Siempre dice que levantarse cuando tienes un motivación es mucho más llevadera, y de eso nosotros hicimos bastante caso para empezar un día como el que teníamos preparado.
El viaje a Marruecos, por si no lo sabía, nació como una pequeña ilusión entre mi hermana y yo, un pequeño sueño que siempre habíamos querido cumplir y, como no, una vez más el mundo permitía comernos el mundo juntos.
La empresa elegida para llevar a cabo esta aventura fue Viaje en Marruecos, elegida porque, entre todas las críticas y valoraciones que había leído, esta era la que mejor resultado había proyectado en mi mente.
Día 3
Sobre las 8h de la mañana empezaba la aventura, justo a esa hora habíamos quedado con Moha para que nos recogiese en pleno centro de la ciudad.
Últimamente nadie, pero absolutamente nadie, dudo que me pueda ganar como Bon Vivant en esta vida. He aprendido a valorar pequeños detalles, entender grandes verdades y disfrutar de aquello que pocos saben.
Montado en un mini-bus salimos del ajetreado centro de Marrakech. Dejábamos atrás las prisas, el barullo, el caos hecho en ciudad para conocer la parte desconocida del ojo del turista en muchas ocasiones, el Marruecos real.
A las faldas del Atlas entablamos las primeras conversaciones con nuestro guía y el pequeño grupo que nos iba a acompañar durante estos tres días de aventura por Marruecos. Todos teníamos una única gran motivación en común: comernos el mundo.
Exactamente a 2.260m de altura, la geografía de Marruecos nos ofrecía una de sus maravillas más conocidas, pero no tanto visitas, su pico más alto, el Tizi.
Para viajar por Marruecos y conseguir grandes fotografías no es preciso ni tener la mejor cámara, ni poseer el mejor de los cuerpos. Es un escenario que brilla por si solo, acompaña a la mejor de las sesiones de fotos.
La distancia entre Marrakech y el desierto de Merzouga, nuestra parada final, era de un total de 500 km, así que en el tour íbamos aprovechando los puntos cercanos para hacer más ameno un viaje como el que teníamos ante nosotros.
Tras esto, la siguiente parada tenía que ser un lugar que nos dejase con la boca abierta y ese, sin duda alguna, no podía ser otro que la Kasbah de Ait Benhaddou ¿Te suena?
Probablemente no, pero si te digo películas como Ali Baba y los cuarenta ladrones, La joya del Nilo, Asterix, Indiano Jones o Juego de Tronos probablemente su cerebro haya creado alguna que otra conexión que te traiga a un escenario como este.
Si pasear entre sus estrechas calles era una delicia para la vista, comer con vistas a toda la muralla de la ciudad todavía lo era más. Tras comer, nos atamos los zapatos bien atados y recorrimos los entresijos de uno de los pueblos declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1987.
Otra vez, el tiempo seguía pisándonos los talones y nuestra llegada al desierto tenía que hacerse realidad.
Volvimos a montarnos a nuestro mini-bus y fue a partir de entonces, cuando la relación del grupo empezó a surgir. Si hay algo bonito de estos viajes es la suerte de conocer a gente de todas partes del mundo como Bogotá, Coimbra, Lisboa…
Nuestra noche de hoy tenía como escenario El Valle del Dades, exactamente en el hotel Le Chateau de Dades.
Día 4
Levantarse en medio de la naturaleza con el sonido del agua del rió, los pájaros cantando y la naturaleza despertando, era una sensación que hacía mucho tiempo no había disfrutado. Probablemente vivía inmerso en el apabullante ajetreo de los destinos de los últimos meses.
Con el estómago lleno, volvimos a montarnos a nuestro mini-bus. La cena de la noche anterior había servido para conocernos, para ir más allá en las relaciones de todos y cada uno de nosotros. La relación de grupo empezaba a crear algo mágico.
Tras admirar la belleza de una estampa tan increíble como la que crea el camino Del Valle del Dades, volvimos a parar unos cuantos kilómetros más tarde en las Gargantas del Toldra.
Sinceramente, yo ya no sé si por el ansia de querer llegar al desierto o qué se yo, pero esta parada me pareció bastante innecesaria. Volvíamos a estar en un paraje natural, no tan excepcional como los que habíamos visto antes, y, como no, rodeado de cientos de personas intentando venderte alguna cosa.
Sobre las 16:30h, al fin, llegamos a nuestro albergue, mejor dicho, al albergue de nuestras maletas. Dejar todo el equipaje en una habitación alejada de la arena del desierto era la opción más adecuada si queríamos disfrutar de nuestra aventura en el desierto.
Bolsa de mano preparada, pañuelos en la cabeza, fotos hechas, había llegado el momento de adentrarse en el desierto subidos a un dromedario.
Maravillas en el mundo hay muchas. Eso lo sabes tú, lo sé yo y lo sabe cualquier persona que en este mundo habite.
Soy una persona escrupulosa, excesivamente maniática e intento tener muchas veces las cosas bajo control, pero desde que llegué a Marruecos sabía que todos estos aspectos que caracterizaban a mi yo occidental tenían que quedarse de lado. Una experiencia como esta no podía disfrutarse al máximo si no dejaba eso en casa.
Mirar a la izquierda, mirar a la derecha, mirar hacia delante, mirar hacia detrás y verlo todo cubierto de arena creo que ha sido una de las sensaciones que difícilmente pueda olvidar alguna vez en mi vida. Eso, más la paz que se respiraba, la naturaleza bajo tus pies, Argelia a menos de 60 km, hicieron de la experiencia algo que nunca, nunca, nunca se podrá borrar de mi retina.
Ver caer el sol entre las dunas fue mágico, al igual que verle darnos los buenos días al día siguiente.
Llegó el momento de conocer a los beréberes, conocer su vida, su manera de entenderlo todo.
Es verdad que atracciones como estas están hechas única y exclusivamente para los turistas, pero es algo que queramos o no, choca con nuestra visión occidental de la vida.
Repartimos las habitaciones, cenamos y bailamos y cantamos hasta que la luz de la hoguera decidió poner punto y final a una de las veladas más bonitas jamás vividas en un viaje.
Día 5
Al día siguiente, todos habíamos quedado a las 6h para saludar a Lorenzo desde una de las impresionantes dunas que el desierto de Merzouga había puesto ante nosotros.
Tras esto, desayunamos y, montados a camello, nos despedimos de los beréberes y pusimos rumbo al albergue para coger nuestro equipaje. Tocaba la parte más dura de la aventura: 10h de coche hasta Marrakech, nuestro punto de salida.
Habían sido tres días agotadores, por eso gran parte de nuestro viaje lo pasamos con los párpados cerrados hasta que, al fin, sobre las 20:30h, nuestros zapatos volvían a pisar el suelo de Marruecos.
Feliz día
Vicent Bañuls
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