Revista Cultura y Ocio
Uno va queriendo que lo recuerden hasta que de pronto decide que lo olviden. Me pregunto si algún día todo lo que voy dejando escrito aquí y allá no me represente o no lo considere ya mío y pediré que sea borrado y si será posible que todos estos años de constancia narrativa ya no estén al alcance de nadie y no pueda leerse nada de lo que fui dejando. Lo otro es fácil. Lo otro es la realidad, el modo en que perduramos en los otros, en cómo existimos en sus vidas y en cómo también de pronto desaparecemos, desocupamos un lugar que antes fue nuestro. No sé la de amigos que ya no tengo y que tuvieron un lugar y que ya no es de ellos. Los recuerdo con afecto o sin él, pero tengo la certeza de que no están. Por unas causas, por otras. De igual modo tampoco andaré yo en donde solía. Tendré también quienes me borraron. No me tendrán ellos. Por unas causas y por las otras. La red opera de distinta manera. El derecho al olvido es un logaritmo. Lo que no hay es derecho a la memoria. No hay forma de que uno trascienda por mucho que lo desee. No está en nuestras manos perdurar. Quizá los hijos nos hagan perdurar, pero no esta niebla de ceros y de unos a la que volcamos casi el ser entero, como si quisiéramos contarnos de golpe y ser escuchados instantáneamente. No hay red social que cubra la necesidad de afecto de modo absoluto: son todas representaciones falsas, aunque en ocasiones cumplan algunas funciones que les encomendamos y nos hagan creer que estamos en el mundo y que el mundo, a su modo secreto o invisible, nos ama. No hay tal amor o lo hay de una manera aleatoria, circunstancial, eventual, regida por patrones efímeros, diseñada para que nadie permanezca en el silencio. No podemos pasar desapercibidos. Se nos quiere visibles, se nos desea a la vista. Debemos ser peligrosos si no estamos a la vista. En cierto sentido, está bien perderse, borrarse, dar a entender que no queremos participar del juego, producir una sensación incómoda a quien cree que todo está bajo control y que el sistema es eficiente y condena al extraviado, al insumiso. El derecho a no estar en la red, a que desaparezcan nuestros datos, es una insumisión en toda regla. Uno va queriendo que los recuerden y otros van queriendo que los olviden. Como en Hotel California, la inmortal pieza de los Eagles: "Some dance to remember, some dance to forget". Y al Leteo lo patrocina Silicon Valley...