Fuera tópicos. No vamos a renegar de las gafas de pasta, las frondosas barbas y patillas, u otra clase de excentricidades varias que allí se vieron. Y es que, por encima de todo, primó la heterogeneidad de un público que dejaba de lado las diferencias de edad y estilos para disfrutar del último trabajo de los catalanes, La noche eterna. Los días no vividos. Primer encuentro de la ciudad con esta nueva edición de ‘El festival más largo del mundo’. Una cita marcada por la despedida temprana de Natalia, parte histórica de Valladolindie; que se saldó con dos horas y media de música y positivismo ante el aforo completo de la Cúpula del Milenio.
Fotografía: Jesús Díez
“Prevenidos”, avisaba uno de los técnicos. Las columnas de intensidad pasional se colaban en la tenuidad de los primeros compases de ‘La noche eterna’. Un ejercicio de profundidad vocal y estética que rompió su fragilidad en un éxtasis de destellos luminosos, y casi epilépticos, sobre el escenario para recibir ‘El hambre invisible’. La tensión en la puntería de las líneas corales chocaba con la firmeza de un público que, si al principio había permanecido expectante, entraba en calor con los primeros acordes de este segundo corte. La complicidad entre grupo y asistentes aumentaba con una ‘Belice’ de aire folk donde los últimos completaban frases a petición de Santi Balmés; también con los que no pudieron estar, dedicatoria mediante, en ‘Los seres únicos’.
La melodía pop de guitarras abiertas llegaba con ‘Noches reversibles’. Una primera incursión en sus anteriores trabajos, que completaron con ‘Domingo astromántico’. Estas estructuras uniformes se quebraron con el escapismo de ‘Wio, antenas y pijamas’. Espacios experimentales, objetos escurridizos y golpes de crudeza -temporales- en sus guitarras, para regresar a la misma fórmula con ‘Si salimos de esta’ y ‘La niña imantada’.
Fotografía: Jesús Díez
Un túnel de efectos silenciaba y se apoderaba de la atenta mirada del espectador para trasladarlo catorce años atrás, a ‘1999’. Tras el reencuentro, al que se sumaron Jeanette y José Luis Perales preguntándose “¿Por qué te vas?”, la máquina decidía pararse diez años más allá. El impulso contenía su rabia en ‘2009. Voy a romper las ventanas’. Del ritmo, a la batería de Oriol Bonet, acelerado, a la paciencia en manos de Daniel Ferrer con sus teclados en una sola pieza. No podía ser de otra manera, y en este cruce de fechas, la parada era obligatoria en ‘Allí donde solíamos gritar’. Seguro, la mejor composición de la banda hasta la fecha. Arrancada desde la intimidad y la pausa de unos pocos instrumentos, desataba toda su grandiosidad con la banda al completo. Jadeantes, envueltos en gritos y aplausos, agradecidos, emocionaban unos Love of Lesbian que tomaban los camerinos tras interpretar ‘Las malas lenguas’ y ‘Nadie por las calles’.
La incertidumbre ante esta inesperada salida de la banda no tardó en desatar las protestas del público. Parece mentira que no conozcan ya toda la parafernalia de esta y todas las formaciones ante la expectación generada por los bises. Ahí estaban, de nuevo, reconociendo ser del ‘Club de fans de John Boy’. Iluminados, por poco tiempo, ante la también inesperada aparición de los problemas técnicos. Que pese al generalizado enfado y la impaciencia de un público que fue compensado con una íntima y dulce ‘Mi primera combustión’. Solventadas las dificultades, el auditorio de desquitaba con Ezequiel. Mal momento debió pasar el muchacho, señalado y abucheado, frente a la mesa de iluminación. El universo felino decidió, entonces, hacer su aparición. Sonaban ‘Pizzigatos’ y ‘Miau’. Enloquecía la formación en esta esfera con espacio para las letras más surrealistas. Los ritmos bailables y de esencia funk permitían a Joan Ramon dejar su bajo en buenas manos e invadir el escenario con ataques de baile cavernícolas. Le seguían los saltos y gritos de todo el público.
Fotografía: Jesús Díez
La veda se había abierta y era el tiempo para el humor más contagioso y encantador. A veces, imposible tomarles en serio. El rock and roll más clásico encontró su pista de baile en ‘Me amo’. Por aquellos momentos, la Cúpula ya se había convertido en un gran testículo, todos éramos espermatozoides y se estaba llegando al final de una fiesta que llevaría a uno de los asistentes a ser un puto campeón o campeona. Y así seguiría siendo, según declaraciones de Balmés, para toda la noche. ‘Si tú me dices Ben, yo digo Affleck’ reinstauró las bases electrónicas, precediendo a la psicotrópica ‘Algunas plantas’. El hijo bastardo de Willy Wonka -así se autoproclamó Balmes- tiró de fecha y oportunidad concedida por unos pocos asistentes, que acudieron a la cita cubiertos por un tricornio, para mandar a todos al suelo. Un último test para la energía inagotable de los alienígenas pucelanos, insaciables tras escuchar ‘Los toros en la Wii’, a lo que respondieron, efusivamente, “fantástico”.
Fotografía: Jesús Díez
La insistencia del público, venido a más en su energía, hacía pensar que el grupo se vería obligado a regresar a las tablas. Ya habían dejado suficientemente claras las claves de su éxito: largos paisajes instrumentales con relevantes espacios para teclados y secciones de cuerda arpegiada, sintetizadores, dinámicas rotas por líneas de batería con mucha pegada y una voz muy mejorada -no sus movimientos de baile- en afinación que en Santi Balmés suena casi a grito. Así enfilaban el contenido final de unos cartuchos que pulieron con ‘Los días no vividos’, una siempre emotiva y participativa ‘Incendios de nieve’ y, en forma de despedida y último mensaje de esperanza, ‘Oniria e insomnia’. No faltó detalle.
Fotografía: Jesús Díez
Javier Luna Roldán
Estudiante de Periodismo en la Universidad de Valladolid. Amante de la música. De vez en cuando, me dejan caer por aquí.
Blog - Más publicaciones