Los vagones retirados del metro neoyorquino, debidamente descontaminados, se arrojan al mar, a unos ochenta metros de profundidad, para servir de cobijo a diferentes especies marinas, habiéndose registrado un incremento del cuatrocientos por ciento en la biomasa de lubinas, mejillones, atunes, lenguados y otras especies, en las áreas donde han sido hundidos.
Además de original, es una forma ecológica de devolver a la naturaleza lo que nos ha brindado para el servicio urbano durante muchos años, y quien sabe, si parte del hierro que conforma la estructura de los vagones, pasará a formar parte de algún hematíe que circule por nuestro torrente sanguíneo procurándonos el indispensable oxígeno a nuestros tejidos. Lo que uno se pregunta desde este espacio, es a quién se le ha ocurrido esta idea. Como siempre, un hombre anónimo, al menos para el gran público, un técnico, un experto en la materia cuyo nombre no pasará a los anales de la historia, se percató del beneficio que representaba para la fauna marina, el hundimiento de los vagones utilizados décadas en el metro. Lo malo, lo que me lleva a una serie reflexión, es que las declaraciones vacías, y muy frecuentemente peligrosas, de numerosos políticos, quedan impresas para siempre en papel o en medios electrónicos, y se les recuerda por sus frases, tantas veces carentes de contenido. Y lo peor de todo es que esa especie prolifera como los lenguados entre los viejos convoyes.