Revista Cultura y Ocio

Los últimos días de Ana Bolena: 14ª Parte

Por Ladycaroline
Los últimos días de Ana Bolena: 14ª Parte
Preocupación por la ejecución de una ex-reina
Los últimos días de Ana Bolena: 14ª Parte
La corte estaba de cierta forma alarmada debido a la ejecución de una reina depuesta. Se temía lo que ella podía decir a la multitud en el discurso previo a su decapitación; ¿sería Ana tan comedida y reservada para callar tantas injusticias? ¿Seguiría el ejemplo de su hermano, demostrando entereza y resignación ante el cadalso? Kingston, entre otros, le propuso a Cromwell que a la hora de su muerte Ana podría declarar ser una buena mujer con todos los hombres menos con el rey. Este sarcástico comentario, diría que desafortunado de su parte, se debía a la naturaleza temperamental del carácter de Ana, que como es totalmente comprensible, oscilaba de la nerviosa euforia al compungido silencio.
 Se decidió entonces ejecutar su condena no en Tower Hill, donde el público tenía libre acceso, sino dentro de la Torre, sobre el prado contiguo a la capilla. Asimismo, otro punto favor de la nueva ubicación era el hecho de que los portones de la Torre acostumbraban a permanecer cerrados por la noche, de manera que podía vigilarse la entrada. Con lo cual, en la Torre se reunió poca gente esa mañana de viernes, no obstante no se trató de un ajusticiamiento a puerta cerrada.
A título anecdótico, Antonio de Guaras, que vivía muy cerca y que tenía amigos que residían dentro de la Torre, logró infiltrarse en el recinto la noche anterior, y de esa forma logró contar de primera mano la ejecución de Ana en su Spanish Chronicle, pese a que las autoridades habían vetado la entrada de los "imperialistas" y representantes de otros países.
"Anne sans tête"
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A medida que avanzaba la madrugada del 19, Ana se dedicó a rezar y a conversar animadamente. Luego, riendo, dijo que le pondrían por mote "Anne sans tête". La reina se había serenado mucho y  recalcó en que no creía que lo que le sucedería fuese un castigo divino. Finalmente, el día amaneció y trajo consigo su condena. Apenas había conseguido conciliar el sueño, sus párpados apenas se cerraron en toda la noche. En medio de la oscuridad y el desasosiego, se confortaba en que su fin sería rápido y sin apenas dolor. Kingston entró a verla muy temprano y le entregó veinte libras para distribuir como limosna, acto seguido le informó que se preparase. El día anterior había mantenido una conversación privada con el arzobispo Crammer y también había recibido los sacramentos. Mantuvo con firmeza su inocencia sobre los cargos que le eran imputados y expresó humildemente su amor al rey.
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 Ana es encaminada al cadalso
No demoraron mucho en encaminarla hasta el patíbulo, cuya base estaba rodeada de paja y que había sido construido de forma que no se divisara desde afuera. No se permitió la presencia de extranjeros; sin embargo se congregó un buen número de ingleses, colocándose detrás de la fila formada por los consejeros  y la alta nobleza de Inglaterra. Cromwell estuvo presente para supervisar la adecuada realización de su plan, con el lord Canciller Audley, acompañado del heraldo Wriothesley. Los duques de Norfolk y Suffolk también harían acto de presencia, así como Henry Fitzroy, el joven duque de Richmond, al que "supuestamente" Ana había intentado envenenar. Igualmente, asistirían al ajusticiamiento el alcalde de Londres y sus sheriffs junto a los habitantes de la Torre, prácticamente una pequeña población con sus diversas viviendas.
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Ana, precedida por Kingston, fue conducida por la vereda abierta en el césped, seguida por cuatro damas jóvenes. Segun nos relata De Guaras, parecía "tan alegre como si no fuera a morir". Su "alegría" mas bien era una muestra de liberación, el acecho y la persecución habían terminado, por fin podría descansar en paz. Por otro lado, De Carles oyó decir que en su dignidad y compostura nunca lució más hermosa. Iba ataviada con una capa de armiño sobre un traje suelto de damasco gris oscuro, con detalles de piel y enagua carmesí. Una cofia de lino blanco le sostenía el cabello debajo del tocado. Cuando subió al patíbulo auxiliada por Kingston, comprendió que uno de los que se encontraban allí cerca era el ejecutor.  Había prometido no decir nada "sino lo que fuera bueno" cuando pidió autorización para dirigirse al pueblo, y mantuvo su palabra.
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Ana Bolena se dirigió a la multitud con este conmovedor discurso: 
(Se plasma en inglés del siglo XVI) 
"Good Christen people, I am come hether to dye, for according to the lawe and by the lawe I am judged to dye, and therefore I wyll speake nothynge agaynst it. I am come hether to accuse no man, nor to speake any thyng of that, whereof I am accused and condempned to dye, but I pray God save the king and send him long to reygne over you, for a gentler nor a more mercifull prince was there never: and to me he was ever a good, a gentle and soveraygne lorde. And if anye persone wyll medle of my cause, require them to judge the best. And thus I take my leve of the worlde and of you all, and I hertely desyre you all to praye for me. O Lorde have mercy on me, to God I commende my soule."
"Buena gente cristiana, he venido aquí para morir, de acuerdo a la ley, y según la ley se juzga que yo muera, y por lo tanto no diré nada contra ello. He venido aquí no para acusar a ningún hombre, ni a decir nada de eso, de que yo soy acusada y condenada a morir, sino que rezo a Dios para que salve al rey y le de mucho tiempo para reinar sobre ustedes, para el más generoso príncipe misericordioso que no hubo nunca: y para mí él fue siempre bueno, un señor gentil y soberano. Y si alguna persona se entremete en mi causa, requiero que ellos juzguen lo mejor. Y así tomo mi partida del mundo y de todos ustedes, y cordialmente les pido que recen por mí. O Señor ten misericordia de mí, a Dios encomiendo mi alma."
Los últimos días de Ana Bolena: 14ª Parte
Continuará...
Bibliografía:
Fraser, Antonia: Las seis esposas de Enrique VIII, Ediciones Web, Barcelona, 2007.
Hackett, Francis: Enrique VIII y sus seis mujeres, Editorial Juventud S.A., Barcelona, 1975.
Warnicke, Retha M.: The rise and fall of Anne Boleyn: family politics at court of Henry VIII, Canto, Cambrige University Press, 1996.
Weir, Alison: Enrique VIII el rey y la corte, Círculo de Lectores, Barcelona, 2004.

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