Revista Cultura y Ocio

Luis de Requesens: un general catalán al servicio de Felipe II

Por Manu Perez @revistadehisto
Tiempo de lectura: 7 minutos

Luis de Requesens y Zúñiga, debía haberse llamado  en realidad Luis de Zúñiga y Requesens, pero  la mayor importancia de la familia materna, que pertenecía  a la Casa de Cardona, hizo que el apellido de su madre se antepusiera al paterno.

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Nació en el Palacio Real Menor de los Reyes de Aragón de Barcelona, construido sobre una antigua fortaleza templaría adosada a la  muralla romana. Aquella fortaleza se había edificado gracias al apoyo que  Jaime I de Aragón mostró a la Orden del Temple, que le había educado y protegido. Aquel inmenso palacio fue derruido en el siglo XIX  y sólo sobrevive  hoy en día su hermosa capilla.

Luis de Requesens: un general catalán al servicio de Felipe II

Fue un niño enfermizo y  sufrió varios episodios graves en su vida que hicieron temer por su vida. Era de rasgos delicados y de carácter modesto y sencillo, pero siempre tuvo un  genio vivo e irascible  que intentaba dominar sin  mucho éxito. Su ayo en sus más tiernos años fue un discípulo de San Ignacio de Loyola. Con sólo siete años Carlos I le hizo paje de su hijo Felipe y se trasladó a la corte, donde su  marcado acento catalán hacía sonreír al príncipe y a sus amigos.

El príncipe Felipe y Luis se educaron juntos, juntos acudieron a las fiestas y aprendieron las artes de la guerra. Con nueve años el emperador le hizo miembro de la Orden de Santiago y a los dieciocho, a la muerte de su padre, heredó la Encomienda mayor de Castilla. Un año más tarde acompañó a  Felipe en su boda con María de Portugal y también le acompañó en su retiro del Monasterio del Abrojo, cuando la princesa murió. Carlos I, que reconocía en él un soldado valiente e inteligente, se lo llevó con él a Flandes.

Cuando llegaron a Bruselas se organizaron fiestas y torneos, a los que el emperador era muy aficionado. En aquellas justas Felipe quiso medirse con Luis, pero éste era consciente de que era mucho mejor que el príncipe, por lo que, aunque llegaron a desafiarse , no  llegaron a justar, porque Luis levantó la lanza rehuyendo el enfrentamiento. Pero Felipe estaba dispuesto a combatir con él, así que  cambió sus colores con uno de sus cortesanos y con el yelmo bajado le desafió.

Luis, sin saber quién era su oponente, se lanzó contra él y le desmontó a la primera, el príncipe cayó al suelo y no se levantó. Luis se acercó  entonces a ayudarle y se llevó el susto de su vida al ver que su oponente era el príncipe, que tardó unas horas en reponerse. Un día después de este suceso le llegó la noticia de la muerte de su madre, por lo que marchó rápidamente a Barcelona para tratar todos problemas que pudiera tener la herencia y concertar su matrimonio, lo que hizo que se quedara un tiempo en la ciudad.

Pocos días antes de la fiesta en la que pediría la mano de su futura esposa, llegaron a Barcelona el príncipe Felipe acompañado del príncipe Filiberto de Saboya. Naturalmente se alojaron en su palacio. Luis estaba muy orgulloso de que ambos príncipes asistieran como invitados a la fiesta en la  que le concederían la mano de doña Jerónima Gralla, hija del maestro Racional de Barcelona, que tenía como función el control de los tesoreros y sus lugartenientes del condado de Barcelona.

Sea que el  padre de la novia insinuara que prefería otro marido más rico para su hija, sea que hubiera disensiones en cuanto a la dote, el caso fue que el mal genio de Luis le pudo y se enzarzó en una pelea a gritos con su futuro suegro, ante el llanto de su esposa Guiomar, que temía que se rompiera el compromiso.  Jerónima, que también andaba sobrada de genio,  se puso de parte de su padre. El príncipe intentó mediar en el asunto sin conseguirlo, y Luis, ante el asombro de todos los invitados, los dejó plantados y se marchó a la corte ese mismo día. Al día siguiente los príncipes no tuvieron más remedio que dejar Barcelona y partir también. Cuando llegó a la corte, el rey convocó al capítulo de la Orden de Santiago y fue elegido uno de los trece caballeros, a pesar de que tan sólo tenía veintitrés años, eso le consoló de su frustrado matrimonio.

El rey concedió a la Orden de Santiago la concesión de cuatro galeras que los caballeros debían mantener  dispuestas para entrar en combate en el momento oportuno. Luis de Requesens sería su capitán general. Luego, tras encargar que se les diera el dinero necesario para su construcción, el rey partió a Flandes. Pero había pasado un año  y el dinero no llegaba, por lo que Luis marchó a Barcelona, dispuesto a embarcar hacia los Países Bajos para hablar con el rey y se alojó en su palacio: al día siguiente partiría.

Y  hasta allí llegó Jerónima, sola, y convenció a Luis de que se casara con ella ese mismo día, es decir, esa misma noche. Se redactaron a toda prisa los capítulos matrimoniales y la boda se celebró al amanecer, una hora antes de que se embarcara. Fue una decisión  muy valiente por parte de ambos. De parte de Jerónima porque casarse sin el permiso de los padres equivalía a perder la dote. De parte de Luis porque se casaba con una mujer pobre. De todas maneras este asunto se arregló pronto porque Luis, no sin pleitear unos años, heredó una gran fortuna. De unos familiares.

Luis luchó junto al Duque de Alba en Metz y Lorena y una vez acabado el conflicto volvió a Barcelona, donde consumó el matrimonio. Pero la galera de la Orden fue asaltada a su vuelta por el capitán general de la galeras de España y Luis, tras otra violenta discusión con el capitán, dejó el mando de sus galeras porque no se sintió respaldado por el rey.

El rey entonces le mandó como embajador de España ante la Santa Sede, un puesto muy bien pagado y donde mostró grandes dotes de diplomacia: fue el responsable de la elección del nuevo papa Pio V , el impulsor de la Santa Liga contra el Turco. Nuevamente enfermó y tardó unos meses en recuperarse.

Poco después, Felipe II le nombró Capitán General del Mar y  se  embarcó para luchar contra los hermanos  Barbarroja que asolaban las costas de España, pero tuvo que dejar este puesto para acudir a Granada como mentor de Juan de Austria, que estaba llevando la guerra de las Alpujarras. Otra vez tuvo un episodio febril que le mantuvo en cama unos meses. Posiblemente sufría paludismo, una enfermedad muy frecuente en su época.

Cuando se restableció, el rey le mando, junto con Juan de Austria, a luchar contra el Turco, en la batalla de Lepanto. Aunque toda la flota estaba al mando de Juan, que era el Capitán General del Mar, las órdenes secretas de Felipe facultaba a Luis a tomar la última decisión si pensaba que su hermano se equivocaba debido a su juventud. Luis y Juan llegaron a ser grandes amigos, cosa que no parece que agradara mucho al rey, que era de naturaleza desconfiada y siempre temió verse eclipsado por su joven, bello e inteligente hermanastro. Después de la victoria de Lepanto, el rey le hizo gobernador de Milán y allí disfrutó de una de las etapas más felices  y tranquilas de su vida.

El duque de Alba había llevado una severa campaña de represión en los Países Bajos, pero no había conseguido pacificarlos, por lo que el rey le nombró embajador de aquellas tierras,  confiaba en sus dotes de buen negociador que ya había mostrado ante el papa, para llegar a un acuerdo pacífico con los rebeldes.  Luis se resistía a ir, se vivía muy bien en Milán y los Países Bajos eran un avispero,  lo mismo que antes que él se había resistido  a ir el duque de Alba. Así que se excusó por su mala salud y también porque no sabía ni francés ni flamenco.

Como el rey estaba decidido a  que fuera gobernador de los Países Bajos, recurrió a un chantaje. Luis sólo tenia un hijo al que todos llamaban Juanico y estaba en tratos para casarlo con una rica familia, pero los tratos se demoraban y era el rey el que tenía que dar el visto bueno a aquella boda, así que le dio a elegir: o  marchaba a los Países Bajos o negaba el permiso real para aquella boda. Sin embargo, si se decidía a marchar, la boda se celebraría inmediatamente. Luis de Requesens se sacrificó por su hijo y se marchó. Iba  para negociar la paz, no para combatir, dijo el rey.

Pero  a pesar de que antes de partir ordenó una amnistía general, quitó impuestos y abolió el Consejo de Troubles, sus buenas intenciones chocaron contra un muro de hielo: al final  no tuvo más remedio que enfrentarse a los rebeldes. Tuvo al principio grandes éxitos y los tercios luchaban bravamente a pesar de cobrar tarde, mal y nunca, pero el tesoro real estaba agotado.  Cuando el rey declaró la suspensión de pagos de los intereses de la deuda pública de Castilla, toda la economía se hundió. Los tercios llevaban mas de dos meses sin cobrar, se les adeudaban seis millones de escudos y no se preveía que hubiera dinero para pagarles, así que se amotinaron.

Tampoco Luis cobraba su sueldo, su situación, lo mismo que la de las tropas era angustiosa: no había dinero ni para calentar la casa. Cuando tuvo un nuevo ataque de fiebres, mal atendido y deprimido por las circunstancias,  murió en  su casa de Bruselas. Solo, porque su mujer no quiso acompañarle. Durante dos días estuvo en su habitación el cadáver sobre  en su cama, hasta que se reunió dinero para enterrarlo. Luego su cuerpo se trasladó a Barcelona , donde fue enterrado en la capilla del Palacio Menor. Tenía cuarenta y siete años . Fue sustituido en su cargo  de Gobernador de los Países Bajos por Juan de Austria, que tuvo la misma suerte aciaga que él.

Autor: Níssim de Alonso para revistadehistoria.es

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Bibliografía:

  1. JULIE VERSELE. RAZONES PARA LA ELECCION DE LUIS DE REQUESENS COMO GOBERNADOR GENERAL DE LOS PAISES BAJOS TRAS LA RETIRADA DEL DUQUE DE ALBA.
  2. PEDRO MOLAS. INSTITUCIONES Y GRUPOS SOCIALES EN LA EDAD MODERNA.
  3. REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA. LUIS DE REQUESENS Y ZUNIGA.

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