El cine de catástrofes es un género por excelencia norteamericano, y el resto de las cinematografías nacionales huyen de él como del diablo. Para el cinéfilo resulta impensable que el fin del mundo pueda comenzar en otro lugar que no sea Nueva York, eso sí, luego caerá la Puerta de Alcalá y, tras un siglo de obras, también la pobre Sagrada Familia, pero antes de nada, toda catástrofe tiene que comenzar por los EE.UU. Por eso es todo un mérito que los hermanos Larrieu se hayan atrevido a situar su inicio, con evidente sentido del humor, en Biarriz o en los Sanfermines de Pamplona…
Los directores franceses se han aventurado por nuevos caminos con su realización, Los últimos días del mundo, en una experiencia alejada de su registro habitual, películas intimistas y pseudo-burguesas-bohemias situadas en un espacio muy reducido, para adaptar por la primera vez una novela de Dominique Noguez, rodar escenas con 300 extras, viajar entre España y Francia, sugerir desastres naturales, movilizaciones de la sociedad civil e, incluso, militar…
Robinson Laborde, nombre suficientemente explícito y el tipo de protagonista que le viene a la perfección al actor y realizador Mathieu Amalric, para olvidar el último fracaso sentimental que ha perturbado su matrimonio decide, frente al anuncio del inminente fin del mundo, lanzarse a un road-movie físico, erótico y festivo que le llevará a atravesar fronteras, iniciar nuevas relaciones y volver a encontrar a antiguos amigos.
Como señala uno de los hermanos realizadores, Arnaud Larrieu, el final lleva al inicio, a revisar la vida que hemos tenido, plantearse su sentido, o alusiones más directas, como las cuevas prehistóricas que sirven como refugios o la escena de los protagonistas desnudos corriendo por las calles, versión contemporánea de Adán y Eva.
La historia no deja de tener su interés al estar sembrada de una saludable ironía frente a la apocalipsis. Un fin del mundo que se anuncia a pequeñas dosis, no se trata de una única causa sino un conjunto de elementos, contaminación, epidemia, misiles… (todas ellas ya sufridas por la humanidad) que se combinan entre sí presagiando lo peor.
Lo mejor de la película es el tratamiento de la desnudez. Estrellas del cine francesas como Karin Viard, Catherine Frot, Omahyra Mota, Sergi López o Mathieu Amalric, se despojan de toda indumentaria sin ningún tapujo, para demostrar que, al final, lo que importa es la interioridad, descubrir nuestros fallos y debilidades, y arrinconar la capa de protección que todos llevamos. Quizás la mejor definición del film sea la del actor Mathieu Amalric que, al leer el guión, la describió como una película ”de piel“.