El mendigo estaba sentado en un banco delante del I.E.S. Pérez Galdós. Vestía un sucio y raído pantalón vaquero, un jersey verde de lana y un sobretodo de color indefinido, por la mugre acumulada. Se tocaba con un agujereado gorro de lana negro o ennegrecido por la suciedad acumulada. Calzaba unos mocasines negros, curiosamente bien lustrados, lo que parecía indicar que acababa de obtenerlos y no había tenido aun tiempo de darles su sello. Empuñaba con fuerza una botella de vidrio verde sin etiquetar en la que quedaban no más de cuatro dedos de vino tinto y la cual se llevaba cadenciosamente a los labios. Saludaba a los transeúntes que pasaban cerca del banco con un: – Buenas tardes señora – si se trataba de una mujer, y con un: – Adiós amigo – si el transeúnte era un varón. No añadía nada más, no pedía nada, lo cual me hace recapacitar y cambiarle el título de mendigo con el que empiezo su descripción por el, quizás más propio, de menesteroso.
No les revelaré como supe la historia que les voy narrar a continuación, sólo les aseguro que es cierta. Tan cierta como que una rana se puede convertir en príncipe con sólo un beso, eso sí, un beso de una princesa, o que Remedios la Bella ascendió a los cielos con ayuda de una sábana, y sé que García Márquez no me dejará mentir.
La historia comienza un día cualquiera de un mes de junio cualquiera. La hora, esa hora imprecisa en que al saludar a alguien no sabemos si decir buenas tardes o buenas noches.
- Disculpe la interrupción, pero hay una teoría semántica o etimológica, que sugiere que a partir de las ocho ya es de noche, y por tanto se debe saludar con un: buenas noches, con independencia de la luz natural.
- Vamos a ver, vamos a ver. Que se me cuele usted en los retratos que intento hacer, pase, pero esto no tiene nada que ver con los retratos. Estoy intentando escribir un cuento y no viene a ídem su intervención. Pero como me temo que de todas formas me voy a tener que tragar su teoría semántica o etimológica, adelante con los faroles.
- Pues bien, como le decía, esta teoría viene a decir que la similitud de las dos palabras, ocho y noche, hace que se pueda determinar como las ocho post meridiem, la hora en la que empieza la noche. En otros idiomas se da parecida similitud entre los dos vocablos, así en inglés tenemos: eight y night, en francés huit y nuit; en portugués: oito y noite; en alemán: acht y nacht. Y le ahorro a usted seguir con los ejemplos. Ahí le dejo la información para lo que pueda servirle.
- Pues, nada. Muchas gracias por la curiosidad idiomática y le ruego se abstenga de cualquier otra intervención en este cuento.
- Eso, usted bien sabe que no depende de nosotros. Hay otras instancias superiores que marcan el devenir de las cosas.
Bueno, seguiremos con la historia otro día. Hoy, con la intervención del espontáneo, ya se ha cubierto con creces el tamaño de estas entradas.
Continuara…