Eran veintiocho vecinos de Alcaudete de la Jara. Apenas hacía veinticuatro días del final de la guerra civil, el 25 de abril de 1939. Sin ningún delito, por el solo hecho de ser de izquierdas, les sacaron de sus casas, les montaron en un camión y les fusilaron en un trinchera de una loma. Allí quedaron, cuerpos sobre cuerpos que luego cubrieron con tierra. Dicen que fue el capitán de la guardia civil quien dio la orden.
Ahora les han recuperado, después de un proceso largo y doloroso, y les han enterrado en el cementerio del pueblo. El hijo del guardia civil que dio la orden criminal ha ayudado a recuperar los cadáveres. Lo que le honra. Eso es reconciliación y no lo que muchos quieren tapar con una transición fallida y una ley corta y timorata.
Dicen que fue un acto memorable. Doscientos asistentes --que leyeron poesías, que evocaron recuerdos de esos mártires y que recordaron el nombre de los injustamente ajusticiados-- asistieron emocionados al entierro de estos hombres, con setenta y un años de retraso, pero satisfechos por haber cumplido con su deber. Con ese deber que tanto le cuesta cumplir a este Estado. Desde ahora los familiares y amigos podrán llevar flores a su gente. Con retraso, con dificultad, pero lo consiguieron .
Hoy Alcaudete de la Jara puede dormir en paz. Ha cumplido. Y como uno de los organizadores gritó al cerrar el acto:
“Habladle a los hijos y nietos de los 28 de la Pradera. Que no se olviden"
Sólo el afán de asociaciones de la memoria y de los familiares está consiguiendo enterrar a algunos de los cadáveres que yacen en las cunetas. Hoy, setenta y un años después, todavía el Estado no ha solucionado este problema y la mayoría de los jueces son incapaces de responder con una mínima sensibilidad a los casos que les presentan.
Hay algo que no podrán impedir, y es que la espita de la reivindicación por su dignidad se ha abierto. Que los familiares y mucha más gente no cejaremos en el intento y que lo que hoy ha sido posible con los 28 de La Pradera, se conseguirá con esos miles de cadáveres indignamente asesinados y todavía sin honrar ni enterrar.
Porque somos muchos los que queremos mantener vivo el deseo de Julia Conesa –una de las Trece Rosas asesinadas, hace 71 años—, cuando dijo al final de una carta a su madre, escrita horas antes de morir, asesinada:
Que mi nombre no se borre en la historia
Salud y República
P.D. Foto de Luis Sevillano en El País