García Morales,
que para él es central, ha dejado ya de serlo para el conjunto de la población
con alguna inquietud por la cultura, y por tanto celebro que hayan aparecido de
nuevo sus libros en las mesas de novedades de las librerías. En La Central de Callao, ahora mismo,
ofrecen la primera edición de Las mujeres de Héctor (1994) por 9
euros; es decir, se lo han pedido a Anagrama y han trasladado el precio de
1.500 pesetas a euros.
El debate planteado sobre los límites de la ficción me parece
interesante. Hace años leí la novela Arthur & George, en la que Julian Barnes especulaba sobre la vida
de Arthur Conan Doyle, y me encantó.
¿Debería Barnes haber cambiado el nombre a su Conan Doyle? ¿Debería Thomas Bernhard cambiar el nombre a
Viena, cuando despotrica contra ella, por miedo a que se ofendan los vieneses?
¿Tendrían derecho éstos a pedir que se retirara del mercado un libro de
Bernhard porque les ofende cómo habla de su amada ciudad? Y, aun cambiando los
nombres, ¿tienen derecho los familiares de un escritor a pedirle que no se
venda un libro porque se sienten retratados en los personajes?
No me ha gustado ver cómo se han arrojado algunas voces contra Elvira
Navarro por escribir un libro en el que básicamente se homenajea a una
escritora olvidada. Me parece peligroso ver cómo algunas personas que dicen
defender la cultura desean la censura del escritor. Ojalá se leyera más
literatura española contemporánea, con una prosa tan delicada como la del libro
de Elvira Navarro, y que esto lleve a que se lea más a una escritora de la
calidad de Adelaida García Morales. Y ojalá tantas voces preocupadas por la
cultura como he visto estos días se alzasen para exigir que, de un modo u otro,
Víctor Erice pueda dirigir un largometraje, algo que no puede hacer desde que
en 1992 rodara El sol del membrillo, porque, dada la fama que tiene de
director lento y puntilloso, nadie se atreve a poner dinero en un proyecto que
lleve su firma. Y ésta es la verdadera tragedia de la cultura en España: que a
nadie parece importarle que uno de nuestros más grandes cineastas sólo haya
podido rodar tres largometrajes y no pueda hacer uno nuevo desde 1992. Sin
embargo, enseguida pedimos un linchamiento público (retirada de ejemplares de
las librerías, pedir perdón público por las faltas cometidas…)
para una escritora que homenajea a otra cada vez más olvidada. Y todo esto
(supuestamente) en nombre de la cultura.