Revista Opinión

Los viejos amigos (quinta entrega)

Publicado el 15 junio 2011 por Miguelmerino

Los viejos amigos (quinta entrega)  Ustedes van a disculpar de nuevo la interrupción. Sí, soy el espontáneo. Ya sé que me tachan de tocahuevos y cosas peores, pero es que no me puedo callar. Yo también he hecho mi investigación y he encontrado el siguiente romance de ciego, que a lo mejor vierte algo de luz sobre este cuento. 

En definitiva, resulta que este narrador no es más que un plagiario, pero la mentira tiene las patas muy cortas y se coge antes a un mentiroso que a un cojo.

 - Mire a ver si puede poner algúna frase hecha más, buen hombre.

-¡Hombre! Mira por donde ahora es usted el que se convierte en espontáneo. El mundo al revés o los pájaros contra las escopetas, que diría aquel.

Pero sigamos con lo que les estaba contando. A continuación pueden leer el romance de ciego que se recita de aldea en aldea y de caserío en caserío, desde los tiempos de Maricastaña, que debe ser una señora que vivió hace mucho, pero que mucho tiempo.

Hombres, mujeres y niños,
mendigos y caballeros,
paisanos y militares,
carcamales y mancebos.
 
El que ya no peina canas
porque se quedó sin pelo,
y el que el tupé se compone
con bandolina y ungüento…
 
Voy a contar una historia
que puede parecer nimia,
mas si la siguen con gusto,
verán que tiene su miga.
 
Se trata de un pordiosero
que dormitaba en un banco,
con su botella de vino,
siempre tinto, nunca blanco.
 
Un día se le acercó
un lechuguino adornado
que creyó reconocerlo
Entre brumas del pasado.
 
Negóselo el pordiosero,
se lo negó con tesón,
se lo negó veinte veces,
¡coño, que se cabreó!
 
Al lechuguino, asustado,
la congoja le subió
a la altura de la nuez,
vamos, que se acojonó.
 
Y le propuso al mendigo
conversarse un buen Rioja,
Para ver si con el vino
le bajaba la congoja.
 
Con semejante propuesta,
el pordiosero allanó,
y a disfrutar de un buen vino
se dispuso con fervor.
 
El lechuguino entusiasta,
al ver tal disposición,
llenó hasta arriba las copas
e inició conversación.
 
Que si Cela, si Delibes,
que si el modernismo o no,
que si novela, si cuento,
que si Baroja, Galdós.
 
No se ponían de acuerdo,
la botella se acabó,
con tristeza el lechugino
al mendigo dijo adiós,
 
no sin antes prometerse,
que buscarían la ocasión
de charlar otra botella,
pero esta vez, con jamón.
 
Y aquí se acaba el romance
que en el pliego escrito está,
sólo dos céntimos cuesta
a quien lo quiera llevar.

 


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