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Revista Cine
Nada más comenzar la película vemos a un vaquero cabalgando en una pradera. Creemos que estamos en una película del Oeste, pero el hechizo se rompe cuando el ruido de un avión rompe el horizonte. Entonces nos damos cuenta de que el protagonista, Jack Burns, es un hombre anacrónico, que sigue viviendo a finales del siglo XIX mientras a su alrededor el mundo ha ido evolucionando. En su camino encontrará cercados de alambre que deberá cortar para seguir avanzando y, lo que es peor, una autopista que deberá cruzar a lomos de su nerviosa yegua. El objetivo de Jack, como en los buenos westerns, es rescatar a un amigo que ha ido a parar a la cárcel por haber acogido en su casa a unos inmigrantes ilegales mexicanos. El protagonista pretende hacerse arrestar para fugarse junto a su amigo de una prisión que no cuenta con una seguridad extrema. Una vez dentro, el amigo se niega: tiene una familia y pretende cumplir su condena para no convertirse en un proscristo. En cualquier caso, Jack se fuga y la policía estatal comienza a perseguirlo a través de unas montañas por las que pretende pasar a otro Estado. La película se transforma en una especie de precedente de Acorralado, en la que un solo hombre experimentado pone en jaque a una numerosa dotación policial con la misión de capturarlo. El extraordinario guion de Dalton Trumbo acentúa el contraste entre los valores de libertad radical de Jack, que no cree en las leyes ni en la propiedad privada y la evolución de la sociedad en plenos años sesenta del siglo pasado. Una película insólita rodada en un llamativo cinemascope en blanco y negro.