Una de las noches más deliciosas es esa en la que las palabras se amontonan en lo inconsciente, cuando la consciencia baja la guardia, y de ellas aparecen sueños formados, que si de soles que aparecen en la noche, o de lunas que bajan a la tierra y puedes pasear por ellas. La noche es tiempo de descanso, de somnolencia, cuando los párpados caen y la vigilia se cierra con intermitencia. Pero es también tiempo de sedimentación, de generación, y de luz que no se puede clausurar. Así de clarividente era Victoria Cirlot en una entrevista que le hice sobre el asunto, publicada íntegramente la Revista Ábaco Nº 108/109, y que ahora ocuparán mis clases de Psicología:
P. Hablemos ahora de otro de los grandes misterios: los sueños. La luz del sueño es de una intensidad diferente a la luz de la vigilia. Es, además, una luz que no podemos apagar. Si la luz de la razón aporta inteligibilidad, ¿qué aporta la luz del sueño?
R. Estupenda la metáfora de la luz para entender lo que es el conocimiento. Siempre ha habido, y hay, conflicto de luces. Me vuelvo a referir al mito del grial. Cuando Chrétien de Troyes imaginó a su protagonista, Perceval, delante del cortejo del grial, lo sometió a un conflicto de luces: por un lado, los candelabros con las velas que iluminaban con gran intensidad la sala, pero por otro, el grial, que cuando apareció sostenido por una doncella hizo palidecer la luz de las velas, tanta era la claridad que arrojaba. Una luz natural se opone aquí a una luz sobrenatural. También existe una luz de la razón que puede oponerse a la luz del sueño, el reino en que la razón está suspendida. Para responder a su pregunta, diría que la luz del sueño también aporta conocimiento, como la de la razón, pero se trata de un conocimiento diferente, que tiene que ver con el sentimiento y las emociones.
P. Del sueño podría aplicarse aquello que dijo Epicuro de nuestra relación con la muerte: Mientras el sueño está presente yo no soy, y cuando yo estoy presente el sueño no es. Sin embargo, como la realidad de la muerte, el sueño nos afecta, nos incumbe, hasta el punto de llegar a elaborar todo tipo de filosofías sobre él, o utilizarlo como fuente de conocimiento –por ejemplo, en la técnica psicoanalítica-. ¿Cómo explica el hecho paradójico de que el sueño no vaya con nosotros y, al mismo tiempo, que nos afecte hasta el punto de querer asimilarlo a nuestras vidas?
R. Habría que añadir que cuando yo estoy presente el sueño no es, "pero lo recuerdo". Quiero decir que aunque en realidad no soy “yo” quien sueña, sino el sueño quien me sueña a mí (como se dice en lengua alemana), queda la memoria. La vida onírica puede dejar en muchas ocasiones una profunda huella en la vida de vigilia, y no resulta extremadamente difícil lanzar los puentes entre una vida y otra. Integrar la vida onírica en la vida de vigilia ensancha la realidad. En la vida onírica vemos otros mundos, todos los elementos de la llamada realidad son combinados de otra forma (como en un collage) y, sobre todo, sentimos de otra manera, a veces con una intensidad desconocida en la vida diurna. Mi padre, Juan Eduardo Cirlot, le confesaba a André Breton en una carta que en los sueños amaba de un modo mucho más intenso que en la vida real. Pero quizás lo más interesante de todo sea adoptar la mirada onírica en la vida despierta, esa que, como decíamos antes con Louis Aragon, tiñe el mundo de color salmón. Giorgio de Chirico llamó ‘metafísica’ a esa mirada que ve la realidad, incluso la más banal, envuelta en el misterio.