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-AVISO SPOILERS-
Hay dos formas de ver una película como Lucy. La primera es pensando que es rematadamente mala, y que Luc Besson ha decidido darse un capricho sin romperse demasiado la cabeza. Hay tanta pereza en la película para contarnos su argumento, que prefieren explicárnoslo todo en la frase más larga que he visto nunca en un cartel promocional: "Una persona normal utiliza el 10% de su capacidad cerebral. Ella está a punto de alcanzar el 100%". Esto para que entremos en la sala de cine sabiendo de qué va la cosa. El origen de los poderes de Lucy es de superhéroe: una droga experimental ingerida por accidente le otorga habilidades sobrehumanas. No se dan más explicaciones. Tampoco hacen falta. Vale. Pero donde el director y guionista francés se muestra perezoso es a la hora de explicarnos lo que pasaría si alguien pudiese utilizar todo el potencial de su mente. Porque en lugar de dramatizar esa información dentro de la historia y que Lucy vaya descubriendo poco a poco -mediante acciones visuales- lo que puede hacer, Besson decide pasarnos todos esos datos a través de Morgan Freeman, que interpreta a un investigador, el profesor Norman, que directamente nos da una clase sobre el tema. De pie. Ante un auditorio. Apoyándose en unas imágenes -muy bonitas- que Besson cuela de la manera menos creativa posible: si Freeman dice "estrellas", vemos imágenes de estrellas. Lo peor del asunto es que la relación del personaje de Freeman con la trama principal acaba siendo más bien tangencial. Es decir, sólo está ahí para explicarnos de qué va la cosa. Lo que no quita que Freeman sea capaz de transmitir humanidad sin importar lo soso que sea el personaje que le ha tocado interpretar.
Pero hay otra forma de ver Lucy. Porque una vez que has pagado tu entrada, y te has sentado en la butaca... tampoco tiene mucho sentido ponerse a maldecir. Y lo que a la película le falta en trabajo de guión, le sobra en imaginación. Los poderes de Lucy acaban siendo muy locos, y Luc Besson se deja llevar de una manera muy libre por todos los registros posibles, recordando primero su propio cine -Nikita (1990) o las persecuciones locas de la serie Taxi Express (1998)- para luego dejar que los efectos especiales dominen, otorgándole a Lucy superpoderes y así continuar en plan 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968) para acabar con una regresión en el tiempo que recuerda a la de El árbol de la vida (Terrence Malik, 2011). Porque Lucy es también el primer ser humano de la historia, y con ella se encuentra la Lucy que interpreta Scarlett Johansson, en un momento que recuerda a Viaje alucinante al fondo de la mente (Ken Russell, 1980) una película que en parte se ocupa del mismo tema, pero de una forma más seria, más solvente. Lo más bonito de la película, es que proclama que el sentido real de la existencia es el tiempo y el cine es el arte que captura el tiempo.
Sobre el final, decir la tontería de que si la esencia de Lucy -Scarlett Johansson- acaba en una memoria USB, no es difícil imaginar que esa información luego da pie al sistema operativo que enamora a Joaquin Phoenix en Her (Spike Jonze, 2013). Pero es una chorrada, no me hagáis caso, es sólo para que os paséis a leer la ¿crítica? de esa película pinchando aquí.