Todo apuntó desde el principio a que aquella iba a ser lucha épica: el hombre contra el animal, un encuentro entre dos naturalezas: la humana, racional, lógica, de bloqueo de sentimientos encontrados como pago por la estrategia; la animal, instintiva, el deseo único de la supervivencia por encima de todo, a precio de todo, irracional en su simple ser bestia.
Apenas había comenzado la noche, el animal salió del escondite que había elegido durante las largas y calurosas horas de luz veraniega y, amparándose en la oscuridad, comenzó su ronda, buscando alimento, programado para la lucha por el sustento de un día más. No sabía entonces el hombre que aquello no había hecho más que empezar, pues el animal hizo un primer vuelo de reconocimiento -bzzzzzsssi-, casi rozando el límite del hombro húmedo de sudor del hombre, que se estremeció liberando los primeros sueños de la madrugada.
Reconocido el terreno, el animal se lanzó en un segundo vuelo, directo al olor de la sangre caliente que se arremolinaba sobre la sábana arrugada. Cogió apenas impulso, en su frenesí por alimentarse, arrojándose a tumba abierta sobre aquellos embriagadores efluvios del hombre -bzzzzzsssssiii... Él, humano, racional, lógico, más allá del puro sentimiento, abandonando el sueño por la premura del ataque del animal, ruge y sacude vigorosamente la sábana, saca hombro -húmedo aún-, brazo, muñeca y gesticula a la nada de la habitación.
- ¡De dónde sale este mosquito!