Revista Arquitectura
Para quien pueda leer este blog desde otras partes del mundo es posible que pudiera pensar que París es un buen lugar para vivir y también para morir. Y yo, básicamente, estoy de acuerdo. Sobre todo después de haber visitado el cementerio de Montmartre. Por cierto, espero que la de ayer no sea la última vez que repose bajo sus árboles pues me da a mí la sensación que suele haber lectura de poemas y épicas fiestas bajo sus lunas. La condición, claro está, es ser propietario, o al menos usufructuario, de una de sus parcelas.
También pudiera pensar gran parte de la mayoría que París es una ciudad cara, pero la verdad es que depende. Llegué aquí el pasado sábado con mis últimos 250 euros y aún me quedan gran parte de ellos. A saber, un café au lait por la mañana con un magnifico croissant cuesta en la Brioche Dorée 2’90 euros. Si aprovechas para comprar un diario francés, 1’50 euros más, pero merece la pena empezar el día con buenas sensaciones. A medio día no suelo comer, quizá algo de fruta y mucho líquido. Alrededor de 5 euros. Por la noche un paseo nocturno a lo largo de la rivera del Sena. Eso sí, unas veces la gauche y otras la droite. Y antes un poco de carne, aunque normalmente forme parte de un escasamente deslumbrante menú Big Mac, tamaño normal, con Coke Light y Pommes Frites, 5’95 euros, pues ya habrá tiempo de volver a cenar en Maxim’s. Por cierto, ayer pasé por la puerta y aunque estaba vestido convenientemente, 14 juillet, preferí seguir con mi régimen. Yo, en cualquier caso, prefiero el recuerdo de haber cenado junto a la mujer que amo en le restaurant La Procope, fundé 1686, le plus ancien café du monde.
Duermo en un apartamento en cierto modo prestado que a fecha de hoy no tiene gas ni electricidad, pero no me importa. Las vistas a Notre Damme y el Hôtel de Ville son magníficas y por la noche, elevándome un poquito sobre los dedos de mis pies, veo la punta iluminada de la Tour Eiffel. Todavía puedo leer un poco antes de dormir pues las luces del BHV de la rue Rivoli entran mágicas en mi habitación por la noche. Por las mañanas saludo a Viollet-le-Duc, que me suele mirar medio enfadado desde la hornacina en que le colocaron, de espaldas a su querida catedral. No han debido de gustarle mis últimas intervenciones, alejadas como están de su estilistico estilo. ¡Ya se le pasará! Nuevos tiempos, Eugène.
La ducha fría no es tan romántica, pero no todo va a ser fácil en el examen de bohemia. En cualquier caso, una vez que estas dentro del chorro ya solo queda chillar y despertar completamente. Una manera instantánea de soltar a Morfeo.
Tengo mi oficina en la rue de Roule, en frente del futuro colegio de mis hijos, en le 3ème étage del Centro George Pompidou, normalmente junto a la sección de langues et littératures. La mesa es fantástica, funcional, color gris claro. La silla no está mal, a veces roja, a veces negra. Mi conexión a internet es la correspondiente al visitante 48865. A mi alrededor hay hoy un aparente doctor que debe ser árabe (lo intuyo por el dictionnaire bilingüe árabe – français que consulta permanente), un estudiante de ruso que de vez en cuando da un beso a una hermosa y jovencísima rubia que también estudia a su derecha, una mujer afrofrancesa que acaba de conectar su ordenador y un tipo blanco y delgado más viejo y calvo que yo. Por cierto, se acaba de marchar la pareja de estudiantes de ruso. ¡Qué bonito es el amor!
Aprovecho mi puesto de trabajo en el Pompidou para cargar la batería de mi portátil y también de mi celular, pero si no me acuerdo o necesito una recarga de urgencia lo hago en un enchufe de la escalera del edificio donde vivo. Normalmente en el mismo que utiliza una vez a la semana, la femme de ménage cuando pasa su aspiradora. Para que no me quiten el móvil introduzco el cable por debajo de la puerta de entrada chez moi y él se va cargando aprovechando la luz temporizada e intermitente de la comunidad. Cuando la luz se apaga, el móvil descansa, cuando alguien vuelve a entrar o salir, el móvil despierta y se vuelve a recargar. En exactas fracciones de 15 minutos.
Hace unos minutos, como estaba cansado y medio adormilado, me he dado una vuelta por la sección de diccionarios y acabo de descubrir, no con total casualidad, que bohemio es sinónimo de gitano. Quizá porque en aquella región de la república checa hubo un tiempo en que los gitanos, o eran muchos, o eran mayoría. Vaya usted a saber. El caso es que mira tú por donde a mí me sirve hoy esta circunstancia para relataros, a pesar de la nostalgia por no tener a mi mujer y a mis hijos junto a mí, una de las etapas más míseras y, sin embargo, más felices de mi vida.
Me siento bien en París. Lo sentí allá por 1981, cuando vine por primera vez a esta ciudad y me siento rejuvenecer cada vez que vuelvo. Ayer, por ejemplo, me sorprendí cantando y bailando bajo la noche. Un matrimonio se alejó de mí, como huyen de los locos y un flic medio sonriente, por eso de cuidar las apariencias, me pidió la documentación, pero yo, como ahora soy gitano, no se la di. Viendo que mi francés es casi inexistente, sobre todo cuando quiero, me dejó marchar.
Eso sí, muy educadamente, me deseo bonne soirée.
Al fin y al cabo, todos estábamos ayer celebrando la fête nationale de la douce France.
Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.com/