Cada vez que le platico a Beto, mi esposo, que regañé a Luca, se muere de risa.
―Sí, seguro… ese niño manda en esta casa. Literalmente, hace lo que quiere. Admítelo, no tienes el corazón para regañarlo.
Así de ridícula como suena esta afirmación, debo admitir que tiene un “algo” de verdad.
Por supuesto que Luca no es el que manda en esta casa. Por supuesto que hace lo que quiere, pero por supuesto que sus acciones negativas siempre tienen una consecuencia. Poco a poco comienza a dejar de hacer lo que quiere y empieza a hacer lo que debe… como todo niño de 2 años.
Sin embargo, la parte en la que sí me pongo el saco es la de “no tienes el corazón para regañarlo”. Realmente no es eso, cuando me enojo… me enojo y le toca regaño. Pero entonces, cruza sus bracitos, baja la cabeza, frunce el ceño, saca el puchero y dice: “ohhhh”. Y ahí sí, me mata de ternura y el escuincle lo sabe. Requiere un esfuerzo sobrehumano de mi parte intentar esconder la sonrisa y me resulta literalmente imposible mantener mi tono de voz con el mismo grado de firmeza.
En ese momento, lo único que quiero hacer es agarrarlo a besos. Pero que conste que no lo hago. Sin embargo, los niños no son nada burros. Por más que intento mantener mi actuación de enojo, Luca percibe que me ha derretido el corazón. Como dije, no son nada burros. Y de aquí es de donde mi esposo saca que “ese niño es un consentido”.
Definitivamente, no es mi consentido. Pero sí es el que más consiento. ¿Por qué? Porque es mi bebé. Ya, lo dije.
Porque a Pablo lo tuve que dejar de cargar para subir las escaleras porque tenía que cargar a Pía. Porque Pía tuvo que aprender a comer solita con la cuchara porque yo le tenía que dar de comer a Luca. A Luca lo cargo y le ayudo a comer porque es “mi bebé”.
Además, admito que con Luca soy un poco más permisiva. Pero no es porque lo quiera más que a los otros dos. Simplemente, ya me agarró un poco más cansada. En momentos en los que me estoy volviendo loca con las actividades y tareas de sus hermanos mayores, Luca puede estar haciendo lo que quiera y si no es nada grave, la verdad, me hago de la vista gorda. ¿Por qué? Porque si no, pierdo la cabeza.
Y pues sí, Luca la tiene “más fácil” que los otros dos. Ya sabes, no por nada, los chiquitos siempre dicen que se vieron beneficiados por sus hermanos mayores, quienes les fueron “abriendo camino”.
Sin embargo, tampoco creo que haya sido el más suertudo de los tres. Definitivamente, ser el tercer hijo tiene sus ventajas, pero también existe la otra parte. A Pablo le tocó toda la atención y los cuidados extremos de una madre primeriza durante dos años. Pía también estuvo muy consentida. Todavía le tocó clases de estimulación temprana, largos baños en tina y un cuento antes de dormir cada noche. A Luca le tocan regaderazos de volada y un cuento comunitario elegido por votación… y si no le interesa la evolución de los dinosaurios, puede irse a la cama sin escuchar el cuento. Así que perdón si este niño vive un poco más de anarquía y rebelión… sí, se lo ha ganado, pero también, es lo que le tocó.
Ahora, si me lo permiten, aquí los dejo porque “mi bebé” me está grafitiando la pared. Sí, otra vez.
¡Lucanoooó!